Durante los largos años que he ejercido como interpretador de sueños me he encontrado con innumerables bestias antropófagas, madres mitad serpientes y casas con un sin fin de cuartos de baño. Sueños un poco raros donde viles padres traicionaron a sus hijos en desenfrenadas noches de pasiones prohibidas. Aquella mañana esperaba a mi segundo paciente con mi máscara anti oxígeno y cierta indiferencia que traía la rutina. El paciente entró con su máscara anti oxígeno, tomó asiento en una silla alejada de mi escritorio y narró su singular sueño.
—... y así, simplemente me desvanecía en el mar... ¿Doctor?
Levanté una ceja.
—Desde que fuimos obligados a usar estas máscaras mis pesadillas se han incrementado, pero ninguno de mis asesinos o personas en mis sueños las usan, como si Paul Bert no estuviera suelto.
En efecto, desde hacía más de año y medio somos propensos a morir si no usamos nuestras máscaras, pero ni yo ni mis pacientes había soñado con personas utilizándolas dentro de nuestras mentes, ni un solo día desde aquel marzo aquellas máscaras irrumpían en algún sueño.
—¿Doctor? —repitió el paciente.
—El oxígeno es cruel —concluí.