El Monstruo |

1. Odio.

—¡Lo odio! —gritó a viva voz, mirando la pantalla del computador, enfurecida por lo que veía, cerrando la tapa tan pronto pudo, exhalando por la frustración del momento. Es que, ¿cómo siquiera se atrevía? Pasó las manos por su rostro, bufando, oyendo los pasos de su madre llegar hasta ella.

—¿A quién, hija? —demandó, sosteniendo la espátula, mirando de reojo lo que había sobre la estufa, atendiendo a la pelinegra negar un par de veces, desubicada.

—A mi jefe—gruñó, presionando la tapa de la laptop, queriendo sacarse la rabia con un golpe—. Adivina qué—se puso de pie, caminando de un lado a otro, bajo la guardia de su madre, quien la vio, alzando una ceja sin comprender.

—¿Qué? —pinchó, para verla aún más fuera de lugar, por su actitud infantil, guardando la sonrisa dentro suyo.

—Ay mamá, tú nunca adivinas nada—farfulló, volviendo a centrarse, cerrando los ojos, sosteniendo sus sienes, tomando una respiración profunda.

—¿Envió un vídeo? —Negó, mordiendo su labio—. ¿Te bailó en tanga? —Kasia levantó la vista, ampliando sus ojos en sorpresa por la expresión, alzando las manos hasta sacudirlas en una larga negativa.

—No, mamá, nada de eso. Asqueroso—masculló, haciendo una mueca de asco—. Él… Me mandó a comprarle una orden de calzoncillos—apuntó, sonriendo por las palabras, mirándola mal—. Ahora dime de qué marca.

—No lo sé, hija—admitió, caminando a su labor, alzando la voz—. Las únicas que conocí fueron en el cuerpo de tu padre y no sé ni siquiera el nombre. —La pelinegra chilló en su sitio, escuchando su risa resonando en la sala, tomando asiento.

—Qué asco, mamá—soltó, negando, inquieta—. No entiendo cómo te soportó tantos años. —Su acompañante la miró.

—Voy a hacer el intento, solo porque me insultaste—emitió, sosteniendo su hombro del umbral—. ¿Calvin Harris? —Su hija entrecerró los ojos, analizando su expresión, viendo que no bromeaba como otras veces.

—Calvin Harris es un DJ—indicó, segura, recostándose del mueble donde se encontraba sentada—. Es Calvin Klein, porque es su favorita.

—¿Y qué tanto lo has visto? —La joven soltó un gruñido, poniéndose de pie, sin prestarle atención, llegando al pasillo.

—¡Yo solo quería ser conserje! —gritó, hastiada, buscando entre la habitación la ropa que usaría para salir.

Soltó un suspiro, mirando la prenda sofisticada, notando el cambio radical que había dado su closet al haber aceptado el trabajo, sin opción a declinar cuando la oferta llegó a ella en el momento más difícil, decidiendo tomar una oportunidad, al menos para ver qué tan problemático podía llegar a ser trabajar para alguien que no conocía del todo, aunque por la prensa, se dejaba ver el inmenso poder. Fue incluso satisfactorio saber que la habían elegido como la candidata oficial, creyó haberse encontrado en una enorme lista en la que veía cómo pasaba sus rostros e informaciones hasta quedar contra el cajón de la basura, considerando haber sido una de ellas y si lo pensó muy bien, entonces terminó de escoger en ese ciclo, negando al colocarse la falda de medio tubo, pasando las manos por la misma, colocándose la camisa blanca, mirando su reflejo en el espejo.

Sostuvo su cabello en un agarre de medio lado, dejando un poco de labial sobre sus labios, procediendo a terminar el poco maquillaje, sin necesidad de llegar al extremo, tomando los zapatos de tacón medio alto, volviendo a la sala donde su madre la miró, alzando las cejas, posicionando un plato sobre la mesa, yendo un momento hacia la chica.

—Te ves hermosa—murmuró, arreglando los botones de su prensa, dejando el cuello fuera del saco, observándola orgullosa—. Ojalá pudiera hacer algo por devolverte la luz, Kasia. —Su hija la miró, negando al posar un beso en su mejilla, tomando el bulto junto a sus pertenencias antes de salir del edificio, haciendo camino hacia la tienda indicada, donde debía primer recoger su ropa de tintorería, antes de pasar por el establecimiento exclusivo solo para su ropa interior, bufando al pensar lo raro que sonaba algo como eso, casi una estupidez, pero no podía protestar. Era gente rica a la que le gustaba hacer ese tipo de cosas, derrochar el dinero así por así, sin problema alguno, donde pudiesen disfrutar hasta el cansancio de los millones contra sus bolsillos, las mujeres que tenían, los lujos incansables a los que se sometían en el pasar del tiempo, sin mirar más allá de lo que había frente a sus ojos, malgastando sus propias vidas hasta caer vacíos en el precipicio, pagando por simple capricho o necesidad.

No tenía que meterse en el fondo de eso, de hecho, ni siquiera debía estar pensando en alguien a quien no le pudo ver su rostro nunca, como si se tratara de un fantasma más que nada, obviando quién podría ser, aunque por la empresa donde estaba empleada, se hacía una idea, solo que en la cumbre ni siquiera sus nombres se mencionaban como tal, tampoco existían fotos, menos en las oficinas o en los puestos que pudo ojear estando los primeros meses en la central. Trabajar le parecía amenos, sin embargo, sabía que debajo de aquello se movía algo desconocido, pudiendo captarlo en la mirada de sus compañeros, cómo la veían al saber que se trataba de su secretaria, el nivel de respeto que tuvo desde un principio, como si hubiese estado haciendo una gran hazaña al aceptar el puesto, cosa que en un principio le generó ciertas dudas, más que nada porque no quería volver a estar en la misma situación que la hizo retroceder, menos perdiendo lo que tenía en construcción por sus aficiones, junto al talento que tenía listo para ser explotado, solo que no por ella.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.