El Monstruo |

6. ¡Esa es mi chica!

La joven miró la pantalla, terminando la reunión de dos horas, soltando un bufido al dejar la cabeza contra la tapa cerrada, emitiendo un sonido de cansancio e insatisfacción, posando los brazos alargados contra la mesa, cubriendo los papeles expuestos allí, sintiendo la presión en sus sienes, buscando respirar. No pudo dejarlo de lado, terminó derramando las lágrimas, limpiándolas antes de remojar el aparato, poniéndose de pie ante el timbre resonando, dejando el saco oscuro sobre el mueble, aligerando la presión de la blusa, elevando la mano para abrir la puerta.

Frunció el ceño, sin encontrar a nadie en la entrada, mirando al suelo donde reposaban un par de bolsas de marca, quedando de rodillas frente a ellas, intentando encontrar la tarjeta que pudiese enmarcar algún mensaje, sin encontrarla al instante, procediendo a entrar los materiales, colocándolas sobre la mesa, cruzada de brazos, analizando lo que tenía en frente.

Era domingo en la mañana, había terminado dos horas de reunión con un hombre que ni siquiera conocía de rostro, menos de nombre, casi trabajando para un fantasma, intentando hacerse a la idea de saber que la voz escuchada siempre, venía de él, antes que una máquina, aunque comenzaba a dudarlo, concluyendo la video-llamada junto a sus demás compañeros, encontrando unos minutos después el llamado a la puerta, pidiendo atención. No parecía se casualidad, de hecho, sabía que algo tenía que ver con su jefe, pero no entendía qué, ni de qué punto se trataba, por lo que miró al pasillo, sabiendo que solo una persona podría descubrir la hazaña.

—Cassandra Noval—llamó, empleando el tono correcto, escuchando los pasos desde el pasillo.

—¿Sí, mi capitana? —La pelinegra la miró, afirmando la mirada.

—Tenemos una misión…

—¡Oh por todos los Santos Cielos y dioses del Infierno! —exclamó, parándola de lleno, observando las compras—. ¿Qué es esto? ¡Te fuiste de compra sin mí—gritó, acusándola sin remedio, entrecerrando sus ojos al verla—. Por Dios, ¿ya viste? —inquirió, abriendo los componentes, dejando cuidadosa las cajas sobre la mesa—. Kasia…—Su mejor amiga abrió la boca, a punto de chillar tan pronto sacó el vestido, alzándolo hacia su dirección—. Es de la marca de éKay—declaró, moviendo sus manos, emocionada—. ¡Esto es una condenada joya!

—Para con el escándalo—cortó de tajo, recibiendo su mirada, negando—. No me voy a poner esas cosas, ni siquiera sé de quién vienen—farfulló, pasando a la habitación, siguiendo su camino, emocionada al encontrar una nota, notando la letra pulcra y preciosa sobre la tarjetilla, mirando a la pelinegra sacarse la ropa de ejecutiva.

—Yo sí—murmuró, ampliando una sonrisa sobre sus labios, viéndose ambas desde el espejo—. Fue tu jefe—Kasia detuvo sus movimientos, aguardando con las manos sosteniendo los broches del sostén, mirando a la rubia extrañada, comenzando a negar.

—¿Mi jefe? ¿Es en serio? —preguntó, burlesca, siguiendo su camino, buscando una ropa distinta para ponerse—. Si acaba de darme libre una semana completa para que haga… nada—farfulló, acomodando el traje dentro del clóset, alternando su vista entre su acompañante y el reguero de la cama—. ¿Qué estabas haciendo, Cassa? —La rubia tomó asiento en el colchón, rebotando divertida, recogiendo el pantalón junto al teléfono, reprochándole con el gesto en su rostro y mirada por ser tan imprudente.

—Nada, solo me dio un poco de curiosidad. Me gustó mucho el tatuado—indicó, como una chiquilla, soltando un resoplido—. Ay cuervito, ¿podrías dejar de ser tan amargada? —La morena posó sus ojos en ella, apretando la mandíbula—. Mira, te alegro—musitó, segura—. Señorita Thompson, espero que se encuentre bien. He decidido dejarle esta semana libre para que piense muy bien lo que me dijo el sábado a la mañana, cuando pidió su renuncia. Esta cita es de negocios, debe estar lo suficientemente lista para que podamos hablar. Cada punto terminará sobre la mesa y quizás no hable solo del tipo laboral…

—Enfermo—masculló, bajo la carcajada de su amiga, mordiendo su labio, molesta—. ¿Cómo se le ocurre?

—Te gusta tu jefe, Kasia—murmuró, recibiendo un cojín contra su rostro, volviendo a reír.

—A ver, dime, ¿cómo quieres que me guste alguien que ni siquiera he visto? Eso es estúpido—prosiguió, molesta, tomando asiento en una esquina del colchón—. Yo no iré a ese encuentro—concertó, bajando sus ánimos, escuchando un quejido.

—Es una lástima—mencionó, burlona—. Aquí dice que es una cita a la que no puedes declinar, de ninguna forma—apuntó, girando la vista hacia ella.

—¿Ah sí? —indagó, apartándose del lecho, volviendo a la sala—. Pues yo voy a decírselo en su cara. La que no he visto, bueno, se lo diré a su voz, claro—indicó, moviendo sus manos, tomando el teléfono de trabajo, marcando el número en la extensión.

—¿Señorita Thompson? —Kasia guardó silencio, demasiado en realidad al escuchar su voz, como si estuviese interrumpiendo algo o como si procedía a hacer una completa locura.

—Yo no…

—No está en discusión—detuvo, sincero—. ¿Quiere su renuncia, señorita? Entonces la espero. Encontrará lo demás entre los obsequios que le hice—soltó un bufido, apretando la madera bajo su mano.

—¿Obsequios de más de veinte mil dólares? ¿Así me quiere comprar? —preguntó, directa—. ¿Y qué es eso de poner otros puntos sobre la mesa, señor? —La línea hizo silencio ante la rabieta, mordiendo su lengua, esperando escucharlo hablar.




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