El misterio del Collar de Shen

Prólogo

Malena Guzmán terminó de levantar la mesa mientras su hijo Gabriel se dirigía a su cuarto para ponerse la ropa de dormir.

Su esposo la miraba con fascinación, como cada día desde hacía diez años, cuando había dejado los hábitos y la había desposado. Ella notó su mirada indecorosa y le devolvió una sonrisa.

-¿Beberás tu medida de caña? –le preguntó servicial mientras pasaba un trapo sobre la superficie.

-La tomaré en la sala, junto al radio. –le respondió mientras se ponía de pie.

Malena asintió, le dio la espalda y con un movimiento ondulante de su mano izquierda sobre los trastes, la comida sobrante desapareció mágicamente.

Alberto se sonrió. Le encantaba verla hacer magia, aunque sabía el riesgo que conllevaba.

La casa donde vivían era pequeña. Una cabañita cerca del bosque de Málaga, retirada de la civilización, donde podían tener la privacidad que necesitaban dada la condición de su esposa.

La sala se separaba de la cocina-comedor por un escalón. En la misma había dos sillones y un radio sobre una mesilla de un poco menos de un metro de alto. Junto a una de las paredes había una modesta biblioteca, bastante vacía. Para disimular la falta de libros, la señora Guzmán había llenado los huecos con floreros que reponía de flores frescas a diario. En uno de los estantes estaba la botella de caña y dos pequeños vasos.

Alberto se sirvió una medida, prendió el radio y se sentó a disfrutar de su momento de relajación. Mientras sorbía escuchaba la música de salón y reflexionaba sobre su vida, su hijo y la suerte que había tenido de encontrar a Malena. De tanto en tanto miraba de soslayo el mueble donde descansaba, entre los pocos libros que tenían, una biblia negra gastada. Añoraba los tiempos simples, donde la fe lo era todo, pero sabía que no podía volver. No después de todo lo que había aprendido en los últimos años.

Ahora debía conformarse con ser un buen padre, un buen esposo y un buen carpintero. Esa era su nueva vida y no pretendía relegar ningún aspecto de ella. Por primera vez en años se sentía realmente feliz.

Los pasos de su esposa bajando la escalera que llevaba a las habitaciones lo sacaron de su pensamiento y se volteó a observarla.

-¿Gusta una copa joven? –le dijo en un tono seductor, tan torpe que resultaba más gracioso que atractivo.

-No, gracias. –respondió Malena con una media sonrisa. Tenía algo en su mente que absorbía cualquier otro pensamiento o sentimiento.

-¿Qué sucede?

La señora Guzmán lo miró consternada y se sentó junto a él.

-Aún no da signos de hechicería. – respondió preocupada.

-Es muy pronto para preocuparse por eso querida.

No era la primera vez que tenían esa conversación. Las brujas eran bastante más longevas que los humanos y Malena estaba preocupada porque, en un futuro, tendría que ver morir a su hijo si éste resultaba ser humano.

-Hay una poción….-comenzó diciendo- …una poción prohibida.

-¿Qué clase de poción?

-Es magia arcana, muy poderosa, pero….

-¿Estás hablando de suicidio?

-Cuando llegue el momento. Cuando ya no los tenga a mi lado. Mi vida no tendrá más sentido.

Alberto la miraba compasivo. No era la primera vez que tenía que lidiar con esa clase de confesiones. Aunque ya no era cura sentía que era su obligación ayudar a la gente a encontrar el camino de la vida, sobre todo si la persona que acudía a él era su esposa.

-Aún eres joven querida. Seguramente el tiempo te dará perspectiva.

La bruja aún no había pasado la veintena. Si para una mujer humana no era edad suficiente para alcanzar la madurez, para una hechicera era como estar en pañales. Su esposo, por otra parte, ya había pasado más de cuarenta veranos, y su inminente mortalidad le daba otra visión de su tiempo en la tierra. Después de todo, era poco probable que pasara otros cuarenta años más antes de ser llamado por la parca.

-Interrumpimos nuestro programa para dar una noticia de último momento. –la música se cortó abruptamente para dar paso a una voz masculina desde el radio.

El matrimonio salió de su reflexión y se acercaron al aparato mientras Alberto subía el volumen.

-La Gran Bretaña ha sido tomada por la fuerza. Repito, la Gran Bretaña ha sido tomada.

Se miraron sorprendidos. No hacía mucho tiempo que España había terminado su guerra civil y, si este era el inicio de una segunda guerra mundial, deseaban que no se involucraran. Estaban debilitados y aún quedaban focos de resistencia en diversas zonas del país.

-El perpetrador de esta conquista del poder se identificó como Malleus. Surgió de la nada y, de la noche a la mañana, se abrió paso con su sequito sobre las fuerzas de Su Majestad y acaba de tomar el palacio de Buckingham.

Alberto sabía que Malleus era la definición en latín que se utilizaba para los brujos en la época de la inquisición. Si el nuevo gobernante era un brujo el Consejo se encargaría de él y, en un par de días, les borrarían la mente a todos los humanos. Miró a su esposa para confirmar sus sospechas pero ésta se encontraba en silencio, pálida y con una mano sobre su boca.




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