El destino de muchas personas depende de las letras. Una carta olvidada, un trazo de bolígrafo enviado en la noche, puede decidir el resultado de su vida. En este caso, resultó que la letra faltante se convirtió en la clave de la verdad misma.
En la víspera de una lluviosa tarde de octubre, el detective James Harper estaba sentado en su despacho de Willowbrook, resumiendo un caso recientemente cerrado. Pero cuando el reloj dio las doce de la noche, llamaron a la puerta. Frente a él se alzaba la pálida figura del señor Henry Caulfield, un conocido abogado cuya reputación era intachable y cuyos ojos delataban la mayor inquietud. En sus manos sostenía un maletín de cuero hecho jirones, del que asomaba el borde de un papel cuidadosamente doblado.
—No lo vas a creer, Harper, pero este asunto es urgente —dijo Caulfield con voz temblorosa—. "Una carta que puede salvar a mi cliente ha desaparecido. Si no se encuentra para el viernes, la vida de este hombre terminará tras las rejas".