El Monstruo De La Montaña

V

Cavó una tumba para Emilia y esparció sobre ella hojas secas y flores silvestres, amarillas y blancas. Ella había amado eso pero no sabía cómo había muerto, ni cómo había llegado a ese lugar tan inhóspito y alejado de su casa. Gabriel la había amado y cuidado pero recordó que habían discutido y ella simplemente corrió a la montaña como si huyera de él. Y eso lo hirió profundamente.

Gabriel se sumergió en un sueño profundo tras volver de la montaña pero se sentía cansado y hambriento. Se puso de pie y su corazón latía muy lentamente que apenas y pudo oírlo a pesar del silencio otorgado por la noche, Neón estaba junto al fuego, las pequeñas chispas brotaron una tras otra como si liberaran una danza, las observó taciturno y millones de imágenes flotaron en la nebulosa de su memoria.

Un cuerpo bañado en sangre, hojas secas y la lluvia de la mañana, el frío impulsando a aventurarse en ella, en esa montaña silenciosa y tan mohína como el día de la muerte.

 Jadeo en búsqueda de aire, su garganta se apretó y sintió como dejaba de respirar, cayó de rodillas tomándose del cuello pero Neón lo observó en silencio, aún con esa misma posición de cachorro obediente; tras unos segundos de sofocación y de golpes bruscos sobre la madera Gabriel recobró el aliento pero algo había cambiado, sus manos pálidas y dedos alargados, uñas sucias y afiladas, algo no andaba bien. Con movimientos torpes se puso de pie y caminó, arrastrando los pies, uno tras otro, su corazón latía con la mayor de las tranquilidades pero su sangre quemaba, su nariz se agudizó y olfateo un olor dulce, deseable y atrayente.

—Ella está viva… 

Bajo la lluvia corrió sin preocuparse de sí mismo, solo le interesaba encontrarla, porque ella, Emilia estaba viva. Su olfato jamás lo traicionaría, jamás.

Las ramas secas rasgaron su ropa, su piel, su rostro y pies descalzos fueron atravesados por espinas puntiagudas. Pero ese dolor no era nada comparado con el dolor de creer haberla perdido.

Una sombra entre los árboles secos, la lluvia ligera y la luna en lo alto, una luna claramente llena y bella, iluminó parcialmente el lugar pero sus ojos eran como los de un felino, podía ver claramente aunque estuviera oscuro.

—Gabriel—susurró una voz femenina—amado Gabriel…

—¿Emilia?

—¿Por qué me abandonaste?

—No…

—¿Por qué huiste de mí?

—No, es así—protesto Gabriel con el enojo floreciendo—jamás te abandonaría, jamás huiría de ti, Emilia.

—No, claro que no—la mujer frente a él parecía desvanecerse—solo preferiste herirme de una manera cruel…

La mujer desapareció dejándolo en el desosiego, y el dolor fue grande, Gabriel grito su nombre pero no hubo respuesta. Se arrodilló y las espinas se clavaron en sus rodillas el llanto creció y grito de dolor, la confusión lo invadió y negó todo. Ella no murió, no, ella fue asesinada y él sabía, sabía por quién.




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