El misterio de San Lázaro

El misterio de San Lázaro

3 parte, EL MISTERIO AL DESCUBIERTO: 

Después de presenciar lo que habíamos visto, pudimos observar cómo una sombra se reflejaba afuera. Fue ahí cuando lo vimos. 
Un hombre alto, inexplicablemente alto, salió de la mina encorvando su cuerpo. Sus manos eran tan largas que le llegaban a las rodillas y su piel era azulada.  
Desde este lugar, podíamos detallar cómo sus ojos brillaban similar a las estrellas en la noche.  
Todos nos miramos en silencio y Otto fue el primero en girarse mientras se cubría la cara con el gorro de su chaqueta, repitiendo una y otra vez que no deberíamos haber venido en voz baja.  
Estábamos petrificados, ninguno hacía ruidos fuertes; lo que estaba abajo podría saber que nosotros estábamos aquí. 
Lázaro tomó una rama del suelo y se la lanzó a los perros. Estos corrieron de inmediato a buscarla, él tomó el camino hacia el pueblo y nosotros volvimos a respirar.  
—¿Esto tiene que ser una broma?, ¡todo tiene que ser una broma! —decía Juan una y otra vez. 
—Mi padre tenía razón, ¡y yo que creía que él mató a Lucy todo este tiempo!. Él siempre contaba esa historia una y otra vez, yo creía que era para mantenerme encerrado en casa. Por eso mi mamá se fue del pueblo —dijo Alberto.  
Lo golpeé en la cabeza por ese comentario y les pregunté si nos íbamos o esperábamos a que regresara. Todos acordamos quedarnos en silencio. Luego, una idea llegó a mi cabeza. 
—¡Tenemos que bajar!. ¿Recuerdan que las flores de la ofrenda se restauran cuando Lázaro está por aparecer?, ninguna de las flores que están a nuestro alrededor sufrió ese cambio, solo las que están allí. Así que podremos llevarnos una y así sabremos cuándo esté cerca.  
Salió de mi boca casi tan rápido como se me vino a la cabeza. Todos se pelearon por ver quién iría abajo. Como creí, insistieron en que yo fuera, ya que la idea de venir aquí… fue mía.  
Al bajar, mi corazón se aceleró. No sé si era por lo rápido que caminaba o por el miedo a que Lázaro regresara. Llegué a la entrada, pero no me acerqué aún. Observé todo y el lugar estaba perfectamente restaurado. No había derrumbes, rocas esparcidas ni fisuras en el interior. Solo podía ver una parte y se veía igual que afuera, incluso las luces estaban intactas. 
Me acerqué lentamente para tomar las flores y escuché gruñidos delante de mí. Dos perros estaban parados frente a mí. Uno se acercó a oler mis manos y el otro a mi cabello. He tenido muchos perros y sé cuando se muestran agresivos hacia la gente, pero ellos solo olfateaban… hasta que uno lamió mis manos y me dejó tocarlo. 
—¿Estás loca?. ¡Deja ese animal y toma las flores ya! — escuché a Juan gritar. Luego tomó las flores y volvieron a ser coloridas en un parpadeo. ¡Fue una mala idea¡… ¡una muy mala idea!.  

Tomé las flores y me escondí detrás de unos tanques del lugar. Los dos perros fueron a recibir de nuevo a su compañero mientras los escuchaba ladrar. Decidí mirar y allí estaba, acariciando algo entre sus manos mientras se dirigía a la entrada. Al estar más cerca, pude detallar lo que llevaba en sus brazos. Mi corazón se aceleró al ver lo que mis ojos estaban presenciando. 
Lázaro llevaba entre sus brazos a un pequeño bebé que estaba dormido, en silencio. Pasó la entrada y me negué a dejarlo llevarse al bebé que no le pertenecía. Salí de mi escondite y corrí tras él, me detuve y le grité con todas mis fuerzas que lo dejara. 
—¡NO, NO TE LO LLEVES!. 
Mis palabras salieron tan fuertes de mi garganta que sentí como si cada palabra tuviera navajas. 
—No tienes que llevarte al niño, no te pertenece. Por favor, devuelve al bebé. Ninguno de ellos es culpable de lo que pasó esa vez.  
Lázaro se dio vuelta y comenzó a caminar hacia mí hasta quedar frente a frente. Cada parte de mi cuerpo sudaba y sentía los latidos frenéticos de mi corazón. Cerré los ojos y los volví a abrir, esperando que fuera una pesadilla de medianoche. Pero ya estaba frente a mí. 
 




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