Cuenta la leyenda —según un viejo sabio—, que hace muchos años cuatro razas distintas se repartieron por el reino de Gaia.
El primero era nada más ni nada menos que en el bosque negro.
Allí dentro era siempre de noche, pues ni la luz del sol podía penetrar la espesura de esos bosques.
Aunque jamás nadie salió con vida de allí dentro, se decía que en él habitaban criaturas feroces; mitad humanos mitad demonios.
El segundo era en las montañas blancas, donde el camino nevado terminaba siempre en un barranco.
"Ve siempre por el sendero más largo, solo el señor es capaz de burlar a los alados"
El tercero sin ir más lejos, era en el valle muerto; la peste corría por esa zona, haciendo que nada más entrar, caigas muerto.
"Ten cuidado dónde pisas, ten cuidado dónde miras..." decía aquel sagrado cántico.
Mantén tus plegarias cada noche, pues solo Dios te protegerá.
El cuarto y último reino de Gaia; era habitado por humanos, aunque cualquier grandeza que pudieran haber tenido, fue arrebatada a principios del siglo.
Los últimos sabios que quedaban entre ellos, aseguraban que Dios tenía un plan: Mandar a los arcángeles que de las bestias nos iban a librar.
Luego de muchos años nada paso y el mundo de Gaia dominado por los tres primeros reinos quedó.
Se dice que Dios envió un arma sagrada.
Una vara hecha de plata.
Con un rubí encastrado en la punta, relleno con la sangre de Jesús.
Por toda la vara, se encuentran grabadas runas, que repelen aquellos cánticos a la luna.
Es al día de hoy que se sigue buscando el arma, ya que la ayuda de arcángeles desechada en Gaia quedó.