El misterio del Collar de Shen

Capítulo 1

Estacioné en la puerta del cliente, apagué el motor y encendí un cigarrillo.

Lo primero que inspeccioné fue la casa, o más bien la mansión. La fachada de estilo francés con molduras decorativas en un intenso tono blanco, contrastaba con el enrejado negro que terminaba en picas en la parte superior.

Sujeté el cigarrillo con los labios mientras buscaba en el bolsillo interno de mi saco el amuleto de vitroverdina. Cuando por fin lo encontré, lo apoyé sobre mi ojo derecho y, cerrando el ojo izquierdo le eché un buen vistazo a la energía del lugar. Olas azules y grisáceas desfilaban sobre toda la construcción, entrando y saliendo de paredes y ventanas. En esta casa había magia, no mucha, pero más de lo que debería haber en una residencia humana.

Guardé mi fetiche y bajé a dar mis últimas bocanadas, abrazado por el frio de Julio. No tenía muchos recuerdos de mi infancia en Europa, pero si recordaba el frio de principio de año. Si hubiera algo que extrañar en mi mente, de seguro no sería ese clima cruel.

Arrojé la colilla y termine de apagarla con la suela mientras me encaminaba hacía la entrada.

Las puertas negras de nogal estaban decoradas con un elegante llamador en forma de puño que reposaba sobre una base circular del mismo tipo de bronce. Toqué dos veces, una más enérgica que la otra y esperé.

Tardaban en atender así que me volteé a examinar mi auto. Mi querido escarabajo había tenido mejores tiempos, pero aún me brindaba el beneficio de llevarme de un lugar a otro.

-Buenos días. ¿Qué se le ofrece?

La voz del mayordomo me sobresaltó. No había escuchado cuando abrió la puerta y no estaba preparado para escuchar su refinado saludo.

-Buenos días –dije tras voltearme a su encuentro- Busco a la señora Iraola.

-¿Cómo debo anunciarlo?

-Es un asunto privado. Ella sabrá de que se trata.

La mayoría de los clientes prefería mantener la discreción cuando contrataba un investigador mágico, incluso para con sus empleados.

El hombre me dedicó una mirada de pies a cabeza y finalmente se movió para dejarme paso.

-Adelante.

Entré inspeccionando la sala. El lugar no tenía nada elegante y contrastaba con la fachada. Un pequeño recinto alfombrado con un paragüero en un lado, debajo de un gran espejo y una mesilla con un florero que ocultaba parcialmente una pintura de un paisaje del otro.

-Aguarde un momento por favor. –me dijo y asentí. –Y por favor, no fume aquí.

El olor a tabaco en mi ropa me delataba. Me gustó su rápida deducción y se lo hice saber con una sonrisa.

-No se preocupe. Ya tuve mi dosis por hoy.

No había mucho que hacer, ni mucho que ver mientras esperaba. Me miré un momento al espejo. Todo estaba en orden; el sombrero, el sobretodo, el chaleco. Parecía un investigador mágico con todas las letras.

-La señora lo recibirá en la sala, acompáñeme por favor. –dijo el mayordomo cuando regresó a mi encuentro.

Cruzamos una puerta y el lugar comenzó a mostrar su verdadera elegancia. Había una sala de espera más cómoda y elegante que daba a una gran escalera central. A los lados había dos puertas que distribuían a distintas salas de la residencia. Indudablemente la pequeña entrada era para los visitantes indeseables o de poca confianza. Atravesamos una de las puertas y el mayordomo me invitó a sentarme en el sillón que tres cuerpos que predominaba en el lugar, justo enfrente a la chimenea.

Este lugar era mucho más interesante para esperar a mi visitada. En cuanto me quedé solo inspeccioné las pinturas y esculturas que decoraban paredes y rincones del salón. Se podía notar que a los dueños les gustaba ostentar sus riquezas.

-Veo que disfruta de mi Eugenio Lucas Velázquez –dijo una voz femenina que me sorprendió mirando atentamente uno de los cuadros.

-Es muy bonito – respondí con sincera ignorancia. No entiendo mucho de arte y no pretendía disimularlo. El cuadro era muy realista y eso me bastaba para decir que me gustaba.

-Se llama “Condenados por la Inquisición”. Representa la tortura y humillación que realizaban a los acusados de hechicería en España, en el siglo XIX –dijo con elocuencia. -¿Usted es el investigador? – me preguntó directamente, sin rodeos, al notar que su clase de arte no me interesaba. Eso me causó una buena impresión.

-¿Usted es la señora de Iraola?

-Álzaga de Iraola. Mi familia es más patricia que la de mi esposo – respondió con un despreciable orgullo.

-Sepa disculpar señora Álzaga de Iraola. - En otra ocasión me hubiera burlado de su arrogancia, pero era una clienta y necesitaba el dinero. Era mejor guardar las formas.- Dígame cómo puedo ayudarla.

-Tome asiento por favor – dijo mientras se acomodaba en el sillón opuesto al que me indicaba. Le hice caso y me senté después que ella.

-Déjeme recordarle que ha sido muy bien recomendado por el comisario Álvarez, quien destacó su discreción además de su eficiencia.

El buen Álvarez siempre me hacía quedar bien. Habíamos sido compañeros en la escuela de oficiales y, a diferencia mía, él había hecho carrera en la fuerza. Yo pasé cinco años de servicio antes de pasarme al rubro privado. Sin su ayuda y los casos que me pasaba no hubiera despegado nunca.




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