El Momento Eterno

39: Mi compás

Mañana me voy.

Lo último que nos queda a Marcus y a mi es admirar la playa por última vez.

Esta noche ha sido más silenciosa, no hablamos, solo nos sostenemos las manos. Él debe estar pensando en muchas cosas, yo pienso en las pocas fotografías que tomé, en cómo solo tengo una con él. Fue como si no quisiera guardar su recuerdo pues dolerá, no quiero pasarme el resto de la vida viendo esa fotografía deseando que jamás hubiera terminado nuestra historia.

Marcus y yo estamos sentados frente al mar. Debido a que el verano está terminando ya hay pocos visitantes ahora y en este momento no hay nadie más que él y yo.

Es una noche más fría de lo común, quizás esta playa sabe que algo está sucediendo.

—Oh no —siento las primera gotas caer sobre mi rostro.

Marcus eleva la mirada al cielo. —Supongo que nos ahorraremos la ducha.

Miro a mí alrededor buscando por donde podemos caminar para evitar mojarnos. —No pensé que fuera a llover.

Marcus me mira y sonríe. —No me digas —toma mi mano y señala al frente—. Mi camioneta está a unos metros, ¿quieres que vayamos ahí antes que esto se haga mucho más fuerte?

—Sí —digo, apretando su mano.

Me sonríe. —Uno, dos…

— ¡Tres! —completo y salimos corriendo hacia su camioneta, la lluvia está aumentando tan rápido como los latidos de mi corazón pero no lo suficiente para empaparnos.

Reímos cuando llegamos, él me suelta y abre la puerta para mí, luego se apresura a entrar al lado del conductor. Aún seguimos riendo cuando las puertas están cerradas y las ventanas subidas, el agua cayendo por encima de nosotros, como una extraña y hermosa conexión con el mar al frente.

—Creo que te amo —susurra, o quizás no susurró pero es difícil escuchar por la lluvia.

Es por eso que finjo que no lo hice, que esas palabras nunca llegaron a mí. Veo a un lado de la ventana pero ya estamos rodeados de una corina y como los parabrisas no están encendidos, el mar es visible pero cada vez menos.

Cada vez menos, como él y yo.

—Debería… llevarte a casa —esto es todo, el final de nuestra historia. La playa se despide con agua, como toda la que saldrá de mí al dejar a Marcus en este lugar. El cielo está llorando de manera anticipada por mí.

Una premonición.

—Todavía no —pido.

Él coloca su mano sobre la mía, está un poco húmeda pero no me importa. —Annette, antes que te vayas, ¿puedo decirte algo?

Asiento, con miedo. Ya me dijo que me ama, ya está cicatrizando su nombre en mi corazón, ¿Qué más quiere dejar en mi ser?

—Annette, cuando volví lo hice pensando que era mi segunda oportunidad, quería demostrarle a todos que Marcus no era un chico mujeriego y rompe reglas, que era algo que podía cambiar —lame sus labios, como extrañaré esos labios—. Creo que era difícil pues todos me conocían, todos sabían qué pasos había dado y también conocían los rumores pero contigo todo cambió. Annette, tú me viste, realmente me viste y eso fue… eso es… yo creo que jamás voy a sentir lo que sentí contigo.

Este es el momento de levantar la banderilla blanca y rendirme. Yo lo amo. Lo amo de manera estúpida, ilógica, irracional, lo amo como un amor adolescente pero también como un amor que durará toda la vida aunque no lo tenga por el resto de mi vida.

—Marcus —respiro—, gracias por enseñarme mucho, de la vida y de mí. Ojala hubieras podido conocer a mi madre, ella te adoraría.

Sonríe de lado. —Yo creo que de alguna forma, me conoce. Creo que sigue aquí, Annette, contigo cuidándote y que está feliz y orgullosa de ti. Eres una chica excepcional y serás una mujer maravillosa.

Mis ojos se han llenado de lágrimas. —Lo harás bien, Marcus. Estarás bien, serás lo que sea que quieras ser y estaré orgullosa de ti.

Y los ojos de Marcus también se llenan de agua. El agua nos rodea, nos recuerda lo insignificantes que somos comparados al mar, nos delata las verdaderas emociones y arrastra recuerdos de amores perdidos.

—Mi Annette, siempre seré tuyo —se acerca a mí—. Así que si decides volver, ten por seguro que estaré dispuesto a dejarlo todo por ti.

Sonrío a pesar de la tristeza. —Marcus, eso es un poco exagerado, ¿no lo crees? Tú y yo vamos a seguir y vamos a estar bien, al menos sé que tú lo estarás —toco su mejilla, está fría—. Eres Marcus Vernery después de todo, ¿Quién no se enamoraría de ti?

—Tal vez estoy exagerando y tal vez estoy usando frases mezcladas de las películas que ven mis tías pero lo que es cierto es que, todo lo que te he dicho, es real. En mi corazón, tú has dejado tu rastro Annette.

Él se acerca más y yo a él. Sus labios tocan los míos como la primera y última vez, me toma del rostro y yo tomo sus brazos. Luego nuestras manos dejan de restringirse y nuestras respiraciones se mezclan de formas que es difícil determinar quién de nosotros está inhalando y quien está exhalando.

Marcus me hace sentir con sus palabras y su amor lo que no había sentido antes y no me arrepiento. No me arrepiento en absoluto de ninguna primera vez que he vivido con él.

El primer chico que me besó, el primero que me tomó de la mano, el primero que me ha dicho que me ama.

Con él viví tantas primeras veces, como la de nadar o andar en bicicleta o en patineta o comer pizzas que parecen hamburguesas. Primer noche al lado de un chico, primera vez que abro mi corazón y hablo sobre mis padres, primer todo.

Por eso es que, cuando empezamos a buscarnos no solo con nuestros labios sino con nuestros cuerpos y lentamente las cosas llegan a rincones que jamás había explorado con nadie, dejo que suceda.

De algo estoy segura, no volveré a este lugar pero si puedo llevarme algo es el mejor recuerdo con el mejor chico y la mejor noche.

Y así sucede, Marcus tiene que mover unas bolsas del asiento trasero para encontrar su cartera de dónde saca uno de esos sobres que he visto en anuncios y en dos clases de biología pero nunca en persona.




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