El Momento Eterno

40: Mi brújula frente al mar

Terminé de asegurarme que todo estuviera en mi maleta.

Toco el borde de mi collar y es como si pesara más de lo normal. No puedo creer que es todo, que así de simple, se acabó. Una parte de mi piensa que está soñando y que mañana volveré a verlo, otra cree que todo este verano ha sido un sueño.

Pero no lo es. Es hora de seguir con la vida.

Pude convencer a Marcus de no hacerse ningún tatuaje en mi honor, creo que eso es demasiado permanente y quizás en unos años se arrepiente. Tal vez solo es suficiente que me lleve en su corazón.

Toda la mañana he retenido las lágrimas. Estoy haciendo lo mejor para no pensar, para no respirar profundo e intentar guardar algo de este viento salado que respiré tantas veces en las mejores vacaciones de mi vida.

Salgo de mi habitación arrastrando mi maleta con un nudo en la garganta. Lamo mis labios varias veces. Bajo las escaleras y veo a mis abuelos al pie de ellas.

Ahora sí, mis ojos se llenan de lágrimas. También tengo que decirles adiós y no quiero hacerlo. Los quiero tanto y los voy a extrañar.

Mi abuela me abraza y yo respiro su perfume de rosas. Cierro los ojos apartando las ideas de que quizás, esta pueda ser la última vez que nos veamos.

Desde que murió mamá, pienso que cada despedida puede ser la definitiva.

Abrazo a mi abuelo y le sonrío, él me toma entre sus abrazos y me estrecha con fuerza. Algunas lágrimas se me escapan pero me limpio sin que se dé cuenta.

—Los voy a extrañar —digo.

Mi abuela toca mi rostro y me acaricia. —Nos veremos pronto.

—Abuelo —bajo la voz—. Te dejé algo en el sofá de arriba, por favor lee la nota y guarda el sobre.

Asiente.

Papá abre la puerta de la casa y camino contando los pasos. Adiós verano, adiós Marcus, adiós recuerdos.

Salimos al exterior, un día con más nubes de lo normal. Quizás hoy también llueva como anoche, tal vez ocurra pero ya no estaré aquí.

Grace se coloca su gran sombrero. —Bien, es hora de regresar a la comodidad de… —se detiene—, eh… Anne…

La miro pero como tiene lentes oscuros no puedo ver sus ojos. — ¿Qué?

Papa voltea hacia un lado, detrás de mis hombros. Yo también lo hago y mi corazón pega un salto cuando veo a Marcus, en su camioneta, recostado en un costado.

Él me sonríe y se mueve a donde yo estoy. —No iba a dejar que te fueras sin una despedida.

Bajo la mirada a sus hombros, sus brazos, todas esas partes a las que llegué anoche y me sonrojo. —Marcus…

— ¿Eres amigo de mi hija? —por supuesto que papá tiene que interrumpir.

Por suerte mi abuelo interviene. — ¡Es Marcus! Es un buen chico, ha sido un amigo para Annie en el verano, trabaja al lado con su tío.

— ¿Todo el verano? —papá levanta una ceja.

Marcus aclara la garganta y extiende la mano en dirección a mi padre. —Buenos días señor, no quiero retrasarlos pero hay algo que tengo que darle a Annette antes de que se vaya.

Papá le estrecha la mano. —Sí, supongo que tienen cinco minutos.

Marcus me da una mirada para que lo siga hacia la camioneta, nos vamos del otro lado para obtener tan solo un poco de privacidad, aunque siento los ojos de todos sobre nosotros.

—Esto es para ti —es una caja rectangular, se siente un tanto pesada—. Aquí hay cosas que me recuerdan a ti, pero en especial, quiero que escuches el CD, hay un reproductor. Lo compré con Nando, ¿sabes usarlos, no?

No estoy segura pero puedo buscarlo en internet. —Marcus, no tienes que darme nada.

Ya me lo has dado todo.

Marcus me mira a los ojos y el mundo a nuestro alrededor desaparece. Coloca su mano sobre mi mejilla y noto en sus ojos que él tampoco quiere dejarme ir pero eso es nada contra la corriente.

—Annette, vuelve —pide, susurrando—, Te amo.

Abro la boca pero él coloca sus dedos sobre mis labios.

—No tienes que decirme nada —baja sus dedos a mi mentón—. Por favor, escucha ese CD y cuando te preguntes si estoy pensando en ti, la respuesta siempre será que sí.

Trago saliva, estoy resistiendo las ganas de abalanzarme contra él y sostenerlo entre mis brazos. —Gracias.

— ¡Annette, vamos! —papá llama.

Marcus da un paso hacia atrás. —Adiós, Annette —susurra y luego, sin miedo a nada, se inclina para besarme.

Por última vez.

El beso termina más rápido de lo que me hubiera gustado, se sube a la camioneta y yo me muevo al auto de mi padre. Tengo la caja entre mis manos hasta que lo veo marcharse.

Quizás a la tienda de Surf, a la playa o a buscar sirenas. A algún lado donde yo ya no voy a estar.

—Abuelo —regreso con él y le abrazo de nuevo—. Gracias por todo, te llamaré cuando llegue.

—Hazlo —pide y luego, susurrando en mi oído, dice: —Me alegro que encontraste a alguien como Marcus.

Y ahora lo he perdido.

Sin más despedidas, me subo al auto después de Grace y papá empieza a conducir.

Abro la caja lento y mi corazón se detiene cuando veo lo primero. Es una camiseta, con dibujos que hicimos. Luego tomo un papel, es un recibo de comida rápida.

Y ahí está, un reproductor circular y un CD, uno que yo jamás he usado pero que sí he visto en algunas películas. Grace se inclina a ver y la dejo, ahora ya sabe más cosas que antes.

— ¿Te hizo una mezcla? Eso lo vi en una serie, es tan retro —dice.

Sonrío. —Tal vez, ¿de qué lado va? —le pregunto.

—Aquí dice “Annette” —señala—. Debe ir la otra parte, abajo.

Toma el reproductor y lo coloca, saco mis audífonos de la bolsa y por suerte todavía tengo de los de cable o sino no hubiera podido conectarlos.

Escucho su voz después de unos segundos:

Como una película, fue como un sueño, fue tu sonrisa. Quise acercarme.

Tienes el sol en tu mirada, dime lo que piensas, dime lo que sientes.

Toma mi mano, eres el amanecer.




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