El Monstruo |

Introducción.

 

CINCO AÑOS ATRÁS.

 

El hombre caminó por el pasillo, escuchando las risas, abucheos y palabras obscenas de los presentes entre las rejas, continuando el trayecto bajando la cabeza hasta sus pies, mirando el suelo sin proponerse ver adelante, pasando por alto a los reclusos, entrando en la celda que cerraron sin titubear, deseándole buena suerte en forma despectiva uno de los guardia que lo acompañó, tomando asiento en su cama, metiendo la cabeza entre sus manos.

Exhaló profundo, recordándola sin querer, viendo cómo lo dejaba atrás sin verlo siquiera, golpeando la colchoneta vieja, rompiendo el hierro, sabiendo en su interior que jamás volvería a conocer a una mujer como ella, porque tal vez y solo tal vez, ninguno estaba destinado a ser, menos después de la sentencia colgada sobre su cuello, como si fuese un delincuente de primera, teniendo que cumplir una condena por la mujer que fue su hermana, la misma que por tanto tiempo quiso, protegió incluso, pero de la que no pudo ser partícipe para todo lo malo que había hecho.

No le molestaba en lo absoluto estar en la cárcel, tener que pagar por sus pecados, sino haber hecho tan poco por ayudarla, aún entendiendo que no quería un mísero momento de su ayuda. Le era difícil dejarla a un lado, siempre fue la mayor, la más amada, aquella que pedía para que le fuera dado sin problema alguno, la pequeña hija de su padre que también tenía el máximo poder en la empresa, perdiéndola cuando ambos supieron la verdad de lo que hacía, porque en realidad, su progenitor no la ayudaba en todos sus caprichos, sino en aquellos que le daban una beneficencia, tal como ocurrió con Elion, el padre de su mejor amigo, Elijah, a quien le quitaron parte de lo logrado en todos esos años, creando una grieta que terminó de romperse, como si su hermana fuese una mente maestra, lista para acabarlo.

Su odio era irracional, poco entendible a sus ojos, sin embargo, cuando crecías al lado de un monstruo, tenías la posibilidad de ser como él o de aprender de él, para nunca terminar ligando sus pasos, cosa que prefirió, fallando en el intento cuando levantó su arma, llegando a forcejear con ella hasta escuchar el sonido romper en la estancia, ensordeciéndolo, viendo los recuerdos pasar por su mente como una ola que lo catapultó al choque emocional, preguntándose en silencio qué había hecho, cómo fue que terminó por desenvolverse en su puesto, siendo la última pieza para manchar de por vida, teniendo una salida luego de cumplir el periodo impuesto, viviendo bajo el mismo infierno que afianzó su nombre entre los reclusos, sin querer llegar a un extremo.

Ni siquiera permitió fianza, por más que le fuera necesaria, en verdad necesitaba alejarse del mundo hasta hacer la experiencia suya, viva en sí mismo, hallando el mundo de otra forma más dolorosa, donde muchos no habían sido los culpables y otros, los más adaptados a hacer el bien, se encargaron de hacer el mal por tanto, como si se tratara de una ironía en la que la cárcel tenía que meterse para jugar por completo una base distinta, una realidad burlesca, aprendiendo allí hasta encontrarse saliendo, dispuesto a continuar su vida en el mundo que aún se acordaba de lo sucedido, a pesar de lo que podían pensar, tomando el legado correspondiente sobre sus manos.

Arribó en el vuelo horas después, encontrándose en el baño del jet, quitando los rastros de barba incipiente, mirando a uno de sus empleados mirar en la tableta algo, esperando hablara.

—Hay una vacante—expresó el joven, posando sus ojos en él—. Pasa como conserje de medio tiempo, ¿quiere que la contacte? —Giró hacia el muchacho, pasando la toalla por su barbilla.

—Secretaria personal, tiempo completo, trabajando desde la oficina en la empresa—mencionó, seguro—. Hazle una oferta, voy a pagarle muy bien—prosiguió, pasando a su lado—. Tendrá transporte de lunes a viernes, sábados y domingos puede trabajar desde su casa hasta el medio día—lo vio apuntar, siguiendo su ritmo—. Y una cosa más—miró, avanzando—. No le digas quién soy. Ahora mismo quiero ser un fantasma.

—¿Y si dice que no? —El hombre lo vio desde el rabillo del ojo, suspirando.

—A mí nadie me dice que no—y siguió, sin mirar atrás, tal como estaba haciendo, comenzando a levantar el imperio que le pertenecía, aún si eso pudiese costarle la vida.




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