El viaje en coche no fue muy largo, el lugar en donde se había encontrado el nuevo regalo del Ángel estaba cerca de mi casa, que era a donde nos dirigíamos Paul y yo. Vivía bastante cerca de los lugares importantes de la ciudad, un buen sitio, aunque yo lo prefería más a las afueras debido a mi trabajo. Como agente del FBI debía de ir cada día (a menos de que estuviéramos en un caso) a nuestra sede, la cual se encontraba en Quantico, a unos cincuenta minutos de DC. Algunos de mis compañeros vivían en el pueblo o en algún otro lugar de Virginia, aunque otros, como Seth, Paul y yo vivíamos en DC. Yo decidí quedarme en DC por Nathaniel, mi ex novio. Nathaniel era doctor y trabajaba en uno de los mejores hospitales de DC, como vivíamos juntos tuve que quedarme en la ciudad, ya que le salían urgencias constantemente y yo normalmente estaba fuera por trabajo.
—Por lo que veo vamos a tu casa, ¿me equivoco? —Apagué la radio mientras doblaba en una calle a dos manzanas de mi edificio.
—Espero que no sea un problema para ti, necesito una ducha y mis pastillas para las migrañas. —Los dolores de cabeza habían regresado hace unos meses, un poco antes de que el Ángel apareciera, más o menos cuando empecé a ver cosas extrañas en Nathaniel. Jamás imaginé que me estaría poniendo los cuernos con su secretaria y enfermera, aunque tampoco lo culpaba. Yo prácticamente nunca estaba en casa debido al trabajo, y cuando estaba, él se encontraba en el hospital. Las pocas veces que estábamos juntos terminábamos discutiendo. Comprendía perfectamente que buscara a otra persona con la cual sentir lo que perdió conmigo, pero no podía perdonarle su cinismo y sus mentiras, hubiese preferido que me lo dijera de frente en lugar de estar a mis espaldas, eso fue lo que me lastimó, sus mentiras.
—Para nada, es comprensible querer tener la cabeza en buen estado para trabajar, no te preocupes. —Paul miraba por la ventanilla, parecía apreciar la calma de las calles de esos barrios. —A veces imagino que nada de lo que vemos día a día es real. Me gusta pensar que el mundo es como los primeros momentos de la mañana, cuando no hay nadie en la calle, solo el silencio y la paz reinan en la ciudad.
—También me agrada esa sensación y desearía que se quedara así para siempre.— Seguí todo recto y doblé nuevamente en otra calle. —¿Por qué te hiciste policía? —Conocía hace mucho a Paul, había sido parte importante en mi vida en la academia del FBI, fue ahí donde lo conocí, desde entonces se convirtió en el padre que nunca tuve, pues siempre me estaba ayudando en todo lo que podía, me aconsejaba y me protegía. Paul era mi compañero, mi amigo y mi familia.
—Porque quiero hacer de este mundo un lugar seguro para las pocas personas buenas que quedan en él. —Me miró de reojo y suspiró. —He perdido la fe en la humanidad, no creo que todo vaya a mejorar, por lo que mis sueños de adolescente de querer hacer de este un mundo mejor están ya enterrados. Lo que quiero es darle protección a la gente inocente, salvar vidas e impedir que los malos sigan causando más daño. —Otra vez se centró en mirar por la ventana del coche. —¿Qué hay de ti? Nunca me has contado por qué entraste al FBI. —Me miró con curiosidad mientras yo me encogí de hombros.
—Porque quería proteger a la gente de los monstruos, quería que pagaran, que no quedaran impunes. —Apreté el volante con fuerza. —Ya has visto lo que hacen y el sufrimiento que causan sus acciones a miles de personas, desde víctimas hasta a los allegados. —Paul no me quitaba los ojos de encima, parecía sentir cierta curiosidad por mi comportamiento y palabras.
—Huelo algo personal. ¿Alguna vez te ocurrió algo? —Su pregunta me sorprendió, fue cuando me di cuenta de la fuerza que ejercía en el volante, ni siquiera me había percatado de lo que estaba haciendo. Negué con la cabeza.
—No, nunca me ocurrió nada, pero no me gustan las injusticias. —En ese instante llegamos al aparcamiento de mi edificio. —Hemos llegado. —Le sonreí a Paul indicándole de esa manera que todo estaba bien, luego me quité el cinturón de seguridad y me aseguré de que todas las luces estuvieran apagadas, no necesitaba que de pronto la batería muriera. Paul hizo lo mismo que yo y salió del coche, luego yo lo seguí.
Juntos caminamos hasta la entrada, nos topamos con un par de vecinos a los cuales saludamos y cogimos el ascensor. No era fan de aquellos aparatos, no me gustaban los espacios cerrados, no sabía porque, pero desde niña tenía claustrofobia, podía soportar el ascensor por el tiempo que tardaba en subir, pero nada más. Si me quedaba atascada ahí sería mi perdición.
El ascensor subió hasta la quinta planta, el último piso del edificio, ahí se encontraba mi apartamento, del cual había estado pensando mudarme, eran muchos recuerdos con Nathaniel como para seguir ahí, pero no tenía tiempo para una mudanza, a demás de que tenía que buscar otro lugar en el que vivir. Al llegar a mi planta las puertas del ascensor se abrieron para dejarnos paso. Paul y yo salimos y nos dirigimos a la derecha, a la puerta “D”, la de mi apartamento. Busqué la llave entres mis cosas y al dar con ella abrí la puerta e invité a pasar a Paul.