Llegamos a Seúl después de trece horas de vuelo aproximadamente. Me dolía todo el cuerpo, por estar tantas horas sentada. Pero por suerte me paraba para ir al baño o solo para caminar un rato.
La voz de la azafata salía de unos parlantes, nos avisaba que podíamos pararnos para bajar del avión. Al mismo texto lo dijo otra vez en un idioma diferente. Una lucecita se encendió y nos indicaba que ya podíamos desabrocharnos los cinturones de seguridad. Todas las personas ya estaban paradas sacando sus cosas de los compartimentos que estaban en el techo del avión, arriba de las sillas. Había tres filas de tres asientos cada una, nosotras estábamos en los asientos de la fila izquierda, yo estaba junto a la ventana, después me seguía Julieta que estaba en medio y la abuela que estaba del lado del pasillo, a ella no le gustaba mucho viajar en avión, por eso siempre iba de ese lado. Después en la otra fila seguía del lado de la abuela Oryan y después Samira.
Ya no había nadie en el avión, solo quedábamos nosotras tres, Mi hermana y su amiga ya habían bajado y nos esperaban. Mi abuela no iba a poder bajar las cosas del compartimiento, ya que estaba muy alto y ella no era la persona más alta de la familia, nos mira y sonríe. Algo va hacer mi abuela y no nos está diciendo. Mi abuela levanta los brazos para agarrar las maletas pero con un palo en la mano, no sé de donde lo saco. Una azafata aparece por el pasillo.
-Abuela ¿ya estiraste?- Mi abuela me mira y le hago una seña con el dedo en dirección a la azafata. Mira en esa dirección y le sonríe.
-Señora ¿quiere que la ayude con sus maletas?- La azafata se acerca para ayudar a mi abuela.
-Bueno, no creo que hubiera podido bajarlas sin su ayuda- Mi abuela nos mira. –No quería que me ayudaran mis nietas porque están mal de la panza, quieren vomitar-
Julieta y yo nos miramos y la miramos a ella, la azafata estaba concentrada con nuestras maletas. Mi abuela nos hace señas y las dos empezamos a fingir un fuerte dolor de panza, nos apretábamos la panza y nos movíamos mucho. Todo el tiempo repetíamos que nos dolía la panza. Mi abuela estaba tentada de la risa no podía ocultar la pequeña sonrisa que le aparecía en la cara. La azafata por el escándalo que hacíamos nos miró muy desconfiada. No creo que se la esté creyendo mucho, pero las dos no nos detuvimos hasta bajar del avión. La azafata nos quedó mirando medio raro hasta que desaparecimos de su vista.
-¿Vomito? ¿Fue tu brillante idea?- Me cruzo de brazos.
-No se me ocurrió otra cosa- Mi abuela se dirigía a la sala de embarque donde estaban las chicas y nuestras maletas.
-¿Pero justo eso?- No se sentía precisamente muy feliz con lo que había hecho mi abuela y yo estaba igual.
-Bueno chicas. Igual fue un poco exagerado y gracioso- Ella comenzó a reír sin parar agarrándose la panza.
-Si lo note- La mire entre cerrando los ojos.
-La azafata ni se lo creyó- Julieta estaba indignada.
-Bueno ya está agarramos las maletas y salgamos de acá- Empecé a caminar sin saber si me estaban siguiendo. Solo me quería ir de ese lugar.
Llegamos a la puerta donde había una multitud esperando a los pasajeros que bajaban de los aviones. Muchos hombres de traje negros tenían cartelitos con nombres y apellidos de las personas que buscaban. Acercándonos a la multitud apareció un hombre de traje negro con un cartel que decía el apellido de mi abuela. Mi abuela se acercó a él y lo saludo.
-Buenos días Abram, ¿cómo está todo? Te presento a mis nietas y a sus amigas- Mi abuela le sonríe.
-Buenos días señora Quartz, buenos días señoritas, todo está de maravilla como siempre. ¿Cómo estuvo su vuelo?- El hombre comenzó a caminar al mismo paso que mi abuela. Y nosotras los seguimos.
-Muy feo como siempre-
Caminamos hasta el estacionamiento subterráneo que tenía el aeropuerto. Ahí había un chico esperándonos al lado del auto en el Audi A8. Lo mire y él me sonrió, una lagrimas comenzaron a bajar por mi mejilla, fui corriendo a abrasarlo. El me atajo con sus brazos y me abrazo muy fuerte.
-¿Cómo has estado?- Merejo era el aprendiz de mi abuelo, era como un hijo para ellos. Y también mi mejor amigo en el mundo.
Cuando mi madre y su hermana se fueron de casa. Mis abuelos se pusieron muy tristes al quedarse los dos solos en una mansión. Por suerte para ellos el destino no quería dejarlos solos y les dio un regalo, pero aunque fue un regalo muy duro y triste, les alegro la vida. Mi abuelo lo encontró a Merejo en la calle, al lado de un poste de luz. Más o menos cuando tenía unos cinco años. Estaba muy lastimado y delgado, en esas circunstancias él podría morir. Mi abuelo lo llevo al mejor hospital de todos para que se cure. Mi abuelo le pregunto a él si quería ser su aprendiz y el muy agradecido acepto. Así fue como se convirtió en el aprendiz de mi abuelo. Él es como un hermano para mí, crecimos juntos, casi toda la vida.
-¿Estas bien?- El seguía hablándome pero lo único que podía hacer era llorar. –Hey mírame, no llores. No me gusta verte llorar. ¿Si?-
Afirmo con la cabeza, pero no puedo decir ni una palabra. El me abraza pero sé que está mirando atrás mío. Mi abuela debe estar mirándonos.
-Siempre me gusto que se llevaran bien. Ínori, le pedí a Merejo que venga a recibirnos- La miro a mi abuela y le sonrió, pero no digo nada.
El me suelta y saluda a todos mientras yo sigo a Abram para guardar las maletas en la baúl del auto. Mi abuela y Julieta me siguieron pero mi hermana y Samira no estaban. Miro al costado del auto y ahí estaban con Merejo. Oryan jamás conoció a Merejo era la primera vez que lo veía. Antes de que ella naciera mi madre se peleó con mi abuela y nunca más se hablaron hasta hace unos meses. Mi abuela las llamó.
-Chicas vengan a guardar su maleta o ¿quieren quedarse?-
-No, no ya vamos- Se acercan y mi hermana me mira con una sonrisa en la cara.
-¿De que hablaban?, ¿puedo saber?- La miro para ver su reacción.