Había logrado escapar fácilmente de la casa de los Iraola. Por suerte, a la señora Álzaga no le interesaban demasiado las actividades de su esposo, y se conformó cuando le expliqué que el Collar de Shen era un objeto mágico muy poderoso. Le indiqué mi tarifa estándar y, luego de que aceptara y me pagara mi adelanto, comencé mi búsqueda.
Si el desaparecido había estado indagando por el collar, de seguro se había paseado por el barrio chino. Por fortuna el señor Xiàng era un viejo conocido. Tenía una pequeña tienda de antigüedades que, en realidad, era una fachada de su verdadero comercio; el tráfico de artículos mágicos.
Apagué el motor cuando estacioné frente a su tienda y volví a sacar el amuleto de vitroverdina. Era casi una cábala. Nunca entraba en un lugar sin primero inspeccionar la energía que éste emitía. Una técnica que una vez me había salvado la vida.
La bruma de energía oscura era muy densa, así que apoyé sobre el vidrio un segundo lente, éste oscuro de obsideo. Cómo suponía, tres entidades espectrales; pútridas, antropomorfas y cubiertas por harapos negros deambulaban por la entrada del comercio intentando franquear las protecciones que ofrecían las runas grabadas en el dintel. El señor Xiàng o uno de sus clientes había estado teletransportándose por la umbra y habían llamado demasiado la atención. Debía tener cuidado.
Guardé mis artilugios y descendí del auto. Encendí un cigarrillo y me encaminé a paso firme hacía la entrada. Sabía que los umbroles no podían hacerme daño en este plano, pero al pasar junto a ellos sentí un escalofrío.
-Buenas tardes. ¿En qué puedo ayudarle? –me dijo el señor Xiàng en un horrible español con acentos donde no había.
-¿Sabía que tiene tres umbroles en la entrada?
-¿Guzmán? –preguntó acomodándose los anteojos ahora en un español más fluido. –No te reconocí.
-Pasa mucho tiempo mirando por esos obsideos señor Xiàng. Ya no puede distinguir el mundo de los vivos más que como sombras.
El anciano esbozó una sonrisa dejando ver sus chuecos dientes amarillentos y se bajó un poco los lentes circulares con vidrios oscuros que le tapaban los ojos para dedicarme una mirada.
-¿Vienes a comprar o vienes a vender?
-Ninguna de las dos. Vengo por información.
-Entonces vienes a comprar. La información también tiene un precio apadhvaMsaja.
-Sabe que no me gusta que me llamé así.
-¿Prefiere “sangre sucia”?
-Me conformo con Guzmán.
-Y la gallina prefiere que la llamen pavo real, pero que se le va a hacer, sigue siendo una gallina. –respondió en tono burlón-¿Qué información busca?
-Tengo un cliente que desapareció mientras buscaba el Collar de Shen. Sin duda vino a verlo en algún momento de su búsqueda. La pregunta es si fue al principio o al final.
-Viene mucha gente. Muchos preguntan por el mítico collar. No puedo recordarlos a todos.
-¿Qué quiere? –pregunté secamente. Sin duda la información no iba a ser gratuita, pero suponía que valdría la pena el precio.
-Un vial.
-Traiga la aguja –le dije mientras me sacaba el sobretodo.
El viejo se movió rápidamente hacía el fondo del local, a un cuartito que tenía detrás de una librería, volvió raudamente con un frasco de vidrio del tamaño de un pulgar, una aguja intravenosa y dos mangueras de goma.
Me arremangué la camisa hasta la mitad del bíceps y usé una de las mangueras para hacerme un torniquete que ayudara a dejar más visible la vena de mi brazo. Una vez que el vaso se hinchó, clave la aguja que tenía la otra manguera adosada y comencé a bombear abriendo y cerrando la mano. La sangre fluyó hasta llenar el vial. Pude notar como el tendedero se relamía al ver como se llenaba. Cuando terminé saqué la aguja y me apreté con un pañuelo para evitar que siguiera saliendo sangre.
-Bien. Ahí está mi paga. Ahora deme lo que vine a buscar. –le dije mientras lo veía guardar los instrumentos y cerraba cuidadosamente el frasquito para evitar que se derramara la más mínima gota.
-Un buen ingrediente. Muy escaso. Muy valioso.-decía extasiado mientras se acomodaba nuevamente en su banqueta- Muy bien, muy bien. Su cliente ha de ser Augusto Iraola. ¿Verdad? Vino hace unos meses preguntando por el collar. Por supuesto que yo no lo tenía, así que lo referí a un colega. Creo que él tampoco lo tenía pero seguro sabrá donde lo envío a buscarlo. No me extrañaría que la desaparición de su cliente esté relacionada a su éxito a la hora de dar con el artilugio.
No quise decirle que pensaba igual, así que simplemente asentí y saqué mi libreta para anotar la dirección.
-¿Cómo se llama su colega y donde puedo encontrarlo?
-El señor Saravia tiene una joyería en el barrio de Once.
-Gracias. –respondí mientras me guardaba la libreta y me ponía el sobretodo- Y manténgase alejado de la umbra.