Camino en dirección a la tienda de mi abuelo intentando hacer a un lado la molestia que siento gracias a papá.
Por la mañana me desperté y luego de arreglarme, él me encontró en la sala de estar, me preguntó porque me iba antes y le dije que solo quería caminar un rato a solas. Ya le había dicho a mi abuelo que lo encontraría después y a él no le molestó, pero a papá sí.
Volvió a recordarme que no tengo que trabajar y que ese viaje era para conectar en familia y muchas tonterías más. Sé que no quiere conectar conmigo, sé que lo único que quiere es tomar varias fotografías y publicarlas para presumir a su familia perfecta.
Mientras me acerco a la tienda veo que Marcus no está ahí, quizás fui tonta por pensar que alguien como él estaría interesado en pasar tiempo conmigo. Incluso si eso sucede, pronto se dará cuenta de lo aburrida que soy.
Bueno, ya, debería dejar de quejarme.
Llego a la tienda y no, nadie aquí ni en la otra parte.
Bajo una silla metálica y la coloco a un lado de la mesa, me siento y veo hacia el fondo, donde puedo ver una parte del mar.
Unos instantes después, escucho el sonido de ruedas sobre el pavimento, me giro hacia la derecha buscando lo que produce el sonido y veo a Marcus en una patineta y sosteniendo un casco entre su brazo y el costado de su cuerpo, se detiene frente a mí y con un movimiento del pie la levanta y la toma del frente.
—Buenos días —sonríe.
Entorno los ojos. —Hola, buenos días.
Coloca el casco sobre la mesa. —Entonces, ¿ya desayunaste?
—Tomé café y comí una barra de cereal —me levanto—. ¿Por qué?
Baja la mirada a la patineta y regresa sus ojos a los míos. —Porque he preparado algo para empezar a disfrutar tu juventud —deja la patineta en el suelo, toma el casco y se acerca para colocármelo con cuidado.
—Espera —digo, sintiendo como sus dedos rozan mi barbilla mientras abrocha el cinturón pequeño—. No creo saber cómo usar eso.
Asiente y extiende sus manos hacia mí. —Por suerte yo sí y le he enseñado a muchos niños de aquí, así que, estás en buenas manos.
Marcus es tan… inesperado.
—Um, yo… —respiro profundo, tengo que dejar de pensar tanto, eso jamás me ha funcionado—, está bien, supongo.
Asiente. —Mira, pon un pie aquí —señala usando su pie—. Y el otro aquí, dame tus manos, yo te ayudo.
Tomo sus manos y él las estrecha, lentamente coloco un pie y me arrepiento al sentir como se mueve, sin embargo Marcus me da un apretón y lo vuelvo a intentar. Me subo lentamente, colocando los pies donde él me enseñó.
— ¿Ves? —dice—. Ya lo tienes, ahora andando.
Aprieto sus manos. —No me sueltes, por favor.
—No lo haré —él comienza a moverse para deslizarme con la patineta, siento las rodillas débiles aunque no sé si porque pienso que puedo caerme en cualquier momento o porque Marcus sigue sosteniendo mis manos y está muy cerca de mí.
Él camina a mi lado mientras me mueve y avanzamos lejos de las tiendas, seguimos por un rato hasta que la calle deja de ser tan lisa y comienzo a perder el equilibrio.
—Espera, baja un pie —pide—. Ahora intenta impulsarte.
Bufo. —No puedo.
Eleva una ceja. —Estoy seguro que sí puedes, vamos, dame tu mano.
Bajo un pie sin soltarle una mano, mis piernas siguen temblando pero él me ayuda a mantener el balance. Respiro profundo para tranquilizarme y justo como él lo pidió, uso mi otro pie para empujarme aunque por cortas distancias.
—Muy bien —susurra.
Sonrío. —Supongo que también eres instructor de patinetas.
—Algo así —baja nuestras manos, ya no la sostiene tan alto, ahora solo parece como si estuviéramos sosteniéndonos las manos mientras que yo voy en patineta.
— ¿A dónde vamos? —sigo empujándome.
Él da un paso para acercarse y toma mi cintura. —Espera, cuidado aquí, te puedes caer con ese desnivel —mi cuerpo se tensa al sentir su contacto—. Vamos a un lugar genial y vamos a desayunar comida real.
Marcus sigue sosteniéndome mientras paso una pequeña bajada con algunos agujeros en la acera, luego me suelta la cintura pero sigue sosteniendo mi mano.
Mi corazón se ha acelerado y no puedo detenerlo, creo que nunca antes había estado así de cerca con un chico, lo cual es patético porque solo estaba ayudándome.
—Ahora cruza y luego en la otra esquina, vamos a pasarnos a la otra calle —pide.
Avanzamos hasta llegar al final de la calle, él me mira y me da una sonrisa, finalmente nos movemos a la siguiente calle y seguimos un poco más hasta volver a pasarnos a otra parte.
—Ya casi —anuncia—. Ahora baja, aquí hay una pequeña grada.
Me bajo de la patineta pero Marcus no deja de sostener mi mano, con la otra se inclina para tomarla y llevarla así mientras caminamos unos metros y noto donde estamos.
Es uno de esos parques para patinadores con rampas, curvas y unos tubos donde ya hay varios chicos con sus patinetas en las orillas o intentando hacer algunos trucos.
—Ven aquí —pide, moviéndome a un lado, donde hay una pequeña caseta.
—Marcus —un chico de cabello largo levanta el mentón—. ¿Qué te doy?
Veo el interior, tiene muchas frituras en paquetes individuales, dulces, agua, sodas y una máquina de café.
—Eh, dos pastelillos de chocolate, dos barras de chocolate con cereza y dos jugos de fresa —me mira—. ¿Algo más?
Niego. —No.
El chico se mueve para colocar todo frente a nosotros, le cobra y Marcus paga con dos billetes arrugados que sacó de su pantalón. — ¿Me ayudas con los jugos?
Asiento, ahora que Marcus me ha soltado tomo un jugo con cada mano, él toma el resto de lo que compró con la otra mano que no sostiene la patineta.
—Tu desayuno nutritivo —afirma.
Sonrío. —No tenías que comprarme esto.
Eleva las cejas. — ¿Eres alérgica? ¿No consumes azúcar? ¿No te gusta?
Sacudo las manos. —No, me gusta pero, bueno, te lo pagaré.
—Claro que lo harás —contesta—, la próxima vez que hagamos algo, tú compras los aperitivos.
#349 en Joven Adulto
#5038 en Novela romántica
amor de verano, secretos amor verdadero y complicado, opuestos se atraen
Editado: 16.03.2025