Planeta Palion. Quince años después.
Gente de todos colores y formas solían visitar ese lugar para divertirse y distraerse de los asuntos de sus respectivos mundos. Sitio caracterizado por tener atracciones de todo tipo para toda clase de personas... Y no personas. Palion era considerado un planeta de diversiones, uno al que Unity Eyheralde le gustaba visitar de vez en cuando.
Era un planeta lleno de edificios de cristal, arquitectura moderna todo en blanco o negro. Había tiendas de todo tipo que vendían objetos legales e ilegales, piezas de naves robadas, usadas y nuevas, venta de esclavos, androides, lo más nuevo en tecnología y comida, Unity inhaló el delicioso aroma proveniente de la panadería, mezclado incorrectamente con los olores de la perfumería. El centro siempre era un lugar muy transitado, y algunos ciudadanos o visitantes usaban más perfume del que debían, y también estaban los que no tenían ningún olor agradable.
Palion estaba bien avanzado en tecnología, aunque claro, había muchos mejores. en algunos establecimientos tenían pantallas que transmitían algún programa entre la red de canales universal, en los edificios más grandes pasaban las noticias acerca de otros planetas o algo relevante por parte del imperio. Pero la gente estaba más ocupada hablando sobre sus nuevas naves último modelo que habían comprado, trajes nuevos, casas nuevas, algunas otras discutían con vendedores en distintos idiomas que Unity logró identificar gracias a su dispositivo, llamado Conector, pegado a su sien que enviaba señales a sus ojos a modo de pantalla individual, textos en color azul aparecieron en su vista mostrándole algunos datos como ese. También le ayudaba a saber si era enemigo o si la persona estaba siendo buscada por autoridades, esto era para saber si valía la pena capturarlo y cobrar la recompensa, o si era buscado por enemigos de Unity.
Los ricos siempre trataban de conseguir lo mejor mientras que los pobres vivían de la mecánica. El arreglo de naves ya era un trabajo típico, no muy bien pagado. Pero la venta de nuevas piezas no era algo que todos hicieran pues estas eran difíciles de conseguir y más caras.
Para Unity, cuando ganó a su nave Milenier en un juego de azar en una taberna localizada en los barrios bajos de Ceitera, no le fue fácil conseguir nuevas piezas para arreglarla. Era pobre, y ni siquiera sabía conducirla. Estuvo por venderla, pero después de conocer a Hatsu, una de las mejores mecánicas del espacio y su única amiga, pudo aprender todo sobre su vieja compañera.
Ahora su propósito era ir y probar el alcohol en diferentes planetas para decidir cuál era mejor. Aunque de vez en cuando paraba en uno para observar de muy cerca reliquias y cosas lindas, que luego vendía o se quedaban en su cajón de los recuerdos.
Hoy esperaba encontrar algo bueno. Después de dormir 12 horas en el suelo de su nave, se levantó a desayunar algo de una lata que guardaba en su despensa, dio unos cuantos tragos a su botella hasta vaciarla, antes de partir tuvo que ir a recargar gasolina y bebida en el planeta Thonides y posteriormente se dirigió a Palion, pues había escuchado que el collar de la reina del lugar estaría en exposición y ya le esperaba, una hermosa joya validada en millones de unidades. Luego saldría de ahí a toda velocidad antes de que los guardias la atraparan. Y listo. Así era su vida. Siendo una de los criminales más buscados de muchos planetas, por no decir que del universo entero.
Estaba en el lugar número seis del top diez, y esperaba llegar al primero.
Caminó por uno de los puentes, cruzando un rio de agua azul cristalino que dejaba ver los peces de colores con alas. Vio niños de piel roja, cabellos verdes y ojos sin iris. Hacía mucho tiempo que se había acostumbrado a verlos, pero aún le daban escalofríos cuando ellos la observaban. Ella era normal, o eso quisiera pensar, no tenía ninguna marca de alguna raza, solo un extraño tatuaje en su espalda que llegaba hasta sus antebrazos. Dedujo que era una humana del planeta Tierra con una vida muy descontrolada, había pensado que aquella marca era de nacimiento, pero Hatsu le había indicado que estaba hecha con una tinta especial y que jamás se borraría. Sus recuerdos estaban borrosos y mezclados con algunos falsos, por lo que no podía dar una clara explicación de dónde venía.
Le parecía interesante, raro, pero bonito.
Se detuvo ante una tienda de ropa, entró haciendo sonar una de las clásicas campanitas colgadas arriba de la puerta y que daban la bienvenida a los visitantes a la vez que avisaban al dueño de la llegada. A veces resultaba desesperante, pero era algo clásico en las tiendas a las que los héroes llegaban.
No le gustaba todo el sitio, pero necesitaba un cambio de apariencia. Y es que en ese lugar podía encontrar Moldeadores, un dispositivo que permitía cambiar de forma a su dueño y obtener otra apariencia. nunca lo había usado, y para ella era como comprar un juguete nuevo que usaría en su misión.
El lugar estaba lleno de telas y atuendos colgados o doblados sobre mesas. Algunos accesorios estaban dispersados por el lugar, cerca de las prendas con las que combinaban muy bien. Por otro lados estaban los atuendo ridículos que, sorpresivamente, la gente compraba.
—Ah, Unity Eyheralde —dijo el hombre con piel de lagarto detrás de la vitrina de cristal, no era tono de un saludo, sino una manera de determinar cuánto le molestaba su presencia. Llevaba un traje blanco y una cinta de medir en el cuello—, ¿vienes a pagarme lo que me debes?
—De hecho, mi querido señor... Orcus, mi visita es por otra cosa importante —dijo paseándose por el local hasta detenerse en una vitrina que guardaba diferentes tipos de dispositivos en distintas formas y que desconocía su función.
—No me digas, Unity, ¿qué podría ser más importante que pagarme?
—Se lo pagaré, se lo prometo, pero en serio ahora es urgente.