El Momento Eterno

6: Dime lo qué piensas   

—Ah, lo siento —Leo se topa conmigo al terminar de ordenar las camisetas y levantarme.

Lo miro y sonrío. —Está bien.

Asiente y se mueve a un lado para pasar pero estiro mi mano y toco su hombro. — ¿Pasa algo?

Veo que Jazmin entra al baño y aprovecho estos minutos. — ¿Tú conoces a Marcus, no?

Leo asiente, juntando las cejas. —Ah, sí, ¿Por qué?

Bajo la voz. —Bueno, es solo que, ¿Qué tipo de persona es él según tú?

Leo hace una mueca. —Bueno, es… complicado, han pasado cosas pero antes salíamos mucho y era el alma de la fiesta, una vez nadó a medianoche después de saltar de unas rocas en la playa.

Bueno, eso no me rebela mucho sobre él, sé que es un poco impulsivo aunque lo que hemos hecho hasta ahora no se compara con saltar de rocas para nada.

— ¿Por qué preguntas? —luego sonríe lentamente—. Ah, entiendo, ¿te gusta?

Abro los ojos y niego rápidamente. —No, no, solo… me agrada.

Leo inclina el rostro. —Pues si te “agrada” tienes que saber que mantener su ritmo es difícil y pues… —mira hacia mi abuelo, que está terminando de guardar todo detrás del mostrador—, te lo digo porque eres la nieta de mi jefe, intenta mantener los pies en la tierra.

— ¿Qué? No entiendo.

Escucho la puerta del baño abrirse, Leo susurra casi inaudible: —No te ilusiones con Marcus Vernery, es la regla de este lugar.

Jazmin camina con su bolsa colgando de su hombro. —Adiós señor Olson, nos vemos mañana —mi abuelo le sonríe y asiente, luego ella camina hacia dónde estamos y se detiene pues no hay espacio para que pase—. Vamos Leo, Bárbara y los demás han llegado a Flores.

— ¿Bárbara? —Leo pregunta y por alguna razón, me voltea a ver.

Jazmin me da un vistazo y sonríe. —Sí, Barb, ahora muévete y vamos —lo empuja.

Leo me mira y sacude la mano, se va a tomar sus cosas y se despide con un apretón de mi abuelo, luego ambos salen.

Mi abuelo termina con todo y se acerca. —Muchas gracias por tu ayuda hoy, por cierto, olvidé mencionar que les pago a los chicos cada sábado así que tu paga llegará.

Niego. —No tienes que hacerlo, en realidad prefiero estar aquí que en casa.

Acaricia mi mejilla como lo ha hecho desde siempre. —Annie, dale una oportunidad a tu padre, está haciendo lo mejor que puede.

Le sonrío aunque no me siento feliz pero solo quiero terminar con esta conversación.

—Vamos, es hora de cerrar —dice.

Salgo con él y espero a su lado mientras se asegura de cerrar la tienda, cuando giramos veo que Marcus está recostado en el poste, sonriéndome.

—Um, supongo que hoy tampoco regresaras conmigo —el abuelo bromea.

Marcus se acerca. —Eh, señor Olson, ¿Puede Annette pasar una hora más o menos conmigo?

Él afirma con un gesto. —Claro, por supuesto, seguramente eso ha estado esperando.

—Abuelo —murmuro.

Ambos se ríen y yo puedo sentir el calor en mis mejillas. —Solo vamos a… —no sé qué vamos a hacer ahora—, pasear.

El abuelo me estrecha el hombro. —Claro, tengan un buen paseo, te veo más tarde.

Asiento aunque lo detengo antes que se aleje demasiado. —Espera, eh, ¿puedes no mencionar esto? —Bajo la voz—. Si te preguntan, ¿puedes no mencionar sobre Marcus?

Eleva las cejas. — ¿Por qué? ¿No tienes permiso para salir a citas?

Abro la boca y niego rápidamente. —No es una cita, abuelo —exhalo—. Es solo que papá pensará cualquier cosa, será mejor que piense que estoy sola, ¿por favor?

Me sonríe. —Lo prometo, pero como siempre, ten cuidado —le da un vistazo a Marcus—. Es un buen chico Annette, aun así, siempre alerta, ¿bien?

He recibido advertencias de todos sobre Marcus, el abuelo es el único que lo llama así, un buen chico. —Sí, lo prometo.

—Bien, bien, diviértete, te veo después —me sonríe y continua con su camino.

Me acerco lentamente a Marcus con las manos hacia atrás. —Entonces, um…

Marcus levanta un dedo, toma la mochila que ha llevado desde la mañana y busca algo en ella, luego termina de buscar y saca un par de gafas de sol. —Para ti.

Las tomo. — ¿Para mí?

—Sí, te las regalo, son mías —busca de nuevo y saca otras—. Y estas son para mí, así el sol no nos molesta, a esta hora los rayos son distintos, le llaman la hora dorada —afirma.

Me coloco las gafas, todo se torna levemente anaranjado y opaco. —Pero, ¿no es más tarde? Se supone que es cuando el sol luce más amarillo.

— ¿Sabes que dice mi tío? —se coloca las suyas—. Todas las horas son la hora dorada.

—Bueno, gracias por el regalo, ahora yo te debo algo.

Resopla, se ajusta la mochila. —Vamos a un lugar genial hoy y aceptaré que nos compres refrescos, ¿Qué te parece?

Asiento. —Trato hecho.

Señala al lado contrario del que caminamos ayer. —Ahora, vamos a la aventura, espero que no te importe hacer algo… um, un poco no tan legal.

Levanto una ceja. — ¿Qué?

Suelta una carcajada mientras avanzamos. —En realidad, estoy seguro que no hay ningún problema pero —mueve las manos en el aire—, bueno, no lo sé.

Niego. — ¿Cuál es el plan?

El viento sopla por un momento moviendo sus rizos y algunos mechones de mi cabello, las palmeras al fondo se sacuden con gracia. —El plan es ir a un lugar que está abierto al público y que nadie nos cuestionará por entrar, pero luego pasaremos a la parte un tanto ilegal.

—Um, tienes que decirme el plan completo o sino, tal vez debería darme la vuelta y…

—No —sonríe, deteniéndose para verme—. Bien, bien, iremos a mi escuela que está abierta actualmente porque funciona para impartir cursos de verano y muchas actividades pero pasaremos a la azotea, ¿feliz? Quería que fuera una sorpresa.

Hago una mueca. — ¿No te meterás en problemas? Es tú escuela, ¿no?

—Pues, no —dice, retomando el paso—. Dudo que hagan algo más que advertirme que no lo vuelva hacer, además no es lo peor que alguien ha hecho ahí.

— ¿Y que ha sido lo peor?

Ajusta sus gafas. —Una vez los de último año llenaron la escuela de globos, por todo el lugar.




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