El mimo
Cuando regresó a su carromato lo primero que vio fue a su esposa con el payaso. Aquel sujeto de ropa colorida y peluca roja estaba ahí con su mujer, mientras él, con sus dos únicos colores intentaba divertir a un público exigente. Pero cada uno de sus actos, de sus movimientos casi mecánicos provocaban el sueño de la gente. En cambio aquel tipo que estaba en la cama con su esposa no tenía ningún problema en hacer reír a las personas. Su traje de muchos colores y su peluca roja podían entretener al público durante horas si lo quisiese.
El mimo no dijo nada; nunca decía nada. Sólo se dirigió a la jaula de los tigres. El domador de fieras apenas lo vio llegar. No le dio tiempo de nada, pues con una pala el mimo lo noqueó. Bien pudo haber golpeado al payaso tal y como lo hizo con el domador, pero la ira cerró su mente. Además, quería para este y su propia esposa una muerte más cruel. Y ser devorados por los tigres le pareció lo más adecuado. Le quitó las llaves al domador con la intensión de llevar al menos a uno de los tres tigres a su carromato y que este hiciera todo el trabajo sucio. Pero los tigres no estaban dispuestos a ayudarlo; el enojo lo cegó y no pensó en ese pequeño detalle. De un garrazo uno de los animales le arrancó la quijada. Aún con vida cayó al suelo. Quiso gritar pero no pudo; la voz del mimo no salió. Permaneció mudo, como siempre. Y mientras perdía el conocimiento fue perdiendo también la vida mientras era devorado por los tres tigres.
Ahora su viuda “duerme” con el payaso; y mientras este ríe, el mimo permanece, como siempre, en silencio dentro de su tumba.
Fin