–Gulf, ¿por qué lloras?
Escuchar una genuina preocupación en su voz hizo que me sintiera mucho mejor casi de inmediato. Me había refugiado en las toscas bajo un hermoso sauce llorón que acariciaba con parte de sus raíces las aguas heladas del río.
Sabía que era temprano para que Mew pasara por allí con su balsa. Esperaba que tuviera algo de tiempo para desahogarme y limpiar mis lágrimas. No quería que me viera llorar. Pero por algún extraño milagro, él apareció una hora antes de lo pactado.
No quise ni pude disimular y lloré en silencio entre sus brazos mientras la balsa se deslizaba acompasadamente por el río tranquilo. Mew esperó a que me calmara y entonces sosteniendo mi rostro cerca del suyo, con ambas manos, me miró fijamente.
–No llores por favor. Tus lágrimas me duelen, Gulf.— me dijo en voz baja.
Y sin más, me besó en los labios. Y con ese beso, no tuve más remedio que aceptar que me estaba enamorando de aquel tierno muchacho de la balsa del río Çan...