El Monstruo |

7. Llamada caliente.

Miró al frente, yendo por el pantalón, guardando sus materiales donde los había encontrado, contando el dinero de la billetera, resoplando al notar que no estaba completo, abriendo el cofre de su gavetero para sacar un par de papeletas de allí, viendo de reojo a la rubia recostada en la cama, durmiendo como una completa morsa, abriendo la boca, roncando al tiempo que mojaba la cama.

Guardó silencio bajo el suspiro, caminando a la sala, encontrando a su madre terminar de servir la comida, conociendo su silencio al que seguía aferrada, dejándolo así una semana completa solo para honrar la memoria de su esposo, su padre, extrañando el tiempo, las situaciones vividas con él, anhelando poder devolver el tiempo solo para aferrarse un poco más a su pierna, evitando dejarlo ir, que perdiera el llamado, que se quedara con ellas para siempre antes que recibir la noticia de no regreso.

Siempre terminaba siendo así, no lograba cambiar esa rutina, por lo que solo se encargó de seguirla paso a paso, besando su mejilla, terminando de completar el almuerzo en su compañía, emitiendo una canción en tono bajo.

—Y si los pájaros cantan, y si el viento sopla, sabemos que estás aquí, aquí, papá—enunciaron al unísono, abrazadas una a la otra—. Aquí, mi amor, aquí…

—¡Yo tengo un gozo en mi alma! ¿Dónde? ¡Gozo en mi alma! ¡Gozo en mi alma y en mi ser! ¡Es como un río de agua viva! ¡Río! ¡Río de agua viva! ¡Río de agua viva y en mi ser! —La rubia siguió exclamando, moviéndose sin pena en la estancia, cerrando los ojos, cubierto sus oídos de los audífonos sin prestarle atención a las dos mujeres que la veían asombradas, frunciendo el ceño en lo que portaba una ropa para nada suya, mirando el reloj.

Había pasado una hora y Cassandra parecía mucho más repuesta de lo que alguna vez pensó, habiendo dormido ese lapso de tiempo, además de tomar una ducha silenciosa, usando su ropa al terminar, bailando sin parar ante el coro angélico que soltaba, cruzando los brazos.

—¿Estás segura que Cassa es normal? —susurró Michelle, dejando a la borda el luto del día, negando al verla, siguiendo la alabanza a todo pulmón.

—No—murmuró, segura—. Creo que cayó de cabeza al nacer o algo parecido, no recuerdo bien el cuento—añadió, oyéndola soltar una risa, girando para seguir con su labor.

Kasia la vio desde su posición, tomando una de las manzanas falsas sobre el granito de la meseta, alzando la mano para lanzarlo contra su cabeza, observando la caída estrepitosa de la rubia, soltando una carcajada bajo su mirada furiosa, devolviendo el golpe, llegando a esquivarlo en un movimiento, muriendo de risa, sosteniendo su estómago.

—Muy graciosa—farfulló, limpiando sus rodillas, acomodando su ropa robada—. Ya verás cuando me desquite—apuntó, vengativa, tomando asiento en el comedor, acompañándola sonriente.

—Merezco burlarme, tú siempre estás haciéndome bromas—acusó, señalando con uno de sus dedos en su dirección.

—Porque eres una amargada—espetó, sacándole la lengua.

—Y tú por supuesto eres una creyente confesa—indicó, moviendo su cabeza, afirmativa, devolviéndole el gesto de la lengua fuera, saltando en su sitio al escuchar el flash de la cámara tomarle una captura—. ¡Trampa! —gritó, yendo hacia ella, tomando el teléfono, forcejeando al tiempo que disputaban bajo la vista de la mujer.

—Debes dejarme con la foto—rezongó, directa, todavía tratando de no dejar caer el aparato—. Tú te quedaste con el papasóte rico con el que te ibas a acostar—exclamó, llorosa, ampliando los ojos al verla, apretando la mandíbula, moviendo su cabeza hacia su madre, quien observaba anonadada desde la cocina la realidad.

—¿Qué? —soltó, expresando demasiada sorpresa, poniendo los brazos en jarra.

—Nada—intentó borrar la huella de la conversación, mirando a su amiga—. Retráctate—espetó, entre dientes, señalando a la mujer desde el rabillo del ojo.

—En la película, señora—corrigió, ampliando una sonrisa en su rostro, tirando de sus comisuras—. La que vimos anoche, cuando dormía—pregonó, parando sus movimientos, a la vez que la morena giraba su rostro hacia ella, asintiendo segura, deshaciendo el bochorno, manteniendo sus ojos sobre ella hasta ver el cambio en su expresión, logrando calmarse.

—Claro—marcó, volviendo a sus labores, dándoles la espalda—. Sí, la película, Kasia. La querida película—sus hombros cayeron, apartando sus manos del móvil, sabiendo que no creía la verdad en lo absoluto, soltando un suspiro al ver a su compañera mostrarle un gesto de pena—. Solo espero que esa película no haya enviado más de cien mil dólares en la orden de bolsas que vi en tu habitación—advirtió, apagando las llamas de la estufa, quitándose el delantal para salir de la estancia, cerrando fuerte la puerta de su habitación, dando un respingo ambas en su sitio, viéndose temerosas.

Ambas guardaron silencio, tomando espacio una de la otra, procediendo a servir los platos en completo escrutinio de la situación, negando inquietas antes de ir hacia el comedor, quedando frente a frente, a punto de llevar las cucharas a su boca, alzando las miradas en las que se carcajearon como locas, cortando la tensión del ambiente, siguiendo la conversación en la que se enfrascaron juntas, acompañadas media hora después por su progenitora, quien soltó la capa, integrada a las anécdotas, además de las risas que soltaron, cambiando el ritmo del avance del día, compartiendo las tres en la misma habitación una tarde de películas a base de palomitas dulces, incluyendo gaseosas y una orden de taquitos para la más mimada entre las tres bajo el pedido de la morena, complaciendo a la rubia rica en el trayecto de las horas.




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