—No comas esa manzana.— Imperó.
—¿Por qué no he de hacerlo?
—Si lo haces, condenaras a la especie.
—¿Especie? —Preguntó extrañada— solo estamos tú y yo.
—Si comes esa manzana, habrán más como nosotros.
—Es mejor así, tendremos compañía.
—También habrá muerte y pestilencia.
Ella, miró dubitativa aquel fruto majestuoso que sus manos sostenían.
—No comas esa manzana. —Imperó.