El librero buscaba indiferente obras sobre el autor desconocido para él, dudaba tener ejemplares de sus libros, pero el anciano en el mostrador insistía en aquellos. Sus ropas eran extrañas y de ellas se desprendía un agradable aroma como de vainilla. Cansado, el librero se rindió en su búsqueda, le hizo al anciano un ademán insatisfactorio. El anciano se mostró descontento y habló a voces; Necesito esos libros, no tengo tiempo, o quizás no estoy en el tiempo correcto. ¡Busque, busque! Necesito escribir mi gran obra.