Aquella noche, en víspera de su reunión número mil noventa y cinco, el numeroso grupo de contrarrevolucionarios planeaban otro de sus movimientos para derrocar al dictador brocha. La mayoría estaban angustiados y unos pocos temerosos de un destino semejante al que padecieron sus compañeros. El líder interino preguntó por vez mil noventa y cinco "Hermanos míos, ¿ustedes están seguros, segurísimos, realmente seguros de su seguridad de estar seguros, que desean derrocar al dictador que les robó sus tierras, degolló a sus rebaños, incendió sus hogares, crucificó a sus hijos a las puertas de las Iglesias, bombardeó el hogar materno con la excusa de rebeldes y pisoteó con sus carrozas los sueños de su espíritu? Sus compañeros respondieron al unísono "Si, estamos seguros."
—Pero ¿están seguros, segurísimos, realmente seguros de su seguridad de estar seguros?