El muchacho de la balsa

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   Me encantaba escucharlo. La forma en la que brillaban sus hermosos ojos cuando me hablaba de un nuevo nido que había descubierto en el bosque de pinos, o la manera en la que sus manos se aferraban a las mías cada vez que yo perdía el equilibrio arriba de la balsa.

   Aquí debería hacer un alto y confesar que sólo la primera vez estuve cerca de caerme al agua de verdad. Todas las otras veces eran simulaciones. Sólo para tener la excusa de sentir aquellas manos dulces pero fuertes en las mías. Pero cuando fui consciente de que ya era demasiado obvio, dejé de hacerlo. Y opté por sentarme quieto en el borde, aunque sé que innecesariamente demasiado cerca de él. Sabía que lo iba a lamentar las noches siguientes, el no sentir sus manos en las mías. Y ya estaba imaginando otras noches de insomnio, cuando el río se agitó y la balsa tembló por un segundo.

   No fue un movimiento demasiado brusco, no al menos para lograr desestabilizarme. Aún así Mew, en un movimiento rápido, me envolvió por detrás con sus dos brazos y me atrajo hacia él, sosteniéndome.

   Yo sabía que aquel abrazo improvisado no podía durar mucho. Pero cuando las aguas parecieron calmarse, sus brazos continuaron sosteniéndome. No perdí tiempo y no lo pensé. Apoyé mi espalda en su pecho y fijé mi vista en el horizonte carmesí del atardecer, esperando que él me alejara de él. Más no lo hizo. Y así me quedé, mirando las primeras estrellas aparecer en brazos de ese maravilloso muchacho de la balsa...

 




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