El Momento Eterno

42: Eres

ALGUNOS AÑOS DESPUES

MARCUS

— ¡Marcus! —escucho mi nombre, tal vez es la persona de mi siguiente clase aunque según revisé, es hasta en una hora.

Me giro y aunque me toma un instante hacerlo, la reconozco. Su rostro es inolvidable y mi mano suelta la tabla de surf a la arena. Si no es porque siempre me aseguro de mantenerme hidratado pensaría que esto es una alucinación.

No puede ser.

¿Cuántas veces no deseaba verla? ¿Cuántas noches después de la última no soñé con esa chica? ¿Cuántos veranos no pasaron donde yo deseaba tenerla otra vez conmigo?

— ¿Annette? —doy pasos hacia ella y ella hacia mí.

El tiempo ha pasado pero no en su rostro, lleva el cabello distinto y maquillaje sutil pero esos ojos que podían arrastrarme hasta el océano siguen ahí.

Nos detenemos, de frente, con dudas y preguntas y espacios vacíos que solo nosotros entendemos. No es posible que el verano en que finalmente había aceptado que era momento de soltar algo que viví en la adolescencia, era el verano que me traería de vuelta a la primera y única chica que he amado.

Sus ojos escanean mi rostro, buscando rasgos conocidos y otros que ya no pudo conocer. —Vaya, esto es…

No puedo evitar querer abrazarla, pero no puedo hacerlo. Annette, como siempre, es hermosa y eso significa que muy probablemente no esté soltera. Además dudo mucho que ella haya guardado los sentimientos por mí en una botella y se hubiera aferrado como yo, quizás los suyos fueron lanzados al mar una vez que dejó Flores.

Escuché que se iba a celebrar una boda aquí, lo sé porque mi hermana es quien ha recibido a una mujer que se encarga de organizar esos eventos y quería saber si su floristería podría cubrir todo lo necesario.

Sé que esa boda, no es de alguien fuera de La Villa y sé que en La Villa, la mayoría de personas ya se han casado. Entonces, por un instante sentí pánico al imaginarme que la chica en cuestión, era la chica que se había robado mi corazón.

Aclaro la garganta. —Ah, hola — ¿es eso lo mejor que puedo decirle?

Sonríe, mordiendo su labio inferior. Esos labios que solía besar bajo los rayos del sol y la calma de la luna. —Hola.

Paso la mano por mi cabello, es más corto ahora. Recuerdo que a veces jugaba con mis rizos, extrañé esa sensación tanto. — ¿Qué haces aquí?

Se encoje de hombros. —Vengo a arreglar un par de cosas —contesta, moviendo los talones de arriba hacia abajo.

Unas gaviotas pasan a nuestro lado y ambos nos distraemos por un segundo, luego volvemos a vernos. No puedo creer que realmente esté frente a mí, había pensado que quizás Annette fue un sueño y nunca vivimos ese verano.

Pero sí que lo vivimos, tengo una prueba imborrable de ese momento.

—Ah, y, ¿Qué tal todo? —pregunto, nervioso.

A pesar que ya no soy un adolescente, he vuelto a tener diecisiete. He vuelto a ser el chico de camino a la tienda de su tío y que se encuentra con un rostro nuevo, una chica luchando contra una sombría frente a la otra tienda.

Se encoje de hombros. —Bueno, bien, todo bien. ¿Qué tal? ¿Sigues con el surf?

Sonríe de lado. —Nunca lo dejaría.

Se crea un silencio entre nosotros. Ella me mira y yo a ella, en silencio y con las ganas de hacer preguntas pero ninguno se atreve.

Annette mira hacia el mar. —Extrañaba esta vista.

Yo la observo, sus ojos grandes, sus labios rosados, su piel suave. —Yo también extrañaba esta vista.

¿Cómo es posible que alguien que conociste hace muchos años siga enterrada en tu corazón? ¿Por qué es tan difícil soltar a quienes ya no están?

Pero Annette si está, al menos, por ahora. Ya lo sé, esta chica no pertenece a Flores, ella pertenece al mundo y eso es algo que ni este lugar ni yo podemos darle.

Pensar en que tendré que despedirme de ella otra vez me da valor. —Lamento lo de tus abuelos —digo.

Sus abuelos fallecieron, primero fue su abuela hace un año y luego su abuelo. La tienda tuvo que cerrar y ha sido difícil ver como un lugar que se llenaba de personas y sonrisas se ha ido, junto con su dueño quien siempre fue una gran persona y siempre lo recordaremos así en Flores.

Hace una mueca. —Gracias —lame sus labios—. Y, um, ¿Cómo está todo con tu familia?

Le sonrío. —Muy bien, de verdad.

—Me alegro —contesta.

Es como si nunca hubiéramos sido esos adolescentes que salían por las noches, que bailaban y se reían de sí mismos, que se besaban hasta que el aire les faltaba.

—Annette —pronuncio su nombre disfrutando el sabor de él en mis labios—. Me alegra verte de nuevo, estás radiante.

Eso invita al rubor en sus mejillas. —Ah, pues, uh, gracias.

Levanto las manos. —No voy a incomodar a tu esposo.

Sutilmente quiero indagar de su vida personal.

A ver, que no soy tonto. Que no es lo mismo que hace años y solo porque alguna vez fuimos algo no significa que ella quiera retomar la aventura adolescente cuando ya no somos adolescentes pero tengo que intentarlo, en honor al yo de diecisiete años.

Frunce el ceño. — ¿Esposo? —Bufa—. No tengo esposo, gracias a Dios.

Eso me hace soltar una carcajada. — ¿Qué? No me digas que ahora no quieres casarte.

Se encoje de hombros. —No es eso. Mi hermana, Grace, se va a casar pero ya se han separado como diez veces. Me pregunto si el matrimonio es para mí, probablemente no.

Recuerdo lo que me contó de sus padres, recuerdo a su “madrastra” y los recuerdos siguen llegando.

— ¿Y tú cuando te casaste? —pregunta ella, viendo hacia el cielo.

—Hace cinco años —contesto y voltea, abriendo los ojos. Su reacción es lo que esperaba de ella—. Estoy bromeando.

—Ah… sí porque hace cinco años… pues, no sé…

Hace cinco años sería más o menos el tiempo en que dejamos de vernos. —No me he casado, creo que para eso necesitaría estar en una relación pero aquí estoy, siendo un hombre libre —sutilmente, o bueno no tan sutil, le estoy diciendo que estoy disponible.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.