El Momento Eterno

34: En la noche

Marcus está a mi lado.

Nunca he hecho nada físico con un chico y no sé si él sí pero no importa eso porque ahora, lo único que siento es paz. Marcus solo sostiene mi meñique con el suyo y es el mínimo contacto pero es tan grande.

Volteo mi rostro y él lo hace también, nos estamos viendo en silencio. Trato de memorizar cada centímetro de su rostro, con esta luz, en esta hora. Nunca más tendremos esto, nunca volveré a sentir su cuerpo a mi lado. Los días que vendrán serán días sin dormir a su lado y sin tenerlo al amanecer.

Esto es todo lo que tenemos.

Le sonríe y él a mí. Creo que puedo sentir su nerviosismo y en parte también siento que es porque no quiere hacerme sentir incomoda. No lo hace, todo lo contrario.

—Cuéntame un cuento —susurra.

Suelto una risa. — ¿De verdad? ¿Un cuento?

Asiente, se reacomoda, dejando un brazo bajo la almohada. —Vamos, cuéntame.

—Bien —me muevo también, él toma mi mano derecha con su mano izquierda—. Había una vez un chico que le gustaba nadar entre tiburones.

—Ah, ya me agrada —comenta.

—Y los tiburones eran sus amigos, pero un día, vio una isla lejana y decidió que tenía que ir a explorarla. Llegó y los tiburones le advirtieron que no se quedara en la isla, que regresara con ellos.

— ¿Por qué? ¿Qué había en la isla?

—Una chica —digo—. Ella era una chica con poderes, podía congelar hasta el desierto más seco del mundo.

—Um, interesante, ¿y qué pasó?

—Bueno, la chica lo tomó como prisionero pero no para hacerle nada malo, ella solo quería tenerlo ahí porque no tenía amigos, ni hablaba con nadie. En ocasiones se imaginaba que alguien un día llegaría a la isla y cuando pasó, no quería dejarlo ir.

Entorna los ojos. — ¿Es esa una analogía de tú y yo? Porque si es así, te diría que el chico se quedaría ahí por su voluntad.

Bufo. —Es un cuento, no es sobre nosotros.

—Déjame continuar —pide—. El chico vio la tristeza en la chica y bueno, ella era hermosa. Le recordaba a los días dorados en la playa y aunque su poder iba en contra de todo lo que él conocía, había algo en ella que lo hacía querer quedarse.

Mi corazón de nuevo empieza a latir más rápido. — ¿Qué era?

—El chico no lo sabe pero ella es tan hermosa pero su mirada le cuenta más que sus palabras, ella tiene miedos y dudas pero cuando él la ve, no lo entiende. No entiende como alguien tan poderosa puede sentirse tan pequeña.

Sonrío. —Eres mejor que yo en los cuentos.

—Ahora, regresando a los tiburones —eleva una ceja—. El chico los convenció para que le ayudaran a hacer una coreografía espontanea.

Suelto una carcajada que detengo con mi mano antes que mis abuelos me escuchen. Es probable que estén durmiendo pero prefiero no arriesgarme.

— ¿Coreografía? ¿De verdad?

—Sí porque el chico quiere demostrarle cosas divertidas y bailar con ella, quiere hacerla sonreír pues su sonrisa es la cosa más preciosa que ha visto en toda su vida —relata.

No sé cómo tomar todo esto que está diciendo, puede que solo sea parte de la historia o puede que él lo piense. Que él se sienta así.

— ¿Y qué pasó con ella?

Sube su mano a mi mejilla. —Ahora es tu turno de continuar la historia.

Toco su mano aun sobre mi piel. —Bueno, ella lo amenazó en congelar toda su playa y ahuyentar a los tiburones, pero no quería eso realmente. En realidad, ella había disfrutado de la coreografía, le pareció muy divertida.

—El chico está feliz por eso.

—Y luego ella, sabía que tenía que dejarlo ir. No podía mantenerlo en su isla, ese chico merecía nadar libremente con los tiburones, así que llegó la hora de decir adiós —digo, imaginándome como una película para niños una isla pequeña rodeada de tiburones donde en la arena, hay un chico y una chica que saben que jamás podrán hacer durar eso que pasó por casualidad.

—Pero él no quería irse —susurra—. Así que le pidió que saliera de la isla con él, que nadara con él. Que viera que fuera de su isla, hay mucho más.

Sonrío. —Y fueron felices para siempre.

—Oye, espera —sonríe—. Falta algo. Entonces la chica acepta, se suben a un tiburón cada uno y sonríen mientras la cámara se aleja y el sol resplandece sobre el agua, ambos se dirigen hacia ningún lado pero no importa, porque tienen todo lo que necesitan. Fin.

Me reacomodo. —Deberías de escribir cuentos para niños.

—Deberíamos nadar con tiburones —contesta.

Ruedo los ojos. —No gracias, recién aprendí a nadar.

Él se acerca un poco, el colchón se hunde con su movimiento. — ¿Puedo decirte algo?

Asiento.

—No quiero que seas como la chica de la isla, Annette, el mundo merece ver esa sonrisa tan hermosa que tienes y merece conocerte como yo te he conocido.

Respiro profundo. Su cabello le cae sobre el rostro y su voz es suave, todo en este chico se está acercando a la perfección y a diferencia de nuestro cuento inventado, nosotros no podremos ser felices para siempre. Solo tendremos un fin.

— ¿Puedo decir algo yo?

Afirma con un gesto.

—Eres una buena persona, Marcus. Eres divertido, eres dulce y mereces muchas cosas buenas, nunca pensé que conocería a alguien como tú y solo quiero que en el futuro encuentres personas que te quieran tal y como eres.

Se recuesta sobre su brazo para verme un poco mejor, acaricia mi cabello. — ¿Puedo decir algo más? ¿Solo por esta noche?

—Sí.

Respira profundo. —No…, sé que no nos veremos después y todo eso pero quiero decir esto, quiero decir que si pudiera, te seguiría a donde fueras.

No quiero llorar, no quiero arruinar este momento con mis lágrimas. Cierro los ojos. —Nunca te voy a olvidar.

Siento el movimiento a mi lado y luego, sus labios en mi frente. Mis ojos siguen cerrados cuando él se acomoda mi lado y me rodea con un brazo la cintura, yo me muevo para recostarme sobre su pecho y entre caricias en mi cabello y mis dedos trazando su rostro, ambos dormimos.




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