El Monstruo |

11. Cita.

No protestó en todo el camino, de hecho, no tuvo forma de hacerlo al notar el trayecto que ambas tomaban, saliendo de los suburbios donde vivían, encontrándose en las mejores calles de la ciudad, casi en dirección a la mansión de su jefe, pasando por la misma, pudiendo ver un momento hacia allí, sin reparar en ella como deseaba, prefiriendo prestarla atención a las palabras de su amiga junto a todo lo que llevaba planeado, antes que a cualquier otra cosa irrelevante, como lo era pensar en ese hombre al que ni siquiera quería ver. De hecho, la duda estaba asentándose molesta contra sí desde la mañana al saber que no tenía que hacer nada para él, sino que debía esperar un periodo de tiempo para poder verlo, preguntándose por qué rayos y si en verdad era necesario el tener que verlo frente a frente, considerando que llevaba un año trabajando para él. ¿Por qué simplemente no encendía la cámara para que pudiese verlo y listo? ¿Se trataba de algún desfigurado a caso? ¿O algún tipo con problemas de inseguridad que lo hacían sentir feo? Absurdo, demasiado incluso si lo pensaba constantemente, cosa que dejó de hacer, echándolo a un lado de su cabeza para darle cabida a la actividad de su mejor amiga, concretando su trayecto fuera de los suburbios hacia la ciudad, siendo recibidas en las mejores tiendas donde la esperaba un equipo dispuesto para escuchar sus palabras, actuando bajo sus órdenes bajo las gestiones, viendo que no se quedaría atrás al momento de escucharla pidiendo que la siguiera, sosteniendo las carpetas sobre sus brazos, empleando completa autoridad en lo que hacía.

Sonrió, divirtiéndose las horas siguientes bajo la frustración que de vez en cuando la embargaba, mirando los apuntes donde existían una serie de colores desconocidos a fondo, respondiendo a sus preguntas mientras también interactuaba por llamada con la mujer a la cual estaba brindándole sus servicios, eligiendo lo suficiente para llevar, volviendo juntas a la caminata, agradeciendo las botas cómodas a las que solo tenía que quitarle el tacón para ser reemplazado por el más bajo en un movimiento de dos minutos, guardando el filo largo en el bulto que llevaba sobre su brazo, llegando a la casa señalada por su amiga, observando la estructura cálida.

—Antes que entremos—musitó, dándose la vuelta para verla, suspirando—. Este trabajo es algo distinto a lo que hago siempre—continuó, frunciendo el ceño bajo su mirada chispeante—. Es la casa de una señora que tiene Alzheimer, lo que ocupo, lo que conseguimos con el equipo de la tienda, es igual al color que tiene el hogar dentro para no confundirla en la fase donde está—prosiguió, manteniendo la atención en ella—. Mientras todo esto pasa, voy a quedarme con ella en la parte trasera y tú vas a encargarte de dar las órdenes sobre cómo van los objetos, tal como lo tengo planeado en la libreta que tienes—apuntó—. Haz el menos ruido posible—concluyó, quitando la cerradura de la puerta, alzando su mano para detenerla, extrañada.

—¿Por qué yo? —Cassandra soltó el aire, echando a un lado su flequillo que se removía vivo por el aire.

—Confío en ti—indicó, terminando la conversación, dándole paso a lo demás en cuanto llegaron a la entrada del hogar, hablando con la mujer encargada, permaneciendo atenta al cargamento que llegó media hora después, manteniendo las instrucciones de su amiga, procediendo a poner al tanto a los demás que llegaron para dar los pasos correspondientes, viendo la estancia quedar vacía casi una hora después, dándole la dirección al camión de respaldo que la dueña del lugar había buscado, donde llevarían lo que iba a ser reemplazado, comenzando a ver cómo cada parte allí desolada, se hacía vida en el pasar del tiempo, llenando las partes de calidez, floreciendo incluso las flores que parecían estar muriendo de tristeza al cambiarlas, dándole un toque verdaderamente distinto.

Sintió la marea de sentimientos hacer un remolino dentro suyo, aligerando la tensión de sus hombros, observando las cortinas moverse de un lado a otro, formando paz, vida completa, quedando de pie en el umbral junto al equipo que permanecía atento esperando a los demás volver de la habitación que la señora ocupaba, habiendo tenido la oportunidad de ver cómo todo continuó siendo tal cual las expectativas de su mejor amiga, esperando pacientes a los demás quienes iban a paso lento hacia el sitio.

Las mujeres llegaron, posando la vista en la mayor, quien tenía los ojos cubiertos por las manos de su hija, quien habló a su oído, evitando las lágrimas, atentan al asentimiento de la señora, quien parecía entusiasmada por lo que vendría.

—Muy bien, mamá, esto era lo que quería mostrarte—susurró, ligero, quitando sus palmas, esperando la reacción de la canosa, quien vio el lugar de un lado a otro, esperando encontrar algo distinto.

—Oh, cariño, no tenías que hacer esto—musitó, fragmentando a su hija tras ella—. ¿Contratar un personal para la limpieza? Si yo puedo hacerlo—rezongó, posando sus ojos en todos, girando hacia la rubia, a quien le tomó la mano—. Y tú, jovencita, no tenías que engañarme.

—No lo hice, Clara—musitó, apretujando su piel, intentando caminar con ella hacia la mesilla alta que portaba un nuevo jarrón de rosas idéntico al anterior—. Este es nuevo, toque—incitó, manteniendo la calma, llevando su dedo hacia ella, pasando la yema por las flores vivas, llegando hasta la porcelana que lo sostenía, uniendo el ramo—. Hemos cambiado lo viejo, para darle algo nuevo, aunque de la misma forma para no afectarla—prosiguió, recibiendo la mirada de la envejeciente.

—No puedes llenar la casa vieja, de cosas nuevas si no quieres que tengan el mismo valor que las anteriores—emitió, bajo el escrutinio de su hija al escucharla, sorprendida—. De cualquier forma, me gusta. Ya no siento que moriré pronto.




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