El Misterioso Caso Roseville

1: Señales.

Oslive.

La vieja camioneta de Henry se tambaleaba conforme avanzaban sobre el camino lleno de baches, no estaba pavimentada como acostumbraba a verlas en la ciudad, siendo un pueblo pequeño no había tantos autos más que la camioneta suya y uno que otro de algún vecino. El trabajo le daba la ventaja de laborar menos y descansar más con paga incluida, ya que al no ser un lugar grande, no había tantas probabilidades de crimen. La desventaja era tener que cargar con su sobrino Nicholas Rowe, a quien lamentablemente tenía que cuidar hasta que pudiera crecer y ser mayor de edad para correrlo de la casa. Faltaban 3 años para eso y Henry ya estaba haciendo sus maletas por él.

Frenó de golpe y golpeó el claxon cuando dos estudiantes se atravesaron y palmearon el cofre de Henry con la mano solo para molestarlo. Maldijo entre dientes y susurró algo acerca de la mala educación que los padres le estaban dando a sus hijos hoy en día, luego se quitó el sombrero y miró a su sobrino como un padre mira a un hijo. Nicholas esperó sus palabras para su primer día de clases en esa escuela. Henry tomó aire y dijo de la forma más dulce:

—Sal de la camioneta, vago inútil. Y más te vale llevar buenas calificaciones, o sino dormirás con el perro —sonrió sacando un cigarrillo nuevo.

Nicholas rodó los ojos y azotó la puerta al salir, en seguida Henry aceleró levantando lodo con las llantas, algo que lo molestó mucho pues lo había salpicado. Dio un bufido y entró a regañadientes a la escuela, no sin antes echar un vistazo desde afuera al edificio; le sorprendió ver que incluso cualquier edificio ubicado en el pueblo era pequeño, y que hasta los alumnos eran pocos. Tan solo había una cancha de fútbol soccer que también se usaba para jugar basquetbol. Aunque no estaba deteriorada, Nicholas prefería las canchas de su antigua escuela, techadas y en muy buen estado. En Westfield, el lugar donde vivía antes, lo tenía todo, una cómoda casa, un mejor lugar para jugar hándbol, y amigos, muchos amigos. Ahora viviría en una cabaña con las paredes cubiertas de moho, rodeado de bosque donde siempre hay un clima frío y lluvioso, con lodo, sin poder practicar su deporte favorito y sin amigos. No podía empeorar.

—Eres nuevo en la ciudad, ¿cierto?

Las palabras lo despertaron de sus recuerdos inmediatamente, regresándolo a la terrible realidad en que ahora vivía. Parpadeó y buscó con la mirada a quien le había hablado. Se trataba de una chica, de baja estatura, delgada y de curiosos ojos café oscuro.

—¿Tan notable es? —preguntó con voz monótona.

—Conozco a todos en el pueblo —dijo—, te habría reconocido al instante.

—Oh, cierto —reconoció sintiéndose incrédulo—, lo olvidaba. Llegué hace unos días con mi tío.

—¿El nuevo jefe de policía? —preguntó.

—Sí, así es.

—Pues bienvenidos a Oslive, no es un lugar muy bonito —dijo encogiéndose de hombros—, pero la gente es buena.

—Bueno, gracias... Por cierto, soy Nicholas Rowe.

—Frankie Rosenzweig —respondió ella.

Nicholas no supo qué más agregar a la conversación, no tenía idea de qué otras cosas decir. Y es que no se había preocupado en hacer un saludo formal cuando conociera a alguien, pues no había pensado en hablarle a nadie. Se despidió con un "tengo que ir a buscar mi salón", una sonrisa y mirada perdida mientras se alejaba de ella adentrándose a la oscura escuela.

Estaba seguro que habría sido más fácil haberle pedido ayuda a Frankie, lamentablemente se había dado cuenta tarde y ahora se encontraba perdido. Ese día lo había iniciado mal, pero se decía a sí mismo que Henry no podía estarlo pasando mejor que él.

~~~

El jefe de policía de treinta y nueve años atendía a la perfección sus deberes como tal, en el sofá viendo la televisión cerveza en mano mandando aquí y allá a través del teléfono. Salvando gatos y deteniendo los clubes de pelea. Aunque la primera opción se daba más, ya que en la mayoría de las casas vivían ancianas solas, cuyos gatos se la pasaban haciendo de las suyas. La ventaja era que le pagaban, lo malo era que muchas de esas señoras, tanto casadas, como divorciadas, se iban sobre él. Aunque no lo pareciera, Henry no era un mal hombre, y nunca le haría caso a alguna mujer así. No tenía interés ni tiempo y eso quedaba probado por hacerse cargo de su sobrino después de la muerte de su hermana, o más bien, su desaparición. Cuidar a un niño de quince años no era nada fácil. Tomó la decisión de mudarse a Oslive cuando éste tuviera esa edad, un lugar tranquilo para vivir en paz. Pero ambos aparentemente se odiaban.

Una llamada de la comisaría le despertó de un sueño con deliciosas piernas de pollo, y a regañadientes tuvo que levantarse debido a una "emergencia" en la granja casi a las afueras del pueblo. Se puso su uniforme sin olvidar su sombrero y su cigarrillo, y arrancó en su camioneta hasta la localización donde un viejo con un sombrero de paja en las manos lo esperaba impaciente y preocupado. Henry salió acercándose a ver qué pasaba.

—Me alegra tanto que viniera oficial —dijo este ofreciendo la mano.

—A mí no tanto —respondió Henry sin estrecharla—, vamos al grano, ¿cuál es el problema?

Al anciano no pareció importarle que lo saludara o no, en seguida lo condujo hasta el problema, el hombre pensó que debía tratarse de algunos vándalos que hayan robado su ganado o pintado su casa con aerosoles.

—En la mañana mientras hacía mi rutina todo estaba en orden —explicó el granjero—, pero al salir un momento de mi casa e ir al pueblo, regresé y todo estaba así. Ha empeorado desde entonces.

A Henry Rowe se le cayó el cigarrillo de la boca cuando llegó. Delante de él, cuerpos inertes cubiertos de moscas y animales carroñeros estaban todo tipo de criaturas de granja, desde gallinas hasta caballos, reces, ovejas, perros, gatos todos muertos y en proceso acelerado de descomposición; Henry tuvo que cubrirse nariz con el cuello de su camisa para soportar el olor y no vomitar.




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