Nick yacía inconsciente en el asiento del avión, su respiración débil y superficial. Stiven lo observaba con angustia, sosteniendo su mano fría y sudorosa. Habían logrado llegar al aeropuerto a duras penas, apenas escapando de la policía y de los secuaces de Li Xing.
Con mucho esfuerzo, Stiven consiguió comprar dos boletos en el primer vuelo disponible hacia China. El miedo y la incertidumbre se apoderaban de él a cada segundo que pasaba. Sabía que Nick no podría resistir mucho tiempo más sin recibir la cura.
Durante el vuelo, Stiven no se separó ni un momento de su amigo. Le humedecía la frente con un paño húmedo, intentando mantenerlo lo más cómodo posible. Nick se retorcía de vez en cuando, murmurando palabras incoherentes. Stiven se esforzaba por mantener la calma, pero por dentro, el pánico amenazaba con desbordarlo.
Finalmente, el avión aterrizó en Shanghái. Stiven se apresuró a bajar, cargando a Nick en brazos. Buscó desesperadamente un taxi que los llevara a un hospital.
- ¡Rápido, por favor! ¡Mi amigo necesita atención urgente! - le rogó al conductor.
El taxista, al ver el deplorable estado de Nick, aceleró sin perder tiempo. Stiven miraba por la ventanilla, rezando por llegar a tiempo.
Una vez en el hospital, Stiven gritó pidiendo ayuda. Un equipo médico salió a recibirlos, y de inmediato trasladaron a Nick a la sala de emergencias.
Stiven quiso acompañarlo, pero los médicos le impidieron el paso, pidiéndole que esperara en la sala de espera. Con el corazón en la garganta, el joven se dejó caer en una silla, hundiendo el rostro entre sus manos.
Había logrado llegar a China, pero ¿sería suficiente para salvar a su amigo? La incertidumbre lo carcomía por dentro. Solo podía esperar y rezar para que Nick resistiera, y que los médicos pudieran encontrar la cura a tiempo.