El Monstruo |

5. Misión Imposible.

Permaneció en la cama, mirando hacia el techo, sintiendo a la mujer respirar sobre sí, apretando su agarre al instante de sentir un mínimo movimiento de su parte, cubriendo su cuerpo al acercar las sábanas, soltando el aire contenido hasta lograr abandonar el colchón, quedando sentado un momento en la esquina del mismo, posando sus brazos en él, haciendo presión al tiempo que sentía cómo todo lo pasado en la noche anterior, caía fuerte contra sus hombros, molestando el bochorno, metiendo la cabeza entre sus manos, inclinándose un poco más al tiempo que la luz de la luna llenaba su espalda desnuda, levantándose para caminar hacia el baño, sacando su ropa interior, volviendo a quedar sobre el agua del frío, pero en esta ocasión, permitiendo a la frialdad de la misma caer contra su piel, pasando las manos por las mismas, recordando ese beso encendiendo sus labios, tocando en ellos hasta cerrar los ojos.

¿Por qué la pensaba? Si ni siquiera llegaron a un contacto extremo, de hecho, lo sucedido terminó por convertirse en un fiasco total del que sabía, no iba a deshacerse tan fácil. Su sabor estaba impregnado en su comisura, en la carne vibrante, ardiendo a más no poder, queriendo quitar la huella, percatándose de cómo sus dedos volvían a tomar el mismo rumbo, incrustando en ellos la sensación de piel con piel, reconociendo de a poco el contacto, deseando volver a ese sitio solo para verla otra vez. El problema radicaba ahí, en saber que quizás no volvería a verla, que tal vez alguien más estaba cubriendo su puesto o ella cubría el de alguien más, por lo que su misión sería intentar encontrarla aunque la tierra se lo tragara en el infierno.

Su braga seguía ocupando espacio en la habitación, su habitación, donde Natalia ni siquiera debía estar, creando un hechizo extraño porque no pudo dejarla tirada contra el basurero si se trataba de la pertenencia de alguien más. Aparte, si volvía a verla, iba a correr el riesgo de llegar teniendo las manos vacías solo para que creyera que estaba ahí para verla, cosa incierta, aunque también deseaba sacar ese antifaz de su rostro, sostenerla entre sus manos y besarla como nunca antes sucedió con alguien más, sintiéndose demasiado irracional, inquieto por el rumbo de su deseo, considerando la magnitud de su encrucijada.

En primer lugar, estaba su secretaria, la bonita, bailando en su casa como si fuese el ave más libre del mundo, complementando la hazaña bajo la voz de su artista favorita, removiéndose en el sitio sin saber que la estaba observado desde las cámaras, cuidando cada área para no tener problemas de por medio en caso que algo saliera de control. En ello, se aunaba la manera en que no quería entender cómo terminó de meterse en su cabeza, escurridiza a todo dar, llegando a decir su nombre bajo la presencia de la mujer con la que estaba cumpliendo un matrimonio, llegando al segundo lugar, causando estragos irreparables en su vida y sentimientos, si era que los tenía, considerando su caminar desde siempre.

Natalia más que deseo, amor de por medio, estaba rodeada de capricho, lujos, viveza para obtener lo que tanto quería sin importarle el precio, cosa que conocía demasiado bien desde la convivencia con su hermana, quien también osaba ser parte de su círculo, además de saberlas juntas en varias ocasiones. De ahí, no podía sacar conclusiones demasiado abiertas, es más, ni siquiera debería pensarlas para no llenar su cabeza de problemas, llevando lo visto al extremo, cuando su esposa no estaba actuando como una desquiciada, acabando con cada persona a su paso solo para sentirse poderosa, inalcanzable, libre de problemas causados por su propia cuenta, perdiendo la cordura como ella lo hizo.

Siempre estuvo loca, desde niña terminó por perder los rastros de cordura que quedaban, siendo el crecimiento la peor parte donde sus demonios se desataron hasta convertirlo en lo que hoy era. Un completo monstruo, manchando sus manos de sangre para siempre, perdido en ese trance del que salió tan pronto como sacudió su cabeza, alejando las escenas espantosas de allí, volviendo a la próxima persona. La bailarina de la noche cubierta por la máscara obligatoria, portando ese traje que no parecía suyo en verdad, notando en sus ojos la realidad. Posiblemente sí estaba cubriendo a alguien, no conocía el protocolo, Hedeon sí, aparte, él tuvo que darle la opción, dejando en claro lo que pasaría, sin poder reglas, nada de por medio, notando su inexperiencia, también al besarlo como lo hizo, como si el hombre frente a ella fuese real, queriendo en realidad estar a su lado.

Por supuesto que él sí lo quiso, lo ansió en realidad al verla tratarse de algo distinto, tal vez no solo una noche, sino algo que podría convertirse en una cadena de circunstancias, lo que no llegó a suceder de ninguna forma, quedando entre sus manos lo único que la ataba a ella, viendo en ello los zapatos de su secretaria, cargando dos cruces de las cuales debía elegir cuál sobrellevar en el camino, si es que podía hacerlo en su totalidad. La tercera carga venía siendo su anillo, mismo que podía quitarse todas las veces que deseara, sin irrespetar a su esposa en el acto, siendo consciente del trato en el que ambos estaban, donde ninguno de los dos ganaría en esa misión imposible donde quería verse envuelta al llevarlo a la cama.

Echó su cabello hacia atrás, decidiendo no ser un acumulador compulsivo, menos si se trataba de sus desgracias laborales y sentimentales, si a esa última se le podía llamar así por el simple hecho de haberla tenido entre sus brazos unos minutos, saliendo de la bañera, colocando una toalla sobre su cintura antes de ir a la habitación nuevamente.

Aguardó estático en su sitio, tragando en seco al ver a la mujer sobre la cama, invadiendo su cuerpo la luz tenue de la habitación, posando los ojos por cada parte de su complexión, pasando el trago mientras lo escuchaba, moviendo su nuez de Adán en el acto, notando cómo ocupaba espacio en el centro del colchón, quitando la bata de color negro, dejando ver su corsé de babydoll cubrirla, apresando sus curvas hasta mostrarlas en demasía, ampliando el tamaño de sus pechos, alzando sus hombros, dejando su cabello caer directo contra su espalda, mostrando su tersa piel contra el reflejo de la iluminación.




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