El Momento Eterno

33: Mi corazón jamás te olvidará

Mi padre y mi hermana no han vuelto.

En realidad, mi padre llamó a mi abuela y le avisó que se quedarían esta noche por allá y regresarían en la mañana. Intento no molestarme porque otra vez me excluyan, porque ninguno de ellos me avisó directamente.

Mientras organizaba mis cajones para distraerme, me di cuenta que al fondo de uno de ellos había algo, como un papel entre la madera. Saqué algunas prendas que guardé ahí y luego, saqué el cajón.

Cuando distingo lo que es, mi corazón se detiene.

Es una fotografía de cuando venimos aquí con mamá, hace mucho tiempo. Mis ojos se llenan de lágrimas, tengo que parpadear para que no se me nuble la vista.

Me siento en el borde de mi cama llena de ropa por colgar y el cajón de madera, veo la fotografía. Grace tendría como seis años, yo siete y mamá está con nosotras. Estamos sonriendo, éramos felices.

No puedo hacer nada para evitar que las lágrimas salgan como una cascada. La extraño tanto, ojalá ella estuviera aquí. Ojalá nunca hubiera enfermado.

Cierro los ojos y gracias a que la habitación de mis abuelos está lejos y las que están al lado están vacías, me permito llorar más. Esta vez no apago los sollozos, los dejo salir.

Jamás me sentiré completa, mi madre se ha ido para siempre y no hay nada que pueda hacer al respecto.

Luego de un rato me limpio las lágrimas y me levanto, tengo que guardar todo para irme a dormir. Prefiero dormir, prefiero olvidarme de las cosas que no puedo cambiar.

“Tack”

Ese ruido… suena como algo conocido, familiar. Miro a la ventana esperando que se escuche otra vez y en pocos segundos, se repite.

Me acerco y sin problema veo a quien está provocando ese sonido. Marcus ha venido. Sonríe cuando me ve y yo lo hago también. Sus ojos brillan por la iluminación y nunca antes había sentido tanto deseo de tomarle una fotografía.

— ¿Qué haces? —le pregunto.

Él susurra: — ¿Estás ocupada?

Niego. —Mi padre no ha regresado, ¿lo sabias? —bromeo.

Marcus suelta una carcajada. —No, no lo sabía pero eso es mejor, ¿verdad?

Me recuesto en el angosto balcón. — ¿Cuál es el plan?

Marcus mira alrededor y con movimientos rápidos, empieza a trepar hacia mi ventana. Este chico seguramente ha hecho mucho ejercicio, yo no tengo esa habilidad.

—Te ves bien —afirma, cuando llega a mi altura.

Tomo su brazo. —Oye, ten cuidado por favor.

Se inclina hacia mí. — ¿Qué haces ahora? Ya tienes tu ropa para dormir.

Oh, lo olvidaba. Bajo la mirada a mi camiseta suelta con una impresión de un cachorro blanco en el medio y pantalones estampados con ese mismo cachorro. En mi defensa, fue un regalo de mi abuela y está cómodo.

Ruedo los ojos. —No te burles.

—No lo hago —contesta.

Y luego tengo una idea, una que no sé si es una buena idea o si debería siquiera proponerlo. —Um… ¿Quieres entrar? Digo, puedo ir a abrirte la puerta y…

Marcus no me responde, simplemente se impulsa y elevando una pierna, logra entrar a esta parte. Me muevo para darle espacio y sin problema, está aquí. Conmigo. En mi habitación.

Ya estuvo aquí pero las circunstancias eran distintas y no era de noche.

—Hay puertas —digo, ocultando mi nerviosismo.

Marcus da unos pasos y sonríe. — ¿Estabas ordenando todo? —Empieza a mover la vista por la habitación—. Me gusta este lugar, parece un cuarto de hotel. Jamás había entrado a una de estas casas en La Villa hasta que tú me invitaste.

—Sí, estaba ordenando. Ahora puedes ayudarme —bromeo.

Él se encoje de hombros y toma una camiseta verde, la dobla y la deja a un lado. Luego se estira y toma algo más, la fotografía. — ¿Esta eres tú?

Tomo aire antes de responder. —La del vestido rojo, sí, soy yo.

Él se acerca a mi lado para que la vea también. — ¿Esta es tu mamá?

Asiento.

—Te pareces mucho a ella, tienes su sonrisa —pensé que ya había llorado todas mis lágrimas pero mis ojos vuelven a retenerlas. Marcus lo nota y deja la fotografía sobre la cama—. Lo siento, no debí husmear. Perdón, no llores.

Le sonrío aunque una se desliza por mi mejilla. —No, no importa. Es solo que es difícil, la extraño más que nunca.

Marcus me toma entre sus brazos y dejo escapar unas lágrimas más. Él me sostiene como lo hizo en el faro y como solo él sabe hacerlo. Lloro un poco más al pensar que nadie volverá a sostenerme así como él lo hace.

Dios mío, estoy enamorada de Marcus.

Me separo. —Lo siento, no debe ser lo más emocionante entrar a la habitación de una chica y verla llorar.

Él toma mi mano y besa los nudillos. Sus labios son suaves y cálidos, siento su respiración contra mi piel.

— ¿Dónde están tus abuelos? —pregunta.

Sorbo por la nariz. —Eh, en su habitación. Aunque es probable que estén durmiendo, así que… bueno, no creo que nos descubran.

Sonríe. —Tampoco es como si estamos haciendo algo malo, ¿verdad?

El calor se extiende por mis millas. —Creo que debería seguir guardando todo esto.

—Claro, te ayudo. Soy bueno guardando ropa, es mi talento —me guiña el ojo y mi corazón da un salto olímpico.

Marcus me ayudó a guardar todas mis camisetas y finalmente la cama quedó desocupada. No volví a guardar la fotografía, la dejé al lado de mi cómoda y cuando regrese, la colocaré en un marco.

Marcus se sienta en el borde. —Bueno, entonces…

Me siento a su lado. —Um, ¿Cuál es tu plan esta noche? ¿Por qué viniste?

—Porque… bueno, para ser honesto, no tenía un plan —finjo sorpresa, dramáticamente—. Sí, lo sé, soy el rey de los planes. La verdad, solo quería verte.

Me recuesto en su hombro. —Me alegra que hayas venido.

Este es el momento cuando siento que algo está cambiando en la habitación, cuando el ambiente se está transformando en algo que me cuesta poner en palabras. Es una mezcla entre paz y nerviosismo, anticipación y miedo.

— ¿Quieres que me vaya ya? —susurra.

Respiro profundo. —No.




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