El misterio de San Lázaro

El misterio de San Lázaro

4 parte, ¿ES ESTO UN SUEÑO?: 

Lázaro se inclina y puedo ver por completo su rostro. Este ser no posee ojos, lo único que se puede observar en ellos son dos canicas brillantes. Es increíble pensar que él fue alguna vez una persona… como yo. 
Unas lágrimas caen por mis mejillas y él las nota. En un momento deja de sujetar al bebé con ambos brazos mientras estira su mano y seca mi mejilla. Sus dedos son increíblemente largos y suenan como palillos rompiéndose mientras los estira hacia mi cara. Su piel es áspera y fría. 
—¡Por favor!, dame al bebé, no te lo lleves… Si quieres, llévame contigo, déjalo afuera y yo iré en su lugar —le digo mientras mis lágrimas caen. 
—No le quites la oportunidad a ese bebé de crecer, llévame en su lugar —extiendo mis manos en señal de que me deje tomar al niño, pero él lo mueve hacia un lado. ¡No lo entregará!.  
El deja al pequeño en el suelo, frente a mí… Es ahora o nunca… 
Aprovecho que ha liberado al pequeño casi por completo y se lo arrebato de las manos. Corro con todas mis fuerzas hacia la entrada y Lázaro, junto a los perros, comienzan a perseguirme. Me aseguro de cubrir al bebé, pero… en mis brazos… lo que se encuentra es… una vieja muñeca de bebé a tamaño real. 
Poco a poco detengo mi andar y me pregunto: 
—¿Qué pasó?, ¿porqué cargaba esta muñeca con él?.  
Algo en el suelo me hace caer y la muñeca sale disparada hacia mi lado derecho mientras mi cabeza aterriza en una roca. Nunca antes me había golpeado la cabeza…¡duele! 
Me giro hasta quedar boca arriba mientras retiro la mano y esta queda manchada de sangre. Me pregunto dónde están los chicos. 
Veo a Lázaro acercarse a mí mientras se arrodilla a mi lado. Él se acerca a mi cara, después coloca la palma de su mano sobre la herida, luego un intenso dolor mucho más fuerte que el anterior. El dolor es muy intenso, es como si su toque quemara mi piel. No lo resisto más y mis ojos se cierran al final. 
Después de desmayarme, me encuentro dentro de las minas. Esta esta en reconstruida… ¿Qué me ha ocurrido?. Hay personas trabajando aquí y no parecen notar mi presencia. Sigo caminando hasta que llego a una oficina. 
Escucho a unos hombres discutir tras una puerta. Esta se abre y un hombre sale disgustado pateando una de las sillas que se encuentran cerca. Se sienta y coloca sus manos sobre la cabeza. Su pierna se mueve de arriba abajo, ¡está muy alterado!.  
Otro señor lo sigue. Este también lleva la misma cara de frustración que el primero. 
—¿Cómo le digo a todos que tenemos que cerrar la mina, José? —dice el hombre que está sentado sin quitar las manos de su cabeza. 
—¡Tenemos que hacerlo!. Tú mismo lo viste, la mina es tan antigua que las secciones se vienen abajo rápidamente. Además, ya casi no queda oro aquí. 
—Esos hombres y sus familias, esta mina era lo único que les daba de comer —dice mientras se lleva las manos a las piernas luego entrelaza sus dedos sin dejar de mover su pie. 
—¡Lo sé! Los dueños dieron la orden de despedir a los mineros y desalojar todo. Dicen que es lo mejor —el hombre toma la silla del piso y camina hasta su compañero, luego la coloca a su lado y se sienta. 
—Ya encontraremos algo que hacer, no es muchísimo lo que nos van a pagar, pero es suficiente. Mi abuelo hace zapatos, tú eras un mecánico antes de trabajar aquí, encontraremos algo más… Los chicos, tú y yo saldremos adelante y esta mina se hundirá junto con todos los largos años que dio frutos. Escucha esto amigo… La gallina de los huevos de oro tiene que morir. 
El hombre le da unas palmadas en la espalda a su compañero y vuelve a entrar al lugar. Pero antes se dirige nuevamente a él. 
—Ve con Ginna, ella te espera. Recuerda que no siempre tendrá 10 años, Lázaro. Disfruta de la niñez de tu hija, amigo. Ahora podrás pasar más tiempo con ella. Lo mismo haré yo.  
 




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