Siempre me han dicho que hay un monstruo en el armario, que todas las noches se debe cerrar el armario o el monstruo me comerá. Pero yo sé que no es verdad, y no le tengo miedo.
Mamá siempre me dice que cierre el armario, y aunque yo no tengo miedo, el armario siempre permanece cerrado durante la noche.
Todas las noches, sin excepción alguna, la puerta del armario es cerrada, y yo puedo descansar en completa oscuridad, a sabiendas de que estoy a salvo.
Día tras día, noche tras noche, a salvo, con las puertas del armario cerradas.
Sin embargo, un día, la mente olvidadiza hizo que no cerrara el armario.
Aquella noche desperté notando la puerta del armario abierta. Con cuidado, y temerosa de hacer ruido, pues no quería despertar a nadie, me puse de pie. Caminé con cuidado, acercándome, y cuando por fin estuve cerca, la vi.
Era un ser indefenso, echada, parecía dormir. Me dio pena, se veía tan inocente.
Vi que sus párpados se abrían, y me observaba. Parecía asustada. Puse un dedo sobre mis labios, indicando que no hiciera ruido. Luego hice unas señas para decirle que no la lastimaría. Lo entendió.
El armario fue cerrado, y yo estaba donde debía estar.
A la noche siguiente la volví a ver. Recuerdo que el armario había sido cerrado, pero ahí estaba ella, frente a mí, y el armario abierto.
Me habló y yo le hablé. Nos hicimos amigas, y cada noche, luego de que el armario fuese cerrado y cada persona quedase dormida, las puertas se volvían a abrir.
Hemos estado así por años, como amigas, sin temerle a la otra, sabiendo que el monstruo del armario no es lo que todos dicen que es.
Me da pena cuando las puertas son cerradas y debemos dormir, pero al menos sé que a la noche siguiente ella abrirá la puerta una vez más para mí.