La bomba apodada Little Boy fue arrojada en Hiroshima el 6 de agosto de 1945, y el mundo entero nunca volvió a ser el mismo. Este suceso puso fin a la Segunda Guerra Mundial y terminó con la vida de cientos de miles de personas. Sin embargo, hay gente que defiende este hecho. Dicen que fue lo correcto, ya que, de no ser así, la guerra hubiese continuado y muchas más personas habrían sufrido.
El día de la rendición de Japón, el presidente de Estados Unidos, Harry Truman, catalogó ese momento como el día más feliz de su vida. Pero para los cientos de víctimas no fue así. Para muchos significó un cambio gigantesco en sus vidas; de hecho, para toda la humanidad lo fue. El mundo nunca volvería a ser el mismo. A costa de la vida de cientos de personas, y a costa de causar un trauma permanente en una nación, simplemente quisieron demostrar su poder.
Pero sin saberlo, crearon un poder aún más inimaginable que el de una bomba atómica. Las consecuencias de la radiación descontrolada en Hiroshima alteraron el ADN de los habitantes sobrevivientes. Muchos desarrollaron enfermedades dolorosas. Pero también se creó una fuerza imparable y suprema: PsyR-1.
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Oh, Dios, golpea el corazón, que hasta ahora
sólo llamas, alientas y corriges;
me has de abatir para que pueda alzarme,
me has de romper, quemar y hacer de nuevo.
Yo, cual villa usurpada, a otro debida,
trato de hacerte entrar, pero es en vano.
La razón, tu virrey, me ampararía,
pero está presa, y es infiel o débil.
Te amo mucho y querría que me amaras,
pero me he prometido a tu enemigo;
divórciame, desata o corta el nudo;
aprisióname, tómame, pues nunca
seré libre si tú no me cautivas,
ni, salvo que me raptes, jamás casto.
Traducción del Soneto XIV de John Donne
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Editado: 11.10.2025