En medio del cuarto secreto había una mesa muy antigua. Sobre ella descansaba una cajilla negra mal cerrada.
-No respire. – le dije a la señora de Iraola que me miró con aire de reproche por mi impertinencia. –Estamos ante un objeto de sumo poder. La más mínima briza puede activarlo.
Me acerqué lentamente, intentando contener la respiración. No sabía cuál de los cinco cristales estaba dentro del cofre, pero estaba seguro que todos se activaban con un soplido. O al menos eso decía la leyenda y, en mi experiencia, la leyenda nunca se equivocaba.
Saqué del bolsillo externo derecho de mi sobretodo la bolsa de papel madera con los objetos que le había comprado a Xiàng y la apoyé con cuidado sobre la mesa. Tomé de ella un frasquillo con sal, lo abrí y vertí el contenido dentro de la caja.
-Ya está inutilizado. –le dije a mi clienta para calmarla- La leyenda dice que en una ocasión Dian Mu sopló por accidente Diluvio. Estuvo tan arrepentida de sus actos que lloró desconsoladamente. Sus lágrimas cayeron sobre el fetiche haciendo que el efecto remitiera inmediatamente. Desde entonces, sólo sus lágrimas pueden desactivarlo.
-¿Cómo consiguió….-comenzó a preguntar la señora intrigada con mi relato, pero se detuvo resignada- No importa. Igual no lo entendería. Prosiga.
Asentí con una sonrisa picaresca, y saqué mi monóculo junto a mi cristal de obsideo y miré a través de ellos.
-Como temía. Su esposo abrió la caja y no pudo soportar su poder. -En medio de la habitación podía verse un portal negro como la noche girando en el espacio. –Fue catapultado por el cristal a la umbra.
-¿Está muerto?
-Peor. Está atrapado en un mundo oscuro donde cada segundo de nuestro mundo dura un año. Imagine el tiempo que pasó en una semana. Lo que queda de su mente ha de haberse vuelto loco.
Saqué un tótem tallado en madera de ébano con la forma de un homúnculo con la lengua afuera de la bolsa y una medalla de plata con la figura de Lázaro grabada en medio.
-¿Puede traerlo de vuelta? –me preguntó incrédula.
-Cómo desee.
-Sí. Está bien. –respondió la mujer tras meditarlo unos segundos.
Rebusqué en mi bolsillo hasta dar con mi llavero de amuletos y raspé el ámbar con la medalla.
-La actividad paranormal que estuvo presenciando estos días era su esposo tratando de volver. Lo intentó a través de los espejos, pero los humanos no poseen esa habilidad.
Volví a raspar la piedra, esta vez emitió un destello.
-Voy a crear un faro, una guía para hacerlo volver. Si tenemos suerte encontrará el camino.
-¿Y si no?
-Si tenemos mala suerte, otra cosa saldrá.
La tercera fue la vencida, la piedra comenzó a emitir una fuerte luz. Me colgué la medalla a la cadena que llevaba de pulsera, apunté con el ámbar como si fuera una linterna al remanente de energía del portal y con mi mano libre sujeté el tótem. Inmediatamente sentí un frio me caló los huesos y el vórtice comenzó a hacerse visible a ojo desnudo.
-¿Qué…qué es eso? –preguntó mi clienta espantada mientras se arropaba por la ventisca helada que inundaba la habitación.
-Es un portal a la umbra. Guarde silencio. No queremos que nos escuchen.
-¿Quiénes?
Respondiendo a sus preguntas un umbrole asomó su pútrida cabeza por el agujero. Dio un gemido y con dificultad asomó una garra seguida de su magro brazo. La señora de Iraola contuvo un grito de espanto y estuvo a punto de desmayarse, pero solo se quedó petrificada contra la pared más distante.
Esperé impertérrito mientras la criatura se acercaba más y más. Podía sentir su aliento gélido pero no me moví. Una vez que cruzó la mitad del cuerpo y clavó sus largas uñas en el parqué solté el tótem y el portal se cerró inmediatamente. El chillido de dolor que emitió el umbrole cuando fue cortado al medio fue insoportable. Cuando sus restos tocaron el suelo, lentamente comenzaron a desaparecer y fue suficiente para lograr que mi clienta cediera al desmayo que luchaba por evitar.
Escuché el golpe sordo cuando cayó. La miré por sobre mi hombro y no pude evitar reírme. Sujeté nuevamente el tótem y el portal volvió a abrirse. Apunté mi linterna mágica hacía la oscuridad y esperé. Pasaron unos minutos y nada. Pensé que tal vez el pobre señor Iraola había perecido a causa del tormento, o su espíritu había sido alimento de los umbroles.
Estaba por cumplirse la media hora desde que había abierto el umbral cuando la anfitriona recobró la conciencia. Se puso de pie muy apenada acomodándose la bata.
-¿Qué sucedió? –me preguntó mientras intentaba recobrar la compostura.
-Nada. Lamento decirle que todo este negocio ha sido en vano.
No terminé de hablar cuando una mano se asomó por el portal. Era la mano de un hombre mayor.
-Es él –le dije a la señora- ¡Tire! ¡Ayúdelo!