Apenas Zheng había pronunciado esas palabras, un grupo de hombres armados emergió de entre los árboles, rodeándolos sin darles oportunidad de reaccionar.
- ¡Alto ahí! ¡Nadie se mueve! - gritó uno de los matones, apuntándoles con su arma.
Mei-Lin y Stiven intercambiaron una mirada de alarma, conscientes de que se enfrentaban a un peligro mortal. Zheng, en cambio, los observaba con una tranquilidad aparente, como si ya hubiera anticipado este encuentro.
- ¿Qué es lo que quieren de nosotros? - preguntó el anciano, sin perder la calma.
Uno de los hombres, que parecía ser el líder, se adelantó con una sonrisa burlona.
- Venimos a asegurarnos de que no vuelvan a meterse donde no los llaman. Y para eso, vamos a destruir todo lo que encuentren a su paso.
Dicho esto, los matones comenzaron a rociar con líquidos inflamables las plantas medicinales que crecían en el claro, prendiendo fuego de forma sistemática.
Mei-Lin y Stiven observaban horrorizados cómo las llamas consumían rápidamente todo a su alrededor, privándolos de su única esperanza de encontrar la cura para Nick.
Pero el anciano Zheng, lejos de mostrarse abatido, se irguió con una autoridad imponente, su mirada ardiendo con una furia controlada.
- ¿Creen que pueden venir a profanar este lugar sagrado y salir impunes? - su voz retumbó como un trueno - ¡Jamás entenderán el poder de este santuario!
Zheng comenzó a entonar un antiguo mantra, y de repente, la tierra tembló bajo sus pies. Mei-Lin y Stiven se aferraron a él, observando con asombro cómo las llamas eran sofocadas por una lluvia impetuosa que surgía de la nada.
Los matones, aterrorizados, intentaron huir, pero fueron detenidos por un muro de roca que se alzó a su alrededor, encerrándolos.
- ¡Esto no ha terminado! - gritó el líder, desesperado - ¡También hemos atacado el templo donde se encuentra tu protegido! ¡Allí ya no queda nada!
Estas palabras hicieron que la furia de Zheng alcanzara su punto máximo. Con un único movimiento de su mano, las paredes de roca se cerraron sobre los intrusos, aplastándolos sin piedad.
Mei-Lin y Stiven observaron todo esto con una mezcla de asombro y horror, comprendiendo que el anciano guardián guardaba un poder ancestral más allá de su comprensión.
Una vez que el peligro fue neutralizado, Zheng se volvió hacia ellos, su semblante sereno una vez más.
- Debemos apresurarnos - dijo con urgencia - Nick nos necesita. Síganme, les mostraré el camino.
Sin perder un momento, Mei-Lin, Stiven y el anciano Zheng emprendieron a toda prisa su viaje de regreso, rezando por llegar a tiempo para salvar a su amigo de la devastación que les habían anunciado.