Mi hermana, sus amigas y August salieron hace unos minutos.
August intentó convencerme que fuera con ellos pero me negué, sin embargo le pedí que si le preguntaban algo sobre mí, dijera que estoy con ellos para que no me molesten.
Ahora que mis abuelos están dormidos y soy la única despierta en la casa, aprovecho para salir justo cuando faltan tres minutos para las diez y media.
Esta vez no tengo que salir por la ventana, paso las escaleras y antes de irme me aseguro que mi trenza de lado esté bien, mi maquillaje y mi atuendo.
Abro la puerta y salgo al exterior fresco, donde las olas se dejan escuchar con claridad.
Camino hasta la entrada de La Villa y puedo ver a Marcus, recostado en una de esas macetas altas pintadas de blanco. Él no puede verme aun, sus ojos están dirigidos al cielo que a pesar de la hora, está claro por la luna.
Está aquí, esperándome y me pregunto cuánto tiempo más iba a estar dispuesto a hacerlo. ¿Qué pasaría si hoy no hubiera llegado?
A diferencia de la mañana cuando llevaba la camiseta de la tienda de su tío, está usando una de botones a cuadros color crema y unos pantalones blancos holgados, con zapatillas deportivas.
Me acerco, dejando que el sonido de mis pasos contra el concreto anuncie mi llegada.
Gira su rostro, me mira y sonríe lentamente. —Estás aquí.
—Lo estoy —digo.
Sube la mano, está sosteniendo una rosa rosada. Se acerca con unos cuantos pasos y la extiende hacia mí. —Para ti.
Trago saliva. —Gracias —la tomo, notando que cada espina ha sido cortada.
— ¿Lista para irte? Traje a mi bebé —afirma.
Junto las cejas. — ¿Tu bebé?
Extiende el brazo y señala a una camioneta, de esas con la parte trasera descubierta, donde las personas suelen llevar cosas ahí al aire libre. No es moderna definitivamente, es de un verde que me recuerda al pasto en primavera y tiene unas líneas negras en la parte de atrás.
— ¿Tu bebe tiene nombre? —he escuchado que los hombres suelen ponerle nombre a sus autos.
—Aun no —sonríe—. ¿Alguna sugerencia?
Me encojo de hombros. —Soy pésima con los nombres —comenzamos a caminar hacia el auto—. Pero si tienes auto, ¿Por qué no lo usas para ir al trabajo? Al menos no te he visto llegando en él.
—Es mío pero lo presto —explica—. Lo usa mi hermana o mi tío, a veces mis abuelos cuando necesitan transportar algo.
— ¿Tantas personas? —es la primera vez que me dice algo un tanto personal.
Me abre la puerta del copiloto, adentro huele a esos aromatizantes de auto de frutas. —Sí —cierra la puerta.
Sostengo la flor y con un dedo acaricio uno de los pétalos, por instinto me la acerco a la nariz y siento su característico aroma. Marcus rodea el auto para entrar al asiento del conductor.
— ¿Te gustan las películas antiguas? —pregunta, antes que tenga oportunidad de seguir preguntándole de su familia.
—Eh, ¿Qué tan antiguas? ¿Cómo en blanco y negro?
—No, no tan antiguas —sonríe—. Esta es de hace unas décadas, pero es a color. Aunque tengo que decirte que las de blanco y negro no son malas.
Marcus baja la ventana de su lado por completo, enciende el auto y arranca, dando una vuelta en U.
Miro hacia el océano una vez más antes de esforzarme por dejar de pensar en la pelea con mi hermana y en todo lo demás. Ahora mismo solo quiero estar en este momento, solo eso.
— ¿Te gustan las uvas?
Elevo una ceja. — ¿Qué? Um, si, ¿Por qué?
Sonríe y sigue conduciendo, estira la mano para encender la radio y busca una estación donde no estén hablando y haya música.
Bajo la ventana de mi lado y doblo la cabeza para dejar que el viento me refresque el rostro.
—Es una sorpresa.
La canción anterior termina y comienza una con ese mismo toque veraniego que tienen todas las canciones populares del momento.
Recuesto mi brazo sobre la puerta y sostengo mi cabeza con la mano, viendo hacia el cielo y todo lo que no puedo ver más allá. Saco la mano como si intentara tomar el viento que se desliza entre mis dedos y mientras hago esto, me doy cuenta que estoy en medio de un momento que siempre imaginé pero nunca creí que llegaría.
Salir por la noche, escuchar música, sentir el viento de verano y olvidarme de todo. Cosas tan simples pero difíciles de encontrar en mi vida.
Marcus deja que sea la música, las llantas del auto y los ruidos del exterior lo único que se escuche entre nosotros. A pesar del silencio, es cómodo estar aquí. Es diferente al silencio que hay en las mañanas cuando me encuentro con papá en la cocina o los momentos donde Grace y yo vamos de regreso a casa desde la escuela.
Cierro los ojos, tomando el aire que mis pulmones permiten y marcando este momento en mi cerebro. Quiero que esto, esta noche se quede conmigo por todo el tiempo que pueda.
Que quizás Marcus no será el amor de mi vida, no será el hombre con que me case o que volveré a ver, pero será el chico que me ha regalado momentos que no sabía que podía encontrar.
Marcus baja el volumen de la radio cuando la canción termina y comienza otra, es de los ochentas, uno que mamá solía cantar y agradezco silenciosamente que haya disminuido el volumen.
— ¿Puedo preguntarte algo?
Abro los ojos y me reacomodo. — ¿Qué pasa?
Da unos golpecitos al volante. — ¿Por qué August estaba molesto hoy? Digo, no quiero entrometerme pero, ¿hay algo entre ustedes? Si es así…
Suelto una carcajada. — ¿August y yo? ¿Qué? —Me recuesto totalmente en el asiento—. Antes que llegaras estábamos discutiendo.
—Pero él no lucia muy feliz de verme —rasca su mentón—. Además, no sé, ¿no fue un poco posesivo contigo?
Exhalo ruidosamente. —No sé qué rayos le pasó por la cabeza pero no, August y yo solo somos… conocidos, o algo así.
Aprieta los labios aunque puedo ver que está sonriendo. —No quiero estorbar, ¿sabes? Digo…
—Marcus —lo detengo—. No hay nada con August y bueno… tampoco yo, no quiero estorbar…
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Editado: 06.06.2025