El misterio de Helena Surchs

Capítulo 15

Durante todo el camino a casa de Samanta no dejé de pensar un solo segundo en la situación que estábamos viviendo. No sabía qué hacer, lo único factible era seguir mi trabajo como me habían entrenado y estar apoyada por mi equipo.

—Las mentiras no son buenas. —Me dije en voz alta, después de todo no había nadie conmigo en el coche. El hogar de Samanta estaba en uno de los mejores barrios de la ciudad, apenas a unas calles de la mía y de la de mi tía. Mis padres tenían una casa muy grande, pero no viví ahí hasta los diez años. Desde que cumplí un año estuve en la casa que se encontraba a unos metros, la de mi tía abuela materna, Julia Davis. Julia era una mujer de cincuenta años cuando se hizo cargo de mí, sí, no era muy mayor. En mi familia todas las mujeres han tenido hijos pronto, menos yo. Vivir con mi tía no fue nada agradable, era una mujer fría, seria, estricta y nunca sonreía, pero no era mala persona, se hizo cargo de una niña que no era suya, le estaba agradecida, aunque no era una persona de mi agrado. A mis diez años ella se hizo monja y me dejó a cargo de mis padres, los cuales contrataron a una niñera para que ocupara su lugar. ¡Los padres del año! Julia terminó su camino en la tierra unos dos años atrás, durante mi primer caso en el FBI.

Cuando llegué a la casa de Samanta dejé mi coche en la entrada. Había pasado muy buenos momentos en aquel lugar. Me provocaba algo de tristeza el regresar ahí.

—Vamos Yelina… Eres una profesional. —Tras decir esta frase inspiré profundamente y bajé del coche. Cerré mi vehículo con llave y caminé hasta la puerta, al llegar llamé al timbre. ¿Qué sería lo que esa mujer me querría decir? Sentía una gran curiosidad y a la vez quería salir corriendo, algo me decía que no me iba a gustar y no sería algo bueno.

La puerta fue abierta por Samanta, quien estaba un poco más arreglada, no como el día anterior que parecía una persona completamente diferente a la que era normalmente.

—Yelina, me alegro de verte, pasa. —Se apartó y mantuvo la puerta abierta para que pudiera pasar.

—Gracias. —Respondí de forma educada, pero seca. Nunca había mucha conversación entre esa mujer y yo. Entré en su casa y ella cerró la puerta detrás de mí. Como siempre, todo estaba en perfecto estado. Estar en ese lugar te hacía sentir que nada había pasado y todo seguía como siempre. Caminé hasta el salón siendo seguida por la mujer, siempre me había movido por la casa como si fuera mía, después de todo,  pasé ahí la mayor parte de mi vida, ya era de la familia. —¿Para qué me llamaste? —Al entrar al salón me senté en uno de los sofás y esperé a que me diera la respuesta que había ido a buscar.

—Esta mañana estuve en la habitación de Helena, sabes que ella solo pasaba aquí los fines de semana, por lo que está como ella lo dejó… Quería sentir un poco de mi niña. —Me fijé en que sus ojos estaban rojos, debió haber estado llorando por mucho rato. —Empecé a mirar sus cosas, después de todo el FBI ya había revisado y buscado pruebas, aunque al parecer no lo han hecho muy bien. —La miré confundida y ella me señaló a la mesa que estaba enfrente de mí, en ella se hallaba una pequeña bolsa de plástico transparente y en su interior una pequeña cantidad de polvo blanco. Miré a Samanta de reojo.

—Eso definitivamente no es azúcar. ¿De dónde lo sacaste? —Se sentó junto a mí.

—Como dije, estuve revisando las cosas de Helena, fue ahí que noté algo extraño. En su mesita de noche había un marco con una foto de ella y su padre en Nueva York, pero Helena no tiene gran aprecio por su padre, aún así es su padre, creí que no era tan extraño. —Ella se cruzó de brazos. —Pero mi instinto de madre me dijo otra cosa, por lo que tomé el marco y saqué la foto, fue ahí que encontré la bolsa y te llamé inmediatamente. —Cogí la bolsita y la observé detalladamente. No podía decir la cantidad exacta que contenía, pero aproximadamente debía de haber como cinco gramos. Miré a Samanta preocupada y confundida.

—¿Estás segura de que es de Helena? —Ella asintió. —Quizás se lo guardaba a alguien. —La mujer suspiró y bajo la mirada. —Helena no se drogaba, lo sabría. —Samanta puso los ojos en blanco y se levantó enfadada.

—¡Vamos Yelina! Puede que seas su mejor amiga, pero antes que nada están tu moral y tus códigos. La habrías arrestado por posesión y la habrías interrogado. ¡Lo sabes! Es obvio que ella no le diría a su amiga del FBI que tiene droga escondida en su casa. —Samanta tenía razón. Antes que nada estaba la ley, pero no la habría arrestado inmediatamente, solo le habría dado una advertencia, o lo dejaba o a prisión. —Sabes que tengo razón, tarde o temprano habrías ejercido la ley con ella y no te culpo. Es comprensible. —Me levanté del sofá.




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