El multiverso de Saiki Kusuo

uno

El avión temblaba en la altura, iluminado por la luz roja de emergencia que hacía brillar el pasillo como un túnel peligroso. En la parte trasera, tras una puerta atrancada, se escuchaban los golpes suaves y los sollozos de un niño.

Una mujer avanzaba descalza, cada músculo tenso, los ojos fijos en el frente como si nada más existiera. Kusuo caminaba a su lado, ajustándose la campera con calma. Sabía que no podía usar sus poderes, pero todavía tenía la fuerza de alguien imposible de frenar.

Unos hombres salieron desde el otro extremo del pasillo. Uno llevaba una pistola, otros cuchillos de combate, y el último una barra metálica arrancada del mismo avión. Se plantaron firmes, bloqueando el camino hacia la cabina. Ella inclinó apenas la cabeza. Kusuo respondió con un leve movimiento.

—Vamos —murmuró.

Esquivaron los primeros disparos. La mujer se lanzó hacia el guardia del arma, le arrancó la pistola de las manos y lo estampó contra la pared. El choque hizo vibrar los asientos.

Kusuo ya estaba encima del segundo. Lo tomó de la campera y lo volteó con una fuerza seca, clavándolo contra el suelo, el cuchillo escapo de sus manos perdiéndose en algún lado. El tercero levantó la barra metálica, pero Kusuo se la arrancó de un tirón y la hundió en sus costillas con un golpe que resonó en todo el pasillo. Mientras, ella había seguido avanzando, más peligrosa a cada paso. El último guardia, el más duro de todos, la esperaba frente a la puerta trasera con el cuchillo en alto.

Se lanzaron uno contra el otro. Ella lo golpeó con una patada en la mandíbula y luego con un puñetazo en el estómago que lo dobló sobre sí mismo. El cuchillo tintineó en el suelo, rebotando entre las sombras. El hombre se rehízo y cargó contra Kusuo, que lo detuvo con un brazo y lo lanzó de costado contra los asientos. El vidrio de una ventana crujió, dejando una grieta que parecía expandirse sola. De pronto, una sacudida brutal recorrió el avión. Las luces parpadearon, máscaras de oxígeno cayeron colgando del techo y las maletas rodaron por el suelo. El niño seguía llorando detrás de la puerta.

El guardia herido intentó levantarse. Ella lo inmovilizó sin dudar, torciendo su brazo hasta que un chasquido seco lo dejó fuera de combate. Ambos se acercaron a la puerta de la cabina. Fue entonces cuando el guardia arrastrado lanzó un último ataque. El cuchillo brilló un segundo antes de clavarse, pero Kusuo se interpuso. El filo le cortó el brazo y la sangre manchó el suelo. Él gruñó, apretando los dientes.

—Ve por el niño —ordenó. Lanzando el cuchillo al cuello de aquel hombre.

La mujer empujó la puerta y se abrió con un chirrido metálico. Dentro, el niño estaba acurrucado en un rincón con un peluche en los brazos, los ojos grandes de terror.El guardia herido trató de atacar de nuevo, se quitó el cuchillo manchado de sangre y se lanzó agresivamente. Ella se puso delante del niño, protegiéndolo con su cuerpo. Kusuo lo enfrentó, pese a la herida que sangraba, levanto su brazo evitando la apuñalada. Recibió un golpe seco en el estómago, que lo hizo tambalear, pero devolvió un puñetazo brutal que lanzó al hombre contra los asientos traseros. Cayó y no se levantó más.

El silencio llenó el avión.

El niño corrió hacia la mujer y se aferró a sus piernas. Ella lo levantó con cuidado, pegándolo a su pecho, segura, protectora. Saiki se dejó caer contra la pared, respirando agitado, con sangre en el brazo pero una leve sonrisa en los labios al ver al niño a salvo.La turbulencia se calmó poco a poco. Las luces dejaron de parpadear. Solo quedaron los sollozos del niño y las respiraciones pesadas de los dos.Ella miró al pequeño, con la dureza de su rostro suavizada por el consuelo de recuperar lo.

—Ya está —le susurró, beso su frente con dulzura —. Estás a salvo.

Él cerró los ojos, agotado, pero con alivio.

Entonces una gran explosión hizo temblar el avión. Kusuo miró por la ventana y se encontró con una de sus alas en llamas. El avión comenzó a desender a gran velocidad. En sólo unos minutos se estrellara entre las montañas.

Kusuo la miró a los ojos...




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