El Monstruo |

2. Cenicienta.

Guardó silencio, cohibida en su puesto, bajando la mirada al tiempo que la incomodidad se hizo presente por el análisis que estaba ejerciendo sobre ella, pasando a su lado como si examinara una especie rara de ser humano, tocando en el trayecto su cabello, pasando uno de sus dedos por el saco oscuro que cargaba, terminando para darle la cara, sacudiendo su mano.

—Un poco más pulcra y creo que no se espantaría tanto—sopesó, posando su dedo en la barbilla, fingiendo pensar al verla.

—Un poco menos pedante y creo que no se ocultaría en las sombras —Tapó su boca, dando dos pasos atrás antes de salir de la habitación casi corriendo, bajando las escaleras bajo el grito de la mujer que espantó incluso hasta los pajarillos más cercanos, creyendo estar dando en el clavo, cerrando la puerta enorme tras de sí.

Avanzó a paso rápido, perdiéndose descalza entre la multitud de la gente, soltando una carcajada por lo que había dicho, bajo la mirada de los demás, quienes la vieron extrañada por el gesto, importándole poco que aquello pudiese costarle su trabajo, porque sabía que esa mujer iba a abrir la boca tan pronto lo tuviera de frente, generando la intención de decir más de lo que dijo, negando despreocupada, sin importarle lo que pudiese pasar. Llevaba un año trabajando para un fantasma, no quería seguir ahí, con ese hombre, por mucho que la paga fuese fenomenal, lo que le generaba suficiente para sus ahorros con los que terminaría de completar el pago de un apartamento que querían comprar para las dos. Eso ayudaba a mantener a flote las finanzas de su madre, las cuales tampoco iban tan buenas comparándolas con las suyas, sin embargo, con ellas sobrevivieron bastante tiempo entre maniobras y pequeños puestos a los que le daba la oportunidad para no sentir que llegaba todas las noches a casa con las manos vacías.

Así fue como llegó el milagro al saber que aceptaron su hoja de vida en el puesto, pero no cualquier puesto, sino en el de secretaria, donde no pidió estar, menos aplicar. Su capacidad llegaba a ser nula en ese sentido, por lo que preparó la sugerencia, haciendo alusión a su destreza en el mundo para ser conserje, no otra cosa que requiriera presión de por medio como el tener que llevar la vida de un desconocido fantasmagórico. Pensarlo solo le daba rabia, sabía perfectamente el estado financiero por el que pasaban desde que hacía varias semanas su madre dejó de trabajar para una de las multinacionales más importantes, reduciendo la economía, entregando como requisito el informe de gastos pedido, con el que podrían darle la tasa correspondiente a su puesto, mismo que no imaginó tendría que cambiar al escuchar la propuesta del hombre de traje o cualquier prenda puesta, contra el teléfono, yendo ese día a la oficina.

Como de costumbre, no usaba una ropa formal, menos si solo se trataba de algo pasajero, no obstante, llegar a ese edificio terminó por cambiar sus rumbos en cuanto puso un pie en esa oficina, encontrando personal autorizado para lo que tendría incluso en su armario, con la cuenta de los propios pares de zapatos, zapatillas y tenis deportivos que usaría, en cada ocasión a la que tendría que asistir, cambiando su guardarropa en menos de media hora, donde ya cargaba bolsas en compañía del personal autorizado, recibiendo sus palabras, retumbando como si se tratada del primer día.

—Bienvenida a su nueva vida, señorita Thompson—escuchó su voz, casi tan perfecta como la primera vez, frunciendo el ceño.

—Pero…—exhaló, incrédula—, ¿no se supone que los conserjes no llevan este tipo de lujos? —inquirió, fuera de lugar.

—No será mi conserje, señorita—habló, como si no estuviese cambiando todo en unas simples palabras—. Será mi secretaria. Mi secretaria personal, la misma que llevará mi vida y mis informes. Tendrá una paga excelente, ¿alguna protesta?

—Por supuesto—soltó, asombrando a los presentes—. Usted no puede gobernar mi vida de esa manera—siguió, dando un paso hacia el interfono, con uno de ellos queriendo alejarla, aunque la mujer en la estancia lo detuvo al verla.

—Su madre, Michelle, ¿cuánto gana en el mes? ¿Mil dólares? ¿Cinco en ocasiones? ¿Diez cuando le pagan, a pesar de tenerla trabajando como una esclava? —sonsacó, sacándola de sus órbitas—. Puedo ofrecerles más que eso.

—No la meta en esto, por favor—pidió, tomando asiento en la silla en frente, como si pudiese verlo—. Yo… ¿qué quiere de mí? —susurró, mirando el aparato.

—Todo—y esa fue su pequeña condena, la misma que la tenía sentada contra uno de los asientos del parque, meneando sus piernas largas sobre el pasto, sin importarle nada más.

No podía creer su hazaña, tan directa, cómo cambió su rumbo en medios de cinco segundos al mencionarla, no queriendo darle una derrota más. Había tenido suficiente con la noticia de saber que su padre murió en combate, el hombre al que le dio la vida, lo que era y fue para ser felices en un para siempre que jamás llegó, arrebatándoles las pocas esperanzas que tenían de ser juntos una eternidad, felices, deseando en lo profundo el poder verlo algún día llegar, entregando la noticia que le habían dado de baja, rescindiendo de sus servicios militares para poder compartir con su familia. La misma que jamás pudo ser por ellos.

Suspiró, mirando el lugar calmado, viendo a la gente ir de un lado a otro, pensando que tenía bastante ahorrado para sobrevivir. Si le daban la noticia de saber que estaba despedida o que de pronto, su jefe terminó por aceptar la renuncia anterior por influencias de su esposa, así mismo como podría hacerlo por puro capricho debido a la mala broma que empleó de su parte, quitándole importante, conociendo que ya no quería seguir trabajando más a su lado. Podía buscar alguna otra cosa, tenía los dotes suficientes para ser modelo de revistas, maestra de medio tiempo en alguna sala de tareas, cualquier cosa que surgiera, incluso para lavar los pisos de una mansión como si se tratara de una esclava.




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