La habitación era frígida a tal punto que si uno se demoraba en verter alguna bebida caliente sobre su garganta esta quedaría sepultada bajo gruesas capas de hielo. El vino que traía el carnicero no ayuda a aliviar aquella sensación de hielo. Mi vista empezaba a desfallecer, y aquel vino barato que trajo el carnicero no tenía ese sabor característico a papel, los objetos a mi alrededor empezaban a flotar.
—¿Algunas vez te has preguntado por qué vendo la carne más barata de la ciudad? —Dijo el carnicero, mientras me sumergía en las penumbras.