La señora de Iraola abrió la puerta y se asomó a recibirme. Se notaba que la había hecho salir de la cama a las apuradas. No estaba maquillada y apenas estaba peinada.
-Pase rápido. –me dijo mientras me hacía señas con la mano. –Estas no son horas de visita y no quiero que los vecinos lo vean.
Presuroso cumplí con sus deseos y entré por la hendija, permitiéndole cerrar detrás de mí.
-Disculpe, pero lo que debo hacer no puede esperar hasta mañana.
-¿Me dijo al teléfono que encontró a mi marido? –me preguntó mientras terminaba de cerrar la puerta.
-Algo así. –respondí intentando desviar mi atención a sus fachas. Sabía que una señora como ella se sentía incomoda de recibir a un desconocido en bata.
-¿Y no podía esperar hasta mañana para decirme dónde está o decírmelo por teléfono?
-El tiempo es una cuestión crucial en este caso. En cuanto a explicárselo por teléfono…, bueno, es algo bastante complejo.
La mujer me miró extrañada, intentando comprender, pero con un dejo de resignación. Sin duda, el haber lidiado con los objetos mágicos que traía su marido la había acostumbrado a no hacer preguntas que sabía no entendería.
-Necesito pasar al estudio de su esposo.
-Por aquí. –me indicó con la mano mientras se adelantaba para guiarme por la casa.
Recorrimos raudamente la mansión. El lugar seguía sorprendiéndome por su opulencia a medida que pasábamos de una sala a la otra.
Finalmente, la señora de la casa se detuvo frente a una puerta.
-Es aquí –me dijo mientras abría con una llave que tenía en el bolsillo.
El lugar era bastante más pequeño de lo que hubiera esperado. Tenía un escritorio y una gran biblioteca llena de libros, pero no mucho más.
-Permiso –le dije mientras entraba. Ella se quedó en la puerta. El lugar le daba escalofríos. No podía culparla, podían sentirse los flujos energéticos sin necesidad de usar la vitroverdina.
Comencé a revisar los cajones y los estantes, pero solo encontraba papeles y libros comunes. No había objetos mágicos a la vista. No era lo que hubiera esperado de un coleccionista con la fama de mi cliente.
-¿Tiene un cenicero? –le dije a la señora Iraola.
-Debe haber uno en la cocina, ahora se lo traigo – me respondió de mala gana mientras iba en búsqueda del objeto.
Mientras estaba solo me senté en el escritorio y leí algunas de las notas que había dejado el dueño. Al parecer había rastreado el collar desde Europa. El Consejo de Londres era el dueño de la pieza que tenía Saravia. Durante la guerra, los sobrevivientes al ataque de Malleus, lo habían ocultado y trasladado por distintos países, hasta que llegó a nuestro país oculto en una valija.
-Aquí tiene –la señora de Iraola interrumpió mi lectura apoyando brusca y sonoramente un cenicero sobre el mueble. –Abra la ventana antes de prender su cigarrillo. Prefiero evitar el olor a tabaco en mi casa.
-No se preocupe, no voy a fumar –le dije mientras sacaba del bolsillo interno de mi sobretodo un pequeño sobre de papel.
La mujer me miraba intrigada mientras lo apoyaba sobre la mesa. Saqué de su interior dos pétalos de flor de Loto y los coloqué dentro del cenicero. Tomé un fosforo y las prendí fuego. Dejé que se consumieran y sujeté las cenizas con mis dedos mientras me ponía de pie.
-Aquí hay algo escondido –dije mientas caminaba por el cuarto- La flor de Loto tiene el poder del conocimiento.
Esparcí un poco, pero la ceniza cayó al suelo. Di unos pasos más, volví a dejar caer otro poco y sucedió lo mismo.
La señora de Iraola me miraba escéptica. Me acerqué a la biblioteca, repetí la tarea pero esta vez las cenizas se desviaron de su trayectoria levemente hacía atrás.
-Te encontré.
Di unos pasos hacia atrás y dejé caer otro poco. Esta vez la trayectoria fue más anormal.
-Eso… eso es imposible –dijo la mujer sorprendida.
-Es un hechizo simple de búsqueda.
Me quedaban pocas cenizas así que me aproximé a la pared donde apoyaba la biblioteca y las arrojé allí. Se movieron con precisión en horizontal hacía el borde del mueble.
-No sabía que era un brujo –continuó la señora.
-No lo soy, pero tampoco soy humano.
-¿Qué es entonces?
-Algo especial. –respondí mientras metía la mano por la recién descubierta hendidura.
-No comprendo.
No quería compartir mi concentración entre la búsqueda y la explicación de mi legado, así que permanecí en silencio mientras buscaba a tientas una palanca o botón que abriera la puerta secreta que, de seguro ocultaba los tesoros del coleccionista.
Finalmente mi sospecha fue confirmada. Sentí una protuberancia, presioné y resultó ser un botón. Un mecanismo se activó y la biblioteca se abrió por la mitad dejando ver la parte oculta del estudio. Un espacio de iguales dimensiones que el lado visible, pero lleno de estanterías con artilugios mágicos.