El Momento Eterno

27: No hay final

—Ten —le entrego a Marcus la gorra roja que le había gustado.

Eleva una ceja mientras la toma. — ¿Te la robaste?

Suelto una risa. —No, la compré para ti.

— ¿Qué? —se la coloca—. Vaya, gracias Annette. Es perfecta.

Toma mi mano y caminamos avanzando lejos de las tiendas. A esta hora hay mucha más actividad, personas animadas y acaloradas, el pavimento irradia calor y el viento es esporádico. Percibo un aroma a ajo y carne, es la hora del almuerzo y los restaurantes lo saben.

— ¿A dónde vamos? —le pregunto.

—Vamos a comer a un buen lugar, ¿te gustan las ensaladas?

Asiento.

Seguimos caminado hasta el área donde están los camiones de comida. Las mesas plásticas están ocupadas pero a Marcus no le preocupa, avanza conmigo de la mano hasta uno de los camiones.

“Ensaladas en un vaso”

Hacemos fila detrás de un hombre alto sin camiseta, con audífonos. La música es tan fuerte que puedo escuchar un poco de ella.

Marcus no me suelta la mano, ni siquiera cuando ordena nuestra comida. La vez que me soltó la mano, fue solo para acomodarse la gorra y luego volvió a sostenerme.

Nos entregan en una bolsa blanca con un triángulo verde que dice “RECICLABLE” al frente. Ambos nos movemos y yo veo entre todas las mesas.

Marcus camina a un lado y salimos de esa área, para sentarnos en una banca de madera debajo de unas palmeras que nos otorgan la suficiente sombra.

Marcus abre la bolsa y me entrega un vaso con lechuga, tomate, aceitunas negras, trocitos de algo amarillo que puede ser mango y algo rojo también.

—Si no quieres algo así, ten esta, es más tradicional —me ofrece la otra—. Pollo, tomates, pepinos y lechuga.

Niego. —Creo que probaré esta.

—Puedo ir por bebidas, ¿Cuál quieres? —ya está poniéndose de pie.

Tomo los tenedores de la bolsa. —Agua está bien.

—Agua —levanta un pulgar—. Ahora vengo.

No pasa mucho tiempo para que regrese con dos botellas de agua que se nota están frías por la humedad en el pastico. Me entrega una y la dejo a un lado de mí, él destapa la suya y le da un trago largo.

Veo al frente de mí, las personas en las mesas comiendo, disfrutando de un día más de verano, con música de fondo y los rayos del sol intensos. Si tuviera que describir esta temporada, la describiría así.

Así es como debería sentirse el verano.

—Marcus —termino de tragar un pedazo de tomate—. Um, ¿Eras amigo de Jazmin?

Él mastica lentamente hasta que ya ha desocupado su boca. —Jazmin… sí, creo que aun somos amigos, ¿Por qué preguntas?

Trago saliva. —Pues, ella me lo dijo. Eran amigos.

Me mira por unos segundos antes de tomar otro bocado de la ensalada. —No es que ya no seamos amigos.

—Pero ahora pasas tiempo conmigo —tomo la botella, las gotas del exterior me humedecen las manos—. ¿Por qué ya no le hablas?

Sé que me estoy entrometiendo en su vida pero desde que tuve ese momento con Jazmin he pensado en ello, ¿Por qué Marcus cambió? Digo, yo no conocí esa versión pero si lo hubiera hecho, ¿Qué pensaría de ello?

Marcus sigue comiendo. —Sí que le hablo.

Claramente no quiere hablar del tema. Eso es un poco frustrante pero entendible.

—Hoy no estás con August —señala.

Sonrío de lado. —Pues estoy contigo.

Sonríe también. —Ya sé que estás conmigo, pero siempre que te veo últimamente, él está cerca.

Respiro profundo, tomando otro sorbo. —Está en casa, descansando. Tuvo una guerra ayer, ¿recuerdas?

Eso lo hace sonreír más. —Ah, sí, ese chico siempre parece serio. No lo hubiera imaginado actuar así.

—Yo tampoco.

Los segundos pasan y solo seguimos comiendo en silencio. El viento nos refresca ocasionalmente y reímos cuando vemos que un pájaro se lleva un pedazo de pan del suelo.

—Ah, amo esa canción —afirma de pronto.

Me detengo a prestar atención, no la reconozco, es solo una canción más de verano de algún artista extranjero.

—Tú has estado en Francia, ¿verdad? —pregunta, dejando el vaso a un lado, vacío ahora.

—Sí, dos veces —le recuerdo.

Él se pone de pie. — ¿Y es cierto que en Europa son más libres?

Bufo. —Pues no lo sé, en ese viaje estuve dentro de museos y restaurantes. Si había libertad, no la viví mucho.

Extiende una mano hacia mí. — ¿Y si un parisino se hubiera detenido, cautivado por tu belleza y te hubiera pedido un baile debajo de la torre Eiffel, que hubieras hecho?

Me encojo de hombros, viendo su mano. —Nada. No soy buena con los extraños.

—Fui un extraño una vez y te salió bien lo de charlar conmigo —afirma, dando un paso hacia mí—. Entonces, señorita, ¿bailaría conmigo?

Ahora lo veo a los ojos, frunciendo el ceño. — ¿Estás bromeando o realmente me estás pidiendo que baile contigo?

—Te dije que amo esta canción —repite, ahora se inclina para tomar mi mano—. Ven a sentir la libertad.

Dejo el vaso a un lado. —No es buena idea.

Tira suavemente de mí para que me ponga de pie. —Creo que si lo es.

Me levanto y él coloca la otra mano en mi cintura, moviéndome como si estuviéramos en una pista de baile en lugar de un parque con camiones de comida.

Sus movimientos no son muy fuertes, van más lentos que la canción que está reproduciéndose a unos metros de donde estamos. Aquí, las palmeras ya no nos cubren tanto del sol y puedo sentirlo en mi espalda y mis brazos, en mi cabeza y lo veo sobre el rostro de Marcus.

Presto un poco de atención a la letra y mi corazón se detiene por un latido:

“Me pregunto qué hubiera pasado si me hubiera quedado, tal vez podrías haber sido mío o, ¿Era esto el destino? Tal vez encontremos nuestro camino de regreso cuando seamos mayores”

Veo a los ojos de Marcus, siento esas letras en mi corazón. Siento todo lo que no he sentido por nadie, siento lo que he querido sentir desde que conocí las historias de amor, siento lo que no puedo mantener y lo que tengo que dejar ir.




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