Hanma Shuji, yugekitai de Kanto Manji, estaba observando a una sola persona; en su cabeza lo único que podía repetir era una sola frase:“No te levantes”. Él no quería que siga con esa pelea, quería que se alejara, se rindiera y abandonara todo aquello. Pero, era consciente que no podría pedirle algo así, no tenía derecho, ni cara para plantarse frente a él y exigirle algo.
Mentiría si dijera que no sabía cuándo comenzó ese sentimiento, lo supo incluso cuando Kisaki todavía seguía vivo, pero, se volvió más fuerte después de la muerte de su único amigo. Ese día, era su recuerdo más preciado.
Él estaba frente a la tumba de Kisaki, era un día lluvioso, aunque de un momento a otro dejó de sentir la lluvia; y fue cuando se encontró con él, con Kenta Ichikawa.
Recordaba perfectamente sus palabras: —Estás dando pena, vamos. Necesitas un lugar.
Él lo ayudó con su duelo, le mostró a su familia e incluso le había conseguido un trabajo. En cada interacción con él, no podía evitar pensar en Kisaki; ambos tenían casi el mismo carácter sombrío, serio, y sarcástico; solo que Kenta desprendía una luz blanca; para él, que los colores habían desaparecido cuando su único amigo se había ido, solo quedaba aquel brillo hipnotizante y cálido, en su mundo en blanco y negro.
Y aun así, con toda esa calidez.
Aun con todo ese cariño.
Aun con toda esa preocupación.
Aun con todo ese amor.
Él nunca pudo llenar la falta de colores. Por esa razón, cuando le ofrecieron la oportunidad de volver a las pandillas. Los colores que Kisaki le había mostrado, vencen fácilmente a la luz pura, tranquila y cálida de Kenta.
Cuando se fue, sabía que Kenta se iba a decepcionar, posiblemente lo odiaría, por eso nunca miró atrás, aún sabiendo que él estaba ahí, viendo cómo abandonaba aquel bar, que en un momento, se volvió un lugar seguro para él. A pesar de todo, tenía la idea de que cuando todo llegará a su fin, él podría volver y darle todo su apoyo, hasta brindarle ayuda económica de ser posible.
Pero, no contó con la presencia de Hanagaki Takemicchi, y esta pelea final.
Y, ahora, no le quedaba más que la angustia de que Kenta muriera a manos de sus compañeros, o incluso de él mismo, en el peor de los casos.
Kenta estaba codo con codo con Itami. Ambos eran buen dúo, hasta que de manera sorpresiva, Kakucho los había atacado. Itami, Jun, Isamu y él, habían llegado a bloquear su ataque, pero eso no significaba que no tuvieran secuelas. Jun, fue el que se levantó primero.
—Puto Kakucho —murmuró sobando su brazo.
—Chicos —llamo Itami acercándose a sus amigos—. ¿Están bien?
—Si, simplemente fue como un empujón —aclaró Isamu de pie. Él no dudó en buscar con la mirada a Yasahiro.
—Oigan, miren —Kenta estaba apuntando a un punto llamativo de la pelea.
Era como estar en un bosque de altos árboles, y encontrar una zona deforestada completamente, esa era mejor metáfora que podría usarse para aquella escena que veían frente a sus ojos. Yasahiro, a pesar de estar rodeado de personas desmayadas, siendo el único de pie, era incapaz de moverse, porque lo estaban sosteniendo entre tres personas.
Cuando quisieron moverse y acercarse, los cuatro fueron interceptados por viejos recuerdos del pasado.
—Junjo, Irumi —murmuró Jun.
—Seiko, Arata —comentó Isamu.
—Arima, Daiki —exclamó Itami.
—Aoi, Asashi —se quejó Kenta.
—No dejaremos que interfieran, mascotas —comentó Irumi con una sonrisa desquiciada.
—Hemos esperado este momento por mucho tiempo, y esta vez, sin Inoue, ya no tendrán quien los defienda —se burló Daiki.
—Es momento de demostrarles cuál es su lugar —agregó Arata.
Esos cuatro chicos habían sido capitanes de una vieja pandilla, llamada Shinsei. El día que Yasahiro lo abandonó, ellos no dudaron en seguirlo, pues para ese momento los cinco habían forjado algo más que un simple vínculo de confianza y respeto; ellos crearon un vínculo de verdadera amistad. Y eso era una de las cosas más valiosas que todos ellos tenían.
Nunca hablaron de ello, porque ninguno de los cuatro lo consideraban verdaderamente importante.
Junjo Irumi, se había esforzado en conseguir la dirección a la casa de uno de los seguidores del “traidor”, como era apodado en ese entonces a Yasahiro. La idea era de su comandante, Len, si lograban traer a los seguidores, Yasahiro volvería sin dudar.
—¡Ya me voy, abuela! —gritó un joven Jun mientras salía a la calle.
—Kuroda, Jun —llamó Irumi. Pero, el mencionado no contestó, en cambio, solo se quedó callado esperando a que continuara—. Yo, Junjo Irumi, fui enviado por el mismo comandante, para informarte que eres bienvenido a unirte a mi división, y que ignoraremos tu falta de consciencia al seguir a Inoue —contrario a lo que imaginaba, Jun no dudó en reírse directamente en su cara.
—¿Acaso se volvieron locos? —preguntó—. Sabemos que Yasa es más fuerte que todos ustedes, así que no me asustan las consecuencias —comentó de forma burlona, y sin miedo se acercó a encararlo—. Ve y dile a Len, que a la única persona a la que seguiré es a mi grupo de amigos; y si tiene algún problema, que venga a decirlo en nuestras caras —de pronto, sus ojos se fijarán en algo detrás de aquel chico—. ¿Verdad, Yasa?
Editado: 17.01.2025