El reloj marcaba las 09:37 a.m. en la OCR. El edificio entero vibraba con una energía silenciosa, como si todos allí sintieran que algo grande se avecinaba. Ethan Blake, sin embargo, tenía la mente en otro lugar.
La información que había encontrado en el folder del barco volador seguía dando vueltas en su cabeza: los datos sobre una energía bioluminiscente, la composición orgánica de la estructura… y, sobre todo, el hecho de que el informe mencionaba una conexión con los secuestros globales.
Aun así, había tomado una decisión. No diría nada. Ni a Clover, ni a Mark, ni siquiera al propio Holt. No todavía.
Era un secreto que debía cargar solo.
Sabía que era una jugada arriesgada —casi suicida, tratándose de la OCR—, pero algo dentro de él le decía que había piezas que aún no estaban en su lugar.
Mientras tanto, el caso de los robos rurales esperaba. Y, aunque sabía que era una distracción, también comprendía que era la única manera de seguir moviéndose sin levantar sospechas.
Dejó atrás sus pensamientos y se dirigió a la sala de trabajo. Clover estaba sentada en una de las mesas metálicas, rodeada de pilas de documentos, informes y mapas esparcidos por todos lados. Llevaba los auriculares puestos y se movía al ritmo de una música que solo ella parecía escuchar.
—¿Cómo va tu análisis? —preguntó Ethan, intentando sonar casual, aunque su tono cargaba la tensión de quien arrastra secretos.
Clover levantó la vista, apartándose uno de los mechones de cabello rubio y rojo del rostro. Sus ojos brillaban con entusiasmo.
—Creo que encontré algo interesante —dijo, levantando una hoja—. Todos los robos ocurrieron en una misma área. No muy transitada, pero con una coincidencia demasiado perfecta como para ser casualidad.
Ethan se inclinó sobre el mapa.
—Una ruta en espiral… —murmuró, observando las marcas que Clover había trazado—. Si siguen este patrón, pronto atacarán de nuevo.
—Exacto —dijo Clover, con una sonrisa satisfecha—. Y si queremos atraparlos, tendremos que adelantarnos.
—Entonces, será mejor que nos movamos —dijo Ethan, sintiendo cómo la adrenalina empezaba a despertar.
Clover asintió, se puso de pie y fue hacia su casillero. Regresó unos minutos después, vistiendo un traje negro perfectamente entallado… y una camisa rosa brillante que desentonaba por completo con el resto de su atuendo.
Ethan arqueó una ceja. —La camisa rosa… digamos que no es precisamente táctica.
Clover se encogió de hombros. —Es lo que hay, agente. Además, un poco de color no mata a nadie.
Ethan negó con la cabeza, aunque no pudo evitar una pequeña sonrisa. —Solo asegúrate de que no te vean venir.
El motor del sedán de Ethan rugió suavemente mientras se alejaban del edificio. Las calles de Manchester se extendían frente a ellos, grises y húmedas por la llovizna de la mañana. A medida que se adentraban en la zona rural, el paisaje urbano fue desapareciendo, reemplazado por caminos de tierra, casas dispersas y un silencio inquietante que parecía tragarse el sonido del motor.
—Este lugar está muerto —comentó Clover, observando por la ventana.
—Precisamente por eso lo eligieron —respondió Ethan—. Menos testigos, menos ruido.
Estacionaron cerca de una vieja tienda de autopartes abandonada. Los vidrios estaban cubiertos de polvo y las luces parpadeaban débilmente en el interior. A simple vista, nada parecía fuera de lugar, pero el instinto de Ethan le decía que algo no cuadraba.
El reloj del tablero marcaba las 10:52 a.m. cuando Clover, con los ojos entrecerrados, señaló hacia la carretera.
—Ethan… mira eso.
Un camión de pescador se acercaba lentamente, deteniéndose justo frente a la tienda. El vehículo era viejo, oxidado, pero su carga estaba cubierta con una lona gruesa y su conductor parecía nervioso, mirando a su alrededor con demasiada frecuencia.
—Probablemente se le averió el vehículo —sugirió Ethan, aunque su voz sonaba más como una prueba que como una afirmación.
Clover no se lo creyó ni un segundo. —¿Y estacionarse frente a una tienda cerrada? No parece una coincidencia.
Ethan suspiró. Sabía que tenía razón.
—Está bien. Vamos a comprobarlo.
Salieron del auto, manteniéndose a distancia. El viento soplaba con fuerza, haciendo que las ramas de los árboles cercanos crujieran. Ethan observó cómo el conductor sacaba del camión un paquete de tamaño considerable, envuelto en lona y amarrado con cadenas.
La tensión se acumuló en el aire.
—Eso no es pescado —murmuró Clover, con tono grave.
—No —respondió Ethan, ajustando su chaqueta—. Quédate con el encargado de la tienda. Saca toda la información que puedas. Yo me encargo de él.
Le entregó una pistola de servicio, ligera pero efectiva. Clover la tomó sin dudar.
—Entendido.
Ambos se separaron. Clover caminó hacia la tienda con pasos firmes, mientras Ethan se deslizó hacia la parte trasera del camión. Esperó el momento exacto en que el conductor se dio la vuelta, y aprovechó para subir sin hacer ruido.
El motor arrancó. El vehículo se movió lentamente por la carretera, y Ethan se aferró al borde del compartimento. Cuando el camión tomó velocidad, abrió la puerta trasera y se coló dentro.
El interior olía a metal y humedad. Entre cajas y redes viejas, encontró el paquete que el conductor había cargado antes. Lo abrió con cuidado, apartando la lona.
Dentro había cuatro piezas doradas, de forma irregular, como fragmentos de un mismo objeto. No parecían joyas ni lingotes. Había algo orgánico en su textura, casi como si estuvieran vivas.
Ethan las observó con el ceño fruncido. —¿Qué demonios es esto? —susurró.
Entonces, un pitido agudo cortó el silencio. Una alarma.
—Maldición… —Ethan desenfundó su arma justo cuando una ventanilla delantera se abrió de golpe.
El conductor, con el rostro cubierto por un pañuelo, apuntó hacia atrás y abrió fuego. Las balas destrozaron los vidrios del camión mientras Ethan se agachaba, rodando hacia la salida. Con un salto, se subió al techo del vehículo en movimiento.