El Momento Eterno

23: Eres mi para siempre

El lugar al que Marcus quería llevarme no está relacionado con fantasmas.

Es una pasarela marítima no tan larga, que lleva a un área donde según los rótulos, hacen paseos en lanchas pero ahora está cerrado, dejándonos en un lugar de madera por todos lados. El suelo está hecho de tablas anchas y el techo tiene una forma triangular, iluminada con varios focos pequeños a lo largo del lugar.

Marcus toma mi mano y caminamos a pasos lentos en medio de la pasarela, con el sonido de las olas. Cuando estamos cerca del final, Marcus suelta mi mano y se mueve frente a mí.

—Hay una leyenda en Flores —afirma—. Se dice que un hombre que siempre iba en su barco se enamoró de una mujer local, se veían cada seis meses hasta que un día se enteró que ella se había casado con alguien más y se había ido del lugar.

— ¿De verdad?

Sonríe, encogiéndose de hombros. —Es lo que se dice. La leyenda es, que cualquiera que se bese en este lugar será capaz de ver al hombre pues se amargó y prometió atormentar a los enamorados.

Intento no mostrar ninguna expresión cuando menciona “enamorados” —Ah, entiendo, suena como algo que la gente inventa.

Marcus mira al techo. —No lo sé, ¿Y si es verdad? Mi abuelo me contó esta historia cuando era niño, él trabajaba aquí ayudando al mantenimiento y siempre quise ver al fantasma.

Suelto una carcajada. — ¿No tenías miedo?

—No —se pasa la mano por el cabello—. Honestamente, los fantasmas no pueden hacerte nada, a diferencia de los humanos.

Me muevo a la orilla y me recuesto en una de las columnas de madera. —Te pueden atormentar.

—No pueden —afirma, moviéndose a la columna opuesta, quedando a unos cuatro metros de mí.

— ¿Ya lo comprobaste? —es mi forma de indagar si ha besado a alguien aquí alguna vez.

Marcus se mueve hacia mí, con los ojos enfocados en los míos. —No, pero quería comprobarlo hoy —toma mis manos—. El reto que te pondré es que descubras conmigo si el hombre con el corazón roto se aparece en este lugar.

No creo que existan los fantasmas y dudo que algo suceda si nos besamos aquí pero juego un poco con el tema. — ¿Qué pasa si es cierto? ¿Me atormentará por el resto de la vida?

—Creo que eres una chica valiente, ¿o me equivoco?

Miro a un lado, me concentro en el cartel que anuncia los horarios de la semana. —No sé qué es ser valiente.

—Yo creo que lo eres —Marcus se inclina aunque todavía no me besa, permanece con el rostro cerca de mí.

Rayos, este chico es tan atractivo. No me refiero únicamente a su rostro, me refiero a sus acciones. Puedo comprender totalmente porque las chicas de este lugar se derretían por él, yo lo estoy haciendo ahora mismo.

—Pero hay otra leyenda —se separa, aun tomando mis manos—. Dicen que la mujer en cuestión escuchó sobre el dolor del hombre y regresó, solo para descubrir que él nunca la volvió a buscar. La leyenda cuenta que ella le prometió amor eterno, un amor que duraría por siempre.

— ¿Y en esa leyenda, volvió? —pregunto.

Niega. —No, en esa leyenda ella sigue por aquí, ayudando a las parejas a que continúen por siempre juntos.

Trago saliva. En una versión, el amor se acaba sin más y en la otra, perdura. Claramente no podría aplicar para nosotros (si es que fueran verdad) pues Marcus y yo no nos amamos. Sé que él no lo hace y yo no lo hago. Amar es algo grande, eterno y pesado, no es algo finito y temporal como lo que tenemos.

—Entonces, ¿Cuál es la verdadera? —el viento mueve mi cabello y me arrepiento de no haberlo recogido.

Marcus también tiene algunos mechones sobre los ojos. —Pues, la que tu escojas, ¿Qué prefieres? ¿El para siempre o la tragedia?

—No creo en el “para siempre” —digo, casi como una respuesta automática.

Marcus mira mi mano sostenida por la suya. —Y yo que no creo que las tragedias sean el final de la historia.

—Las tragedias existen —mi mente me presenta las imágenes de mi madre en sus últimos días.

—Las tragedias existen —repite—. Pero siempre se puede cambiar la historia.

Frunzo el ceño. La historia de mi madre no cambió, ella estuvo enferma y su cuerpo se iba debilitando sin poder hacer nada en contra. Los segundos eran el peor enemigo de ese cuerpo al que habían diagnosticado con poco tiempo de vida.

—No es cierto —suelto su mano.

No es culpa de Marcus pero estoy cansada que la gente trate de convencerme que de lo malo se puede encontrar algo bueno. No es así. Cuando pierdes a tu madre apenas siendo una niña, cuando sabes que jamás te verá siquiera graduándote de la secundaria o podrás hablar con ella para pedirle consejos, no te sirve de nada los consejos y frases repetitivas.

Pero mi madre era así y me enojaba tanto. Mi madre tenía la fuerza para verme a los ojos y sonreír, decirme que la vida que vivió fue suficiente y que sus hijas fueron estrellas brillantes en su camino.

Y aunque yo quiera, intente y me esfuerce por ser mínimamente como mamá, no lo soy. Yo no veo el arcoíris después de la tormenta, yo veo el caos que provocó.

Marcus se acerca a mí. — ¿Pasa algo?

No quiero hablar de ello. Hablé tantas veces con personas que solo hacia su trabajo. Terapeutas escolares, enfermeras, el doctor de mamá. Esas personas ya no piensan en ella y ni siquiera en mí.

Me giro y veo al mar, la oscuridad ha llegado y las olas se están enfureciendo. Me pregunto si allá, del otro lado donde sea que eso esté, hay alguien que también se siente como yo ahora.

—Annette —Marcus se coloca a mi lado, lo veo y ahora el viento aparta el cabello de nuestros rostros—. Puedes hablar conmigo.

No puedo Marcus, no quiero que me vea como la chica rota e incompleta, que tiene rencor y temores, la chica que no te gustaría. —Estoy bien.

— ¿Sabes algo? Está bien si no estás bien, está bien si quieres gritarle al mar, está bien si a veces te sientes como el hombre de la leyenda y quieres que nadie vuelva a ser feliz porque tú no lo eres.




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