El monstruo

El niño

El monstruo

Aún era de madrugada cuando Benet escuchó los gritos de su hijo. El pequeño Damian había estado sufriendo pesadillas. Se despertaba en las madrugadas, gritando que el monstruo estaba ahí, con él, en su habitación. Y aunque a veces sus padres buscaban hacer caso omiso de sus gritos, estos eran tan insistentes que terminaban por ceder e ir a verlo. Eso sucedió varias noches; y esa era una de ellas.

Tras insistir un poco, Antalia logró que su esposo fuese a ver al pequeño Damian, el cual estuvo gritando durante, bueno, habían en sí, perdido la noción del tiempo. Benet sabía con lo que se encontraría al entrar a la habitación de su hijo: a este con los ojos brillosos por las lágrimas, gritando y señalando hacia algún lugar; seguramente al ropero y diría que el monstruo estaba ahí, con él.

Abrió la puerta de la habitación de su hijo y lo encontró tal y como había pensado, pues en sí, varias ya eran varias las ocasiones en que lo veía con los ojos rojos a causa de las lágrimas, la boca torcida en un rictus de terror y gritando, a la vez que señalaba el ropero abierto y con la ropa y los juguetes tirados.

- ¡Ahí está! ¡Ahí! - dijo el pequeño Damian.

Benet dirigió la mirada hacia el ropero. Miró la puerta abierta y junto a esta, el lío de ropa de su hijo, así como algunos juguestes. Había ahí, unos soldados de plástico, los cuale Damian solía formar para después tirar con unas canicas, un oso, el cual Antalia le había regalado a su hijo y una gorra beisbolera, la cual era la favorita de Damian. Mientras hacía un poco de orden, Benet recordó aquellas noches en las que él, siendo apenas un niño, miraba el montón de ropa en una silla y juraba que esta se convertía en las noches en una anciana, la cual lo miraba mientras este no podía conciliar el sueño.

- Eso debe de ser - pensó.

Acto seguido y para que su hijo estuviese más tranquilo, entró él mismo al ropero, para demostrarle así que ahí no había monstruo alguno. Pero el pequeño Damian no podía dejar de temblar. Benet tomó el oso y sin hacer caso de las súplicas de su hijo, el cual le rogaba que no se fuera y lo dejase solo con el monstruo, colocó al oso al lado de su hijo y salió de la habitación.

Una vez Benet hubo apagado la luz y cerrado la puerta, el oso giró la cabeza hacia Damian y mostrando sus afilados colmillos le dijo.

- Ahora podemos seguir jugando.

Fin 



 



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En el texto hay: miedo y angustia

Editado: 01.09.2019

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