El Monstruo |

10. Hoy serás mi asistente.

Cerró la puerta tras de sí, tirando las llaves de la casa contra la mesa de la sala, pegándose a la entrada donde respiró por primera vez en toda la noche desde que supo que ese hombre estaba allí, encendiendo su cuerpo como una llama de fuego, evitando apagarla, sin saber cómo rayos hacerlo al sentir sus rastros sobre su cuerpo, sus labios, incluso en sus manos conectando con él, recordando la escena donde caían en la cama, perdiendo el pudor al dejarse casi completamente desnuda frente a él, abriendo los ojos sorprendida al memorizar por enésima vez que todavía tenía su braga, mientras que por su parte, ya había devuelto lo suyo, quedando en la incógnita sobre si volvería a verlo o no.

¿Por qué lo pensaba? ¿Por qué lo quería, en verdad? Podía comprarse otra, cientos, miles si podía ser posible tan solo yendo a una tienda, no obstante, le era demasiado extraño que alguien más tuviese una prenda suya, mucho más si se trataba de su pantaleta, regañándose por haber salido de esa manera, tomando cualquier cosa sin siquiera pensar, creando un caos completo, palpando el bochorno al traerlo a su memoria, viendo que aún la estaba buscando y no sabía para qué, si de su parte no obtendría nada más, a menos que él también buscara darle lo suyo, cosa que dudaba.

Exhaló, pasando las manos por su rostro, quitándose los zapatos, recogiendo el par entre sus dedos, yendo hacia la habitación, encontrando las bolsas con las que resopló, mirando al techo, dejando las pertenencias en una esquina cerca del gavetero, comenzando a desvestirse para colocarse un pijama, captando el gruñido de su estómago, teniendo que ir a la cocina por algo de comer.

Rebuscó en la nevera, tomando un jugo de fresa que su madre había preparado, acompañándolo de varias rodajas de pan con mermelada, llegando a su sitio, cruzando las piernas sobre la cama, marcando el número de su amiga en una video llamada, esperando verla, deseando saber qué había pasado.

Aguardó, dando un mordisco a su cena, echando su cabello hacia atrás en un moño deshecho, presionando el botón de encendido en la televisión, dejándola en mudo, observando las escenas en lo que la rubia hacía acto de presencia, volviendo a comer, intercalando la vista a cada pantalla.

Frunció el ceño al ver que no pasaba nada, volviendo a presionar hasta pedir su presencia, notando que no respondía, marcando su número, escuchando una maldición al la línea abrirse, soltando un suspiro de alivio.

—¿Qué quieres? —arrastró en medio del sueño, riendo.

—¿Bebiste mucho? —bromeó, pichando en el día donde casi no pudo más de la borrachera que se dio en nombre de su soltería, celebrando no haberse casado con alguien que no iba a hacerla feliz en la vida.

—Graciosa—susurró, ida, soltando un bostezo—. ¿Qué onda, Kasia? ¿Qué pasa? —demandó, escuchándola más entusiasmada en la conversación.

—Nada—musitó, moviendo su dedo sobre las migajas del plato, haciendo un círculo—. Solo quería saber…

—Es precioso—la cortó de tajo, entendiendo a qué se refería—. Ay, Kasia, cuando me dijo que respondería lo que sea, en verdad, pareció entusiasmarse con el interrogatorio, pero solo le dije que se alejara de ti y que se hiciera cargo de su gallina—confesó, sorprendida.

—¿Qué? —demandó, intentando bajar la voz para no despertar a su madre—. ¿Qué interrogatorio? ¿Qué gallina? ¿Que se alejara de mí? —prosiguió, sintiendo el caliente cubrir su rostro, frunciendo el ceño.

—Fue al camerino a buscarte—emitió, directa, sin titubeos de por medio—. Le pregunté qué tan fuerte te romperá el corazón o qué tan dura será tu caída. No le di tiempo a contestar, solo le dije que se fuera, que se hiciera cargo de la mujer esa que le envía fotos con disfraces de animales—continuó, soltando un largo suspiro, imaginándola pasar su mano por la frente, echando su cabello hacia atrás.

—Cassandra—se quejó, haciendo un puchero bajo la línea.

—No me gusta—admitió, dejando en claro su realidad.

—Él tiene mi braga—soltó, llenando la línea de silencio, sabiendo que sus palabras habían hecho un cortocircuito en la cabeza de su amiga.

—¿Disculpa? —Kasia suspiró, negando.

—Acuérdate, Cassa, que llegué sin eso y te lo dije.

—Pero no me dijiste que él la tenía, ¿Cómo me ocultas esa clase de información? —inquirió, empleando falsa indignación, poniéndose de pie en su cuarto, caminando de un lado a otro.

—No pudimos hablar bien—indicó, esperando no recibir algún regaño, desesperada—. De cualquier forma, confirmo que no fue con intención de hacer un intercambio.

—Por supuesto que no—murmuró, colocando el altavoz, quedando frente al espejo—. Kasia, no es bueno que te hagas ilusiones. No quiero que ese tipo te rompa el corazón, cuervo—enunció, cayendo en el suelo, sentada.

—¿Cómo me va a romper el corazón un desconocido? —Cassandra bufó.

—Porque te gusta—pinchó, segura—. Y hay algo en él que aún no se concreta, es decir, si me voy por la línea de las fotos que vimos, ¿crees que alguien que no esté verdaderamente a su lado, haga algo así?

—¿Qué intentas decir? —se acomodó, queriendo llegar al fondo, conociendo que podía hacerlo con ella.

—Solo creo que tiene algún compromiso con una persona que no ama—aclaró.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.