El misterio del Collar de Shen

Capítulo 3

El señor Xiàng me había dejado un mal sabor de boca. Así que de camino a la joyería de Saravia me detuve en un cafetín al paso y me pedí un sándwich de salame y queso y una pinta de cerveza. Parte de mi adelanto era para gastos, y aquel era un gasto un muy necesario.

Mientras comía no pude evitar llevarme una mano al brazo, al lugar donde momentos antes había tenido que hacerme una extracción de sangre. No me dolía, ni mucho menos, solo me provocaba recuerdos. Recuerdos que había intentado olvidar.

Durante los últimos años de vida de mi padre, aproveché mi extraña sangre para hacer un dinero extra y pagar su tratamiento médico. Pero la desesperación me volvió imprudente y un día, volviendo de la tienda de Xiàng, me desmayé al volante y choqué contra un poste de luz. No fue nada grave pero terminé internado por una semana. Me diagnosticaron anemia y un par de huesos rotos. Cuando salí mi padre ya había muerto. Desde entonces juré no volver a hacer dinero con mi legado.

Saqué una servilleta del servilletero, me limpié los labios y tiré el dinero sobre la barra mientras me levantaba y me despedía de Manuel, el hombre que atendía el local.

Llegué a la joyería y volví a realizar mi ritual. Esta vez no había umbroles, pero la energía del lugar despedía toda clase de colores.

Al entrar un colgante de vidrio blanco con dijes con forma de copos de nieve comenzó a girar intensamente.

-No atendemos a gente como usted –me dijo el hombre que estaba detrás del mostrador agriamente.

-¿A qué se refiere con “gente como yo”? –respondí desafiante.

-Un sucio apadhvaMsaja. –dijo y escupió al suelo con repulsión- Aquí solo se aceptan puros.

-Me envía Xiàng. Y, si mal no recuerdo, Malleus tampoco quería mucho a los suyos. –le dije con una sonrisa socarrona. Usualmente no me gustaba burlarme de la violenta masacre en la sinagoga de Londres durante la guerra, pero este hombre me estaba sacando de mis casillas.

-¡¿Cómo se atreve?! –me respondió lleno de ira. Sus ojos comenzaron a tornarse de un rojo intenso y los objetos más livianos que no estaban sujetados a nada comenzaron a flotar.

-Tranquilo amigo –dije mientras movía mi sobretodo a un lado y dejaba ver un revolver. –Ninguno de los dos quiere pasar la noche respondiendo preguntas en El Consejo sobre quien embrujó a quien y quien le voló la cabeza a quien. ¿Verdad?

Mi amenaza surgió efecto y Saravia se tranquilizó lo suficiente para mantener su magia a raya.

-¿Qué quiere?

-Busco al señor Iraola. Entiendo que usted lo puso en camino a encontrar un objeto muy poderoso.

-No discuto sobre mis clientes. Además, ¿Cuál es su asunto con el señor Iraola? ¿O con el objeto?

Hay personas que tienen alma de comerciantes. No importa cuánto los insultes, si ven la oportunidad de comerciar dejan de lado sus ideales y se disponen a hacer tratos hasta con sus peores enemigos. Así era Saravia.

-El señor Iraola está desaparecido desde hace una semana. Fui contratado por alguien de la familia para dar con su paradero.

-No parece un policía. ¿Es un investigador mágico?

Asentí sin emitir palabra. No necesitaba gastar aliento en una respuesta más que obvia.

-Todo lo que puedo decirle es que no soy responsable de su desaparición. Le vendí a su cliente una pieza del objeto que estaba buscando. Al parecer el señor Iraola no estaba familiarizado con la fragmentación de Wolf. Se decepcionó mucho al enterarse que el collar no estaba más en una sola pieza desde hace más de cien años.

-¿Quiere decir que usted tenía en su poder uno de los cinco cristales que componen el collar?

El hombre se encogió de hombros como si hubiera confesado una travesura. Una travesura que podía terminar con la vida de millones de personas en un parpadeo.

-Ningún humano podría soportar el poder del cristal. ¿Cómo se lo llevó Iraola?

-Estaba contenido dentro de un cofre de madera de álamo negro. Le advertí varias veces que no lo abriera.

Le dediqué una última mirada de escepticismo y salí del negocio mientras el colgante volvía a girar sin control cuando pasé a su lado.




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